La Nacion (Costa Rica) - Revista Dominical
En total, son ocho las puertas que dan paso a la ciudad antigua de Jerusalén, que cuenta con una muralla construida por Solimán el Magnífico durante la invasión del imperio otomano. Cada una posee diferentes nombres y guía hacia diferentes pasajes de la c
güedad, así como cristalería, cerámica y grandes cantidades de piedras que ayudan a entender cómo era la vida antes de la era común.
En este centro de antropología se extienden largas tiendas transparentes que funcionan para separar los materiales que se encuentran en las excavaciones. Macetas de barro y mangueras son los insumos esenciales para este trabajo.
Una muchacha, estudiante de antropología de la Universidad Hebrea de Jerusalén, es parte de este equipo. Me cuenta que le alegra ser parte de esto, que “estamos hablando de piezas que no han sido tocadas en miles de años”.
La emoción no es menor pues, cada vez que se excava en Jerusalén, algo importante se encuentra. El interés, además de ser arqueológico, también rebota en factores religiosos.
Días después, cuando visité el Santuario del Libro ubicado en el Museo de Israel, me reencontré con el curador Adolfo Roitman, a quien conocí un año antes.
Roitman está consciente que, el mínimo descubrimiento ocurrido, afecta el patrimonio de identidad del pueblo de Israel. “Hay gente que mataría o se dejaría morir por lo que se encuentre en este país”, asegura.
El doctor Roitman, nacido en una comunidad judía de Argentina en 1957, llegó para quedarse en Israel desde los años 90. Con tan solo 37 años, se convirtió en el segundo curador en la historia del Santuario del Libro de Jerusalén.
Fue así como el argentino se transformó en el protector de los rollos del mar muerto, descubrimiento que se considera la más importante revolución intelectual del siglo pasado. En 1946, en unas cuevas cercanas a las ruinas de Qumrán, unos pastores beduinos encontraron unos rollos dentro de unas vasijas. Se descubrió que estos rollos contenían manuscritos de los años 250 a. e. c. y 66 e. c., entre los que destaca un texto completo del libro del profeta Isaías.
Basándose en estas reliquias que tiene bajo su custodia, el doctor deja muy claro cómo la religión interviene por completo en la construcción del modo de vida. Ha dedicado su carrera a estudiar estos rollos para comprender el alcance de lo que se puede encontrar en Israel. “Las personas están dispuestas a hacer lo que sea que digan estos textos. Es un acceso directo para hablar con nuestros antepasados, por lo que estos descubrimientos son lo más cercano a la experiencia del viaje por el túnel del tiempo, y hay que asumirlo con serenidad”.
LA ANTIGUA CIUDAD
Unos cuantos kilómetros bajo el monte, se destapa la ciudad vieja de Jerusalén. Es una ciudad amurallada cargada de colores, mercados, bazares, casas y un aura espiritual.
Ocho puertas abren el paso a esta ciudad de intercambio cultural, que hace recordar el significado de Israel como cuna de la humanidad. Aquí se encuentran importantes sitios sagrados para judíos, musulmanes y cristianos, quienes se topan entre sí al transitar los estrechos callejones en común.
En la ciudad amurallada da la impresión de que, donde sea que uno pise, siente que toca historia sagrada. Cada pared, incluso la baldosa más común, pareciera algo excepcional.
El punto de mayor interés en la ciudad vieja se encuentra en la explanada del monte Moriá, donde se ubicó el Templo de Jerusalén, construido por Salomón, hijo del rey David. Lo que comenzó como un tabernáculo se convirtió en el santuario principal del pueblo de Israel, tras su total construcción en el siglo XIX antes de la era común.
La principal reliquia que contenía este templo fue el Arca de la Alianza, el cofre que poseía las Tablas de la Ley entregadas por Dios a Moisés en el monte Sinaí. La única persona con acceso al Arca de la Alianza, ubicada en una compuerta final del templo llamada Santo Sanctórum (santo de todos los Santos) era el Sumo Sacerdote, quien solo entraba al sitio una vez al año para el Yom Kippur (la fiesta judía del perdón).
En el 587 a. e. c. el templo fue destruido por el imperio babilonio; posteriormente fue construido por Zorobabel en el 515 a. e. c., luego fue ampliado por Herodes en el siglo I a. e. c. y, en el año 70 de nuestra era fue destruido por el imperio romano.
Toda esta carga histórica pareciera imprescindible para comprender el significado de entrar a la explanada del Muro de los Lamentos, que es sinónimo del único remanente del Templo de Jerusalén.
Una vez superada la revisión de seguridad, ingresar a la explanada resulta una impresión superlativa. Un ancho trapezoide deja ver al fondo