La Nacion (Costa Rica) - Ancora
Alacrán (1975): Del traje al overol
En el principio fue el alacrán. Corría el año 1975, José Sancho tenía seis años de haber regresado, con su esposa y dos hijos –al final, tendría tres– de una estancia laboral en Guatemala, trabajaba como economista, de traje y en horario de oficina, y se había instalado en su finca en Escazú, en la calle El Pedrero. Aquellos eran cafetales, tierras de campesinos, quienes estaban opuestos a la instalación de los medidores de agua y, en una lucha contra esta medida, arrancaron los aparatos de metal y los desecharon. Cuando don José, quien desde niño demostró aptitudes para la carpintería –y la construcción de juguetes– y pintaba recreativamente los fines de semana, recogió el artefacto amarillo, se le vino la imagen de La cabeza de toro (1942), escultura de Pablo Picasso –hecha con un sillín y una manivela de bicicleta– que había observado en un museo en París. “Me dije: ‘yo puedo hacer cosas como esas’”, recuerda 43 años después. Y así comenzó un entretenimiento de fin de semana que terminó cambiándole la vida. “Vi el medidor y pensé que se podía hacer un alacrán”. Lo construyó con la pieza de metal encontrada, unos alicates, un trozo de la cadena de una bicicleta y unas manijas de celosías. ¿Qué le dio esta escultura? Una certeza. “Era capaz de hacer la síntesis de una figura animal y representarla con objetos encontrados”, cuenta. La vocación que reprimió hasta los 40 años se liberó y no hubo vuelta atrás. Aquel fue un cataclismo. Con Alacrán nació el escultor, que ha realizado un millar de obras en chatarra, mármol, bronce, madera, piedra y acero y recibió el Premio Magón 2018 a toda una vida dedicada al arte. Progresivamente, Sancho dejó su profesión (salía soplado de la oficina para llegar a la casa, quitarse el traje, ponerse el overol y trabajar en sus esculturas) y ya para 1982 estaba dedicado 100% a su verdadera pasión: el arte.