La Nacion (Costa Rica) - Revista Dominical
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o he escuchado de todas las formas posibles. A lo largo de mis 28 años de vida, una y otra vez se me ha dicho que el cuerpo se acostumbra. Que con la edad, me vendrá el gusto por madrugar. Que es cuestión de madurar.
A lo largo de esos mismos 28 años de vida míos, me he sentido frustrado y decepcionado; a veces, incluso, molesto conmigo mismo.
¿Por qué es tan difícil para algunas personas levantarse temprano, cuando para otras es un estado natural? ¿Por qué algunos seres humanos son productivos cuando sale el sol y otros escribimos artículos a la 1:30 de la mañana, absolutamente despiertos y atentos?
El mundo moderno está construido en función de asociar despertarse temprano con ser exitoso y entregado al trabajo, mientras que salir de la cama a las 10 de la mañana es, en esencia, un pecado mortal; un sinónimo de vagancia, de desinterés y de malas decisiones.
Esto, por supuesto, no pasa del estereotipo. Nuestra civilización se ha construido en torno a este. Pero la ciencia ha demostrado que, en efecto, tener un reloj biológico nocturno no es una cues-
tión de costumbre ni madurez, sino una predisposición natural genética de cada individuo.
Es decir, que la capacidad de un individuo de despertar a las seis de la mañana sin que esto se convierta en poco menos que una tortura viene de nacimiento, y no es una capacidad adquirida.
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En la biología existe un concepto llamado “ritmo circadiano”, que se refiere a los ciclos que atravesamos todos los seres vivos en un periodo de tiempo determinado, y a las variaciones rítmicas fisiológicas que atravesamos en esos periodos.
Estos ritmos no se limitan al sueño, sino a toda función del cuerpo. “Cada hormona, neurotransmisor y químico en el cuerpo realiza ciclos con un ritmo diario”, explicó Philip Gehrman, un clínico e investigador del sueño de la Universidad de Pennsylvania, en un artículo publicador por la revista digital Vox.
Lo mismo se repite a lo largo de la flora y la fauna. Las plantas metabolizan, los perros duermen.
Eso sí, el ritmo circadiano –lo que popularmente llamamos reloj biológico o reloj interno– no está determinado a 24 horas exactas. De acuerdo con Gehrman, es más bien