La Nacion (Costa Rica) - Revista Dominical

La muerte subita y pacifica de dos amigos en la cena

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a muerte de Luciet Perot, de 69 años, y Olivier Boudin, de 38, parecía un rompecabez­as absurdo.

Los dos hombres habían fallecido dentro de una casa en Authon-du-Perche, un pueblo en el centro de Francia; los encontró una vecina que, durante más de 12 horas, pensó que estaban dormidos.

“A las seis de la mañana vi los dos cuerpos, uno de espaldas sobre el suelo y el otro sentado, en la entrada de la casa de Perot y pensé que estaban dormidos por la borrachera de la noche anterior”, le dijo la mujer, que no fue identifica­da, al diario francés L‘Echo Républicai­n. “Después volví a pasar y los vi en la misma posición y pensé que había sido una borrachera extrema”.

Pero, cuando pasó de nuevo por la ventana y los vio en la misma posición, sospechó lo que las autoridade­s confirmaro­n después: ambos hombres habían fallecido. Sus cuerpos no mostraban ningún signo de violencia o agresión física, ni había señales de que alguien hubiera intentado robarles o entrar a la casa por la fuerza.

¿Cómo mueren dos personas, de edades dispares, al mismo tiempo cuando no hay violencia de por medio?

Los dedos acusadores señalaron a la cena que los hombres dejaron a medio comer: frijoles enlatados, un trozo de pan, queso, carne y una botella de vino.

De acuerdo al reporte de los medios locales, la policía especuló con que se trataba de un caso de botulismo virulento, o sea, que se habían envenenado por la comida enlatada.

Tenía todo el sentido, pero tras un análisis de parte de las autoridade­s, se confirmó que no, que no había problemas con la comida. Que la historia tenía un giro mucho más inesperado, mucho menos probable.

Perot, dueño de la casa, se había atragantad­o con un pedazo de carne que no pudo masticar adecuadame­nte, pues le faltaban dientes.

La asfixia se lo llevó, pero tuvo réplicas: Boudin, quien tenía una condición cardíaca congénita, atónito por ver a su amigo atragantar­se hasta la muerte, sufrió un infarto que terminó por matarlo también.

Los vecinos respiraron aliviados; defendían que Perot y Boudin eran gente buena y sin enemigos. El azar, en cambio, no estuvo de su lado.

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