La Nacion (Costa Rica) - Revista Dominical

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o que más temía era perder mi cueva, que para ese entonces consistía de dos cosas: una perra salchicha y atardecere­s.

El 31 de diciembre de 2015 puse todas mis cosas en un camión y me fui de la casa para vivir en un apartament­o con H. El 1° de enero amanecimos con el Primo en la sala, la mesa llena de botellas y mucho miedo, pero esto último lo admitimos tiempo después.

H y yo no somos pareja, pero hace como dos años nos dimos un beso. Fue insignific­ante. Bueno, no. Fue torpe. H piensa lo mismo.

Eso no nos dejó más remedio que ser amigos. Pero esta fue una de las mejores decepcione­s que la vida me ha dado. Junto a H llegaron muchos más. Todos hombres, todos peludos, todos raros, todos amigos, todos míos.

Decidimos vivir juntos porque sabíamos que seríamos perfectos cómplices. Yo no me quejo de sus pedos, y el tampoco de las míos.

También porque queríamos tener una casa a la cual pudieran llegar los demás cuando quisieran, porque así tendríamos dónde celebrar cumpleaños y goles.

Vivimos cerca de parques muy verdes por los cuales he aprendido a caminar con los ojos cerrados. He aprendido a sobrelleva­r una noche con sopas de ¢300, a vestirme con la piel empañada por el vapor de la ducha y también a no esconderme tanto, pero esta ha sido la parte más difícil.

Los primeros meses cuando escuchaba personas entrar con H apagaba la luz del cuarto y no hacía bulla para que pensaran que dormía, o si me despertaba primero que H entraba rápido al baño para no tener que topármelo en la cocina.

Dejé de hablarle a H también, me molestaba saber que estaba ahí, bostezando, caminando, masticando. Esas cosas.

Temía por mí y mi cueva: una caja roja, dentro de un cuarto con postales de un mar frío, dentro de una ciudad gris que es mía, completame­nte mía.

El problema es que hace hace unos años aprendí a estar sola, tan sola como todo el mundo recomienda. Que comer sola; que sí, yo puedo. Que ir al cine sola; sí, lo prefiero así. Que levantarme un sábado temprano, ir a la feria, desayunar, bañarme, agarrar un libro, caminar por la avenida, almorzar, caminar al parque, leer, tomar café, ver las palomas, el cielo, pasar por un helado, llegar a la casa, cambiarme, ir a la calle, tomar con los amigos, dormir; sí, ya aprendí a amar todo esto, a veces tanto que me aburro de estar sola. Soy ese panfleto. Luego pasaron muchas cosas horribles y otras no tanto, y todo cambió.

Desde ese último jueves de diciembre varias cosas buenas han pasado: conocí a alguien que siempre quise conocer, uso más vestidos que antes, celebramos el no cumpleaños de Marcelo, le deseamos feliz año a Cuadra por Skype mientras vive en España, H tiene citas donde tiene que comer ensaladas y sopas que no le gustan, yo paso algunas noches con C viendo videos de periodista­s cayéndose, y he encontrado nuevos escondites a los que puedo huir, unos más altos que otros, unos más oscuros que otros, pero todos míos. Por el momento.

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