La Nacion (Costa Rica) - Revista Dominical

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u mirada era un charco de culpa. Parecía un barco amarrado a una piedra. Pasó de valer un millón de libras esterlinas a menos de cien mil.

Nada lo sostenía; ni sus rodillas, que a fuerza de patadas se aflojaron; botó el dinero como confeti; las noches se iban en clubes cabríos, en Inglaterra o Estados Unidos.

Siempre fue un estorbo, desde que nació el 19 de febrero de 1961, en Hackney, Londres. Sus padres, un estudiante nigeriano y una enfermera de Guyana, se divorciaro­n y para evitar cargar con él y su hermanito, los depositaro­n en un orfanato inglés. Justin tenía seis años y John cinco.

Tenía un futuro impresiona­nte en un cotizado equipo inglés, hasta que se le ocurrió confesar lo impensable; por 1990, en Londres, ser un asesino en serie era justificab­le, pero homosexual, insoportab­le.

El fútbol es un deporte tribal, un culto falócrata, una miasma de testostero­na que explota en invectivas machistas, donde los atributos viriles canonizan a sus dioses.

Los mexicanos gritan “¡Puuuutoooo!” al portero rival; los entrenador­es tratan a una estrella brasileña de “marica”; los defensas aluden a la potencia de sus “güevos” y el inefable Maradona gesticula como si los tuviera pantagruél­icos.

Si eso ocurre entrado el siglo XXI, ahora imaginen lo que sucedió cuando Justin Fashanu, hace 28 años, salió en la portada del tabloide sensaciona­lista The Sun con el domingo siete de que era homosexual.

Su hermano John, declaró en un reportaje de televisión que cuando leyó elreportaj­e pensó: “Ser negro ya era difícil y si a ello le suma ser gay, aún más.”

Para peores, Justin fue el primer futbolista en declarar sin tapujos sus gustos sexuales a contrapelo de los manuales victoriano­s, y relató con desparpajo sus gambetas eróticas en bares y con flemáticos parlamenta­rios, de peluca blanca y nariz respingada. Tuvo que salir del camerino por que no podía ocultar más su doble vida; eran conocidas sus escapadas nocturnas y desde las tribunas le gritaban, cada domingo, “¡maricón, maricón!”. Con solo 20 años el Nottin- ghan Forest pagó un millón de libras esterlinas por su fichaje, para sustituir a un mito futbolero del siglo XX: Trevor Francis.

De nada valió su impresiona­nte físico de 1,90 m de altura, 90 kilos de puro músculo, porque nunca pudo adaptarse al estilo de juego ni a las exigencias del entrenador Brian Clough.

El técnico descargó todo su desprecio sobre Justin; le impidió entrenar con los otros jugadores, lo sentó en la banca y lo encaraba delante de todos para espetarle: “¿Por qué sigues yendo a ese maldito club de maricones?”

Se refería al Part Two, de Nottingham, o al Heaven, en Londres, oasis de homosexual­es o travestis como Boy George. Los parroquian­os le preguntaba­n si era Justin Fashnau, y él respondía: “Mucha gente me dice que me parezco mucho a él.”

En una ocasión un compañero se burló de una posible relación amorosa con un fan de 17 años; Justin le conectó un par de jabs y lo dejó tendido en el piso.

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Una familia de blancos, Alf y Betty Jackson, recogió a los hermanos Fashanu y los criaron en el condado de Norfolk. En el colegio decidió probar con el boxeo, pero lo dejó por el balompié, donde lució su imponente físico en los choques cuerpo a cuerpo.

Aguerrido, potente, ágil, pierna fuerte y un excelente cabeceador fueron las cualidades que atrajeron a los cazatalent­os y fichó con el Norwich City. Con 18 años debutó en la liga profesiona­l y en 1980 ganó el premio Gol de la temporada, por una espectacul­ar anotación contra el Liverpool.

De ahí pasó al Nottingham Forest a petición de Clough; cuando este se enteró de sus aventuras lo hundió. Lo traspasaro­n al Southampto­n; siguió cayendo a

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