La Nacion (Costa Rica) - Ancora
Brunhilda de Portilla, el
banilla de Montes de Oca.
”Viví un tiempo en Liberia: era, realmente, la ciudad blanca. Los caminos estaban lastrados con piedrecitas de cal que la luna hacía resplandecer mágicamente. También viví en Filadelfia (donde me cortejó un muchacho regordete y rosadito que siempre me daba regalos, pero al que nunca correspondí), en Las Juntas de Abangares y, luego, en San José, allá por el Paseo de los Estudiantes, a ocho cuadras de la Universidad de Costa Rica, donde estudié para ser docente.
”Me levantaba tempranísimo: a las seis de la mañana daba clases en la escuela de San Antonio de Desamparados, al mediodía iba a almorzar a casa, ayudaba a mi mamá con los quehaceres domésticos, en la tarde iba a la Universidad, y en la noche preparaba las lecciones del día siguiente. Enseñé todas las asignaturas, desde educación física, hasta economía doméstica, bordado, matemáticas, trabajos manuales, química, botánica, geografía… todo lo que usted pueda imaginarse. Me daba una inmensa felicidad trabajar con niños. Compuse los himnos de varias escuelas: algunos de ellos aún se tocan.
”En el año 1951 integré, como actriz fundadora, el Teatro Universitario, que creó ese año don Alfredo Sancho Colombari. Él venía llegando de México, lleno de grandes ideas. Participé en cuatro obras: los entremeses de Cervantes El retablo de las maravillas y La cueva de Salamanca, Prohibido suicidarse en primavera, de Alejandro Casona, y Espectros, de Ibsen, todas dirigidas por don Alfredo. Esta última pieza fue un proyecto muy ambicioso que nos valió excelentes críticas. Nos asesoraron dos eminentísimos actores españoles de la compañía Lope de Vega, que dirigía José Tamayo, y que había causado un verdadero furor nacional cuando en 1951 se presentó en el Teatro Nacional, con varias obras clásicas y modernas.
”Compuse muchas canciones didácticas. Cuando tuvimos que estudiar las esdrújulas, me inventé una tonada que decía: “Pánfilo, un escuálido músico sinfónico, esquelético, pálido y afónico, fue rápido al médico otorrinolaringólogo”. ¡Y funcionaban muy bien como instrumento pedagógico!
”Mandé mis primeros villancicos a un concurso en Italia, auspiciado por una organización llamada “Mujeres en la música”. He compuesto más de 50 villancicos. Todos evocan la felicidad de mis navidades infantiles. Algunos de ellos, como Noche azul y Mi niño campesino, se hicieron muy conocidos. Una cosa es segura: no le tendría tanto afecto a esta forma musical, si no fuera por aquellas bellísimas noches guanacastecas de mi temprana infancia, y el cariño de mis padres, que nos colmaban de regalos y atenciones.
”También he compuesto y sigo componiendo canciones de cuna: llevo 25 obritas de este tipo. Yo amo a los niños. Tal vez porque a mis 90 años sigo sintiéndome como una niña. Soy autora además de unas 40 canciones románticas. Pienso y pienso, y me digo, ¡bendito Dios, que me permite ver en cada hoja que brilla en un árbol una reluciente esmeralda! Viví rodeada de árboles, que son la mejor compañía que un ser humano puede tener. Soy una amante apasionada de la naturaleza.
”En Costa Rica, toda la gente cantaba y silbaba –una tradición que se ha perdido–. Silbaban los agricultores, silbaban las mujeres que iban a lavar al río, silbaban los niños y los viejitos. Es muy bello, silbar: un instrumento natural que Dios nos ha dado.
”A propósito de la naturaleza, cuando estudié para maestra en la Escuela Normal de Heredia, yo tenía que recorrer cuatro horas a caballo, desde Las Juntas de Abangares hasta Manzanillo. Ahí pasaba la noche. Al día siguiente atravesaba el golfo de Nicoya en lancha: ese tramo duraba dos horas. Dormía en Puntarenas. Luego tomaba el tren hasta San José –otras cuatro horas–, llegaba a la capital, y ahí cogía el bus de Heredia, que duraba una hora para alcanzar su destino. Recuerde, Jacques, que en esa época las calles eran para caballos, eran trillos polvorientos: cuando llovía se formaba un barro espeso y pegajoso, y a veces los buses y las bestias se quedaban pegados: ¡era toda una aventura! Yo era muy feliz.
”Los muchachos me cortejaban mucho: en Puntarenas se ponían a hacer acrobacias sobre la playa para que las chiquillas como yo los admiráramos. Por ahí de vez en cuando nos echábamos una miradita, y de ahí no pasábamos. Era una Costa Rica muy casta, muy pura, llena de gente buena y generosa. Yo aprovechaba la travesía del golfo para abandonarme a la ensoñación del mar: ahí surgieron muchos de mis poemas y melodías.
”He sido una mujer muy feliz. Tuve un esposo maravilloso – don Roberto Portilla Ibarra– con quien me casé en 1953, y que me acompañó hasta el 2009, cuando partió de este mundo.
”Seguiré componiendo villancicos: cada Navidad me depara nuevas ideas musicales y poéticas. Es un género que adoro, y que para mí encapsula lo mejor del hermoso mes de diciembre: ¿qué sería una Navidad sin villancicos? Y esa ha sido mi vida, Jacques: bendición tras bendición, música, poesía, naturaleza, gente bondadosa… Claro que toda vida tiene su lado oscuro, pero en la mía prefiero evocar la inmensa luz de luna y estrellas que la ha bañado, y que tanta música y poesía me ha inspirado”.
Doña Brunhilda se prepara ahora para iniciar sus segundos noventa años de vida: apenas va por la mitad de su recorrido. El mundo necesita desesperadamente gente como ella. Costa Rica sería otro país, si tuviese a diez Brunhildas de Portilla. Fue un bálsamo para el alma, un momento de epifanía, haber podido charlar con ella. •
cazador tras otro muere en condiciones misteriosas, y se siente a menudo como una venganza de la naturaleza misma. En el contexto del aumento de políticas derechistas antiecologistas y misóginas, Tokarczuk se ha posicionado como una figura decididamente contraria (este ángulo político de la historia lo recalca una brillante adaptación al cine de la novela, Spoor (2017), que le ganó el Oso de Plata en Berlín a Agnieszka Holland, la gran directora polaca).