La Nacion (Costa Rica) - Revista Dominical
Á6 6
ada vez que el Sol de México recuerda a su padre, este emerge del abismo como el añoso Cronos, dispuesto a devorarlo y a deglutir sus entrañas.
Despierta de sus desvaríos y lo ve ahí: menudito, enclenque, con aquel ridículo bigote y la sonrisa enajenada con que interpretaba Frente a una copa de vino. Y escucha: “me da una pena tan grande, que me tengo que reír”.
Una carcajada eterna es lo que debe de escucharse en el más allá –si es que ahí hay redes sociales– cada vez que el alma de Luisito Rey lanza un vistazo a este mundo, y oye las mil y una maldades que le causó al pobre de Luis Miguel, convertido por la magia
del mercadeo en un mártir artístico. Canalla, explotador, adicto, celoso y agréguele completa La Biblia del insulto, de María Irazusta, para tener una leve idea de lo que pudo haber sido Luisito con su retoño y peor aún con su mujer, Marcela Basteri.
La poco maternal Bette Davis podría resumir la relación entre LuisMi y su padre en esta frase: “Si nunca haz sido odiado por tus hijos, nunca haz sido padre.”
En Luis Miguel, la serie, presentan al infeliz como un ser desnaturalizado, interpretado por Óscar Jaenada; peor que Barbazul y más malo que la leche de gata viuda.
Los expertos en imagen sembraron minas antiperso- nales, en todas las redes sociales; Luisito se convirtió en el muerto más despreciado y Micky emergió como la víctima de su egomaníaco padre.
Quienes conocieron a los dos especímenes coinciden que es un ajuste de cuentas, solo que Luisito ya estaba tieso desde el 9 de diciembre de 1992, cuando pagó todas sus zanganadas.
Los más atrevidos piensan que entre ambos son más las semejanzas que las diferencias; uno es un intérprete “de tres al cuarto” y el otro era más necio que una mosca cojonera.
En la Internet “colgaron” un video donde los dos se abrazan, se besan, se soplan la nuca y queman incienso mutuo, en el desaparecido programa televisivo Siempre en Domingo.
Un enemigo de Luisito se tomó la molestia de enlistar el decálogo de las vilezas que le hizo a su retoño, y seguro pensó en lo que dijo el escritor francés, Jules Renard: “No todos tienen la suerte de ser huérfanos.”
A Rey, no “mi rey”, le endosaron forzar a su hijo a dejar la escuela para dedicarse de lleno a la cantada en bares de baja estofa; drogarlo a punta de efedrina para aguantar, sin desmayarse, las extenuantes jornadas faranduleras.
Era posesivo, dominante y celoso; nunca dejó trabajar a la pobre Marcelita y la tenía amarrada a la cocina, al servicio doméstico de él y los