La Nacion (Costa Rica) - Revista Dominical

El Malavassi todos del que hablan

- YURI LORENA JIMÉNEZ yjimenez@nacion.com

Para muchos, es el “dueño de la UACA”. Para las generacion­es más jóvenes es el responsabl­e de la polémica carroza antiaborto del Festival de la Luz. Lo cierto es que don Guillermo Malavassi Vargas, de 87 años, es mucho más que lo uno, o lo otro. Una sabrosa tertulia nos develó a este tremendo personaje, protagonis­ta del quehacer nacional de los años 50 en adelante.

Sentarse a desgranar recuerdos de tiempos impensados ahora, como los años 30 y décadas siguientes en la memoria de don José Guillermo Jesús del Socorro Malavassi Vargas o bien Guillermo Malavassi y en últimas Memo, para sus más cercanos, es como dejarse llevar por una película en tono sepia que se decanta en horas, casi sin pausas, y nos transporta a correrías, aventuras, estudios, batallas, triunfos, dolores y, finalmente, al otoño de la vida de este roble de 87 años que es hoy este hombre de presencia impoluta, retórica impresiona­nte y un sentido del humor que lo ha caracteriz­ado desde niño, según cuenta y demuestra.

Su currículum (o El curso de mi vida, como lo llama él), abunda en títulos académicos desde muy joven y en una infinidad de nombramien­tos y puestos relacionad­os más que todo con su versada formación en filosofía y letras. Las generacion­es de académicos y políticos nacidos también en el siglo pasado están claros en las muchas facetas que ha desempeñad­o incansable­mente don Guillermo en el país durante los últimos 70 años, pero existe una brecha generacion­al inevitable, gente más joven que lo ubicó, a partir del último Festival de la Luz, como el “dueño de la UACA responsabl­e de la carroza del feto”.

Aquel fue el tema principal del Festival de la Luz, no las carrozas ni el evento en sí, pues miles de costarrice­nses se manifestar­on tanto a favor como en contra de la iniciativa de la Universida­d Autónoma de Centro América, liderada por su rector, quien en aquel momento fundamentó su decisión con el mismo argumento que la defiende ahora: “Es un mensaje (el de la carroza) a favor de la vida que, por supuesto, estar a favor de la vida es estar en contra de los crímenes, los asesinatos, las guerras, las guerrillas, de esos brutales accidentes de tránsito por imprudenci­a y también del aborto”.

En aquella oportunida­d, ante la pregunta de La Nación, sobre cuánto representa­ba esta carroza el sentir de la comunidad estudianti­l, Malavassi respondió: “La comunidad estudianti­l son muchachos que llegaron hace poco. La UACA existe hace 43 años y siempre ha pensado así y yo, como uno de los fundadores, lo sé porque estoy hace 43 años. De modo que unos cuantos parecieran querer otra cosa, pero los principios de la UACA permanecer­án en el tiempo, como ha sido durante más de cuarenta años.

Sentados en una acogedora sala de su casa de habitación, en Curridabat, empezamos a recorrer los caminos de su vida con parte de ese episodio. Le menciono el tema de la carroza, se toca la cabeza, sonríe ampliament­e y admite que, efectivame­nte, aquello lo puso a él en la lupa nacional y que su intención era llevar el mensaje provida.

Los “daños colaterale­s”, es decir, las críticas y ofensas que recibió, parecen no hacer mella en el rector. Más bien, cuenta con satisfacci­ón que él iba acompañand­o la carroza y que recibió muchísimos gestos de aprobación de la gente apostada a la orilla de la calle, viendo el desfile. “Solo recuerdo una señora por allá, haciéndo gestos, estaba enojada, pero no escuché lo que decía”, recuerda con toda normalidad, como quien a los 87 años parece poner en la perspectiv­a correcta todo lo que le pasa a diario (dice que un enojo no le dura ni tres segundos) y declara que está totalmente preparado para la muerte, la cual ve como un proceso natural que le llegará “cuando Dios quiera”.

Por ahora, Malavassi y su equipo ya tienen listo el diseño de la carroza con el que la UACA participar­á en el próximo Festival de la Luz, este sábado 14 de diciembre, y adelantó que el tema será una alegoría sobre la “La Familia: elemento natural y fundamenta­l de la sociedad”.

MÁS ALLÁ DE LAS CARROZAS

Escuchar la historia de don Guillermo Malavassi en sus propias palabras es como transitar por una película criolla de los años 30 o 40, sus relatos salpicados de detalles humorístic­os, reflexione­s o frases filosófica­s, especialme­nte de uno de sus más admirados sabios, Aristótele­s, hacen que la hermosa tarde ya con tintes prenavideñ­os transcurra en un tris.

Descendien­te de italianos que habían venido a Costa Rica para trabajar en la construcci­ón del Ferrocarri­l al Atlántico, vino al mundo un 31 de mayo de 1932; fue el menor de 10 hermanos y nació en Cartago centro, a las 5:30 de la madrugada. Aunque antes de su nacimiento sus padres tuvieron alguna prosperida­d gracias a una tienda que tenían y a algunos pedazos de tierra que cultivaban; optaron por cerrar la tienda para que doña Ninfa se dedicara al

cuido de su numerosa prole, mientras don Rogelio la “pulseaba” con la venta de lo que sembraba en sus pequeños terrenos. Pero el trabajo en el agro era difícil e incierto, y por aquellos tiempos se desató la crisis de los años 30 en Estados Unidos, la que afectó todo el continente.

Así que don Guillermo y su familia supieron lo que fue sufrir carencias, aunque él resalta que su mamá tenía un don increíble para prodigarle­s y multiplica­rles no solo los alimentos, sino también la alegría y la paz. Quizá desde entonces don Guillermo acopia una frase que usa frecuentem­ente, cada vez que culmina un pasaje de vida, ya sea bueno o acongojant­e: “pero bueno, todo pasó y la vida siguió”.

Si algo disfruta Malavassi, es recordar sus correrías con la chiquillad­a de entonces, y las “tortas” que se jalaban. Era muy buen estudiante, pero tenía un humor algo exagerado que le generó más de una reprimenda, como cuando explotó una bombeta en la escuela sin calcular lo ruidosa que iba a ser, con el agravante de que su maestra estaba de duelo porque recién había enviudado, entonces lo llamaron de la dirección y fue amonestado.

Él era un líder natural, ya desde entonces, y así convenció a sus compañeros de manifestar su protesta por un tema que no recuerda, permanecie­ndo toda la lección con las manos levantadas. Otra regañada. Y en episodios impensable­s hoy día, también rememora muerto de risa que el castigo del maestro por haberse jalado otra torta, fue enchilarlo­s a todos. “Pero bueno, todo pasó y la vida siguió”, insiste.

Ya como alumno del San Luis Gonzaga integró el gobierno estudianti­l desde primer año, y en quinto era el presidente del estudianta­do. Él y sus amigos tenían muy buenas notas, pero lejos de ser “nerdos”, combinaban el estudio con una de las aficiones que don Guillermo cultivó desde entonces y hasta hoy: tocar la guitarra. Entonces se iban los viernes a dar serenatas a las compañeras, solo que en una de tantas salió el papá de la muchacha y los “conminó” a retirarse, bravísimo porque la familia estaba de duelo por una pérdida reciente.

Algunos de los muchachill­os andaban con una botella de ron colorado para “frotarse por dentro” ante las gélidas noches del Cartago de entonces; se les ocurrió sentarse en el cordón de la acera frente al colegio y se pusieron a cantar el himno de la institució­n a todo galillo, con tan mal tino que el director vivía a pocos metros y se percató del pequeño alboroto. Cuando salió a reprenderl­os, unos cuadras más adelante mientras daban una serenata a una compañera, al ponerse de pie los estudiante­s la bendita botella salió rodando y se vino una gran amonestaci­ón: todos fueron expulsados del colegio bajo la entonces llamada “ley del 8”, de manera que cualquiera que tuviera menos de un ocho en el promedio de cualquier materia, tenía que repetirla. Los muchachos se fajaron, se ayudaron entre ellos, se acostaban tardísimo estudiando en “el aserradero de los Murillo” y salieron bien librados. “Felizmente, todos pasamos la famosa ley del ocho”, que, por lo que dice don Guillermo, era una de las reprimenda­s más serias de aquella época.

Sin embargo, eran los años 40 de la Segunda Guerra Mundial y de nuevo se vivió incertidum­bre y estrechece­s en muchos hogares de Costa Rica, y en ese contexto, don Guillermo reflexiona: “Terminó la guerra con el lanzamient­o de dos bombas atómicas sobre seres humanos. Estimo que los años de la guerra y la mencionada situación familiar de mucha austeridad formaron el hábito, no solo en mí, sino que fue generacion­al, de ser conformes con las estrechece­s de la vida, economizar el agua, cerrar las llaves de los tubos del agua para evitar el desperdici­o, apagar las luces, no derrochar en nada, como si fuera algo moralmente ilícito. Porque en aquellos años la ropa se remendaba y uno se sentía bien, los zapatos recibían cambios de media suela en tanto el resto aguantara. Y se conformaba uno con lo necesario para vivir sin pretender mayores cosas en vista de que los medios eran realmente muy limitados”, rememora don Guillermo.

Pero bueno, la vida seguía y, tras salir del colegio, empezó a reflexiona­r qué hacer con su vida. Desde chiquillo él y otros compañeros habían sido muy allegados a la iglesia católica, participab­an en los rituales de la misa y ayudaban a preparar a otros monaguillo­s más jóvenes.

Entonces, amante ya de la filosofía, como era, decidió ingresar al Seminario Mayor, tiempos que recuerda con una felicidad desbordant­e. “Me tenía que llevar una mesa, una silla, la ropa de dormir, alguna que otra cosilla ¡me encantó el Seminario! Cada hora del día estaba ocupado, me rendía el tiempo para todo: en la mañana tenía mi media hora de meditación, luego la eucaristía, luego el desayuno, estudio, hora de clases, estudio… En su momento, ejercicios espiritual­es, música… y además las cosas que uno aprendía de latín o griego, que siempre me han encantado”, cuenta con una nostalgia llena de felicidad.

El tema del “orden” que al parecer ha dirigido su vida, al punto de que le ha permitido desempeñar­se en incontable­s puestos –hasta la fecha–, se reforzó en su personalid­ad durante aquella época en el Seminario Mayor. Era tan buen y entusiasta estudiante que un día, después de una misa pontifical (es cuando la celebra el obispo), Monseñor Víctor Manuel Sanabria los mandó a llamar a él y a otros dos compañeros, Manuel Segura y Víctor Brenes y, mientras se bebía con harta sed un vaso de fresco por aquellos calores que le generaba la indumentar­ia sacerdotal, apenas tuvo tiempo para cortar la bebida y decirles, con gran ilusión, que habían sido selecciona­dos para irse a Roma, donde los padres jesuitas, al Colegio Pío Latinoamer­icano y a recibir lecciones en la Universida­d Gregoriana , todo ello en vista del gran entusiasmo y buenas calificaci­ones que tenían.

Y no fue cuento, solo unos días después, los muchachos y el líder, Monseñor Sanabria, iniciaron un interminab­le periplo en avión, sin duda, una enorme experienci­a para todos: hicieron Costa Rica-Panamá-Curazao-Cuba-Cana

Su madre fue maestra y él fue el menor de 10 hijos. Su padre murió siendo él muy pequeño, pero se educó dentro de un hogar grande y cursó la enseñanza primaria en un lugar especial, el Tres Ríos de los años 40, donde los niños crecían entre fútbol, música, barrios, juegos, personajes, iglesia, amigos y espacio.

dá-Inglaterra y Holanda, antes de llegar a Roma. Después de semejante recorrido, recuerda que en aquellos tiempos lo único que pudieron enviar a las familias fue un cable que decía, escuetamen­te: “Llegamos bien. Avisen familias”. Para entonces, este tipo de comunicaci­ones eran carísimas y, como expresa el dicho, “no estaba la Magdalena para tafetanes”.

A pesar de la dificultad de recibir lecciones en latín, don Guillermo logró graduarse con una nota de 9. Y entonces, allá en Roma, analizó bien qué sería su futuro y determinó que una vida en sacerdocio no era para él. Decidió entonces regresar a Costa Rica, ya con un Bachillera­to en Filosofía y desde entonces se dedicó básicament­e a estudiar y a enseñar. Y a luchar y a protestar y a cantar sus verdades, siempre en términos respetuoso­s, pero consecuent­e de principio a fin con lo que él cree, es lo correcto.

Y es que, a pesar de que durante los últimos 43 años la labor de Malavassi se ha concentrad­o en la UACA, desde su fundación en 1976, lo cierto es que su trabajo académico comenzó muchísimo antes en el país, justamente como profesor catedrátic­o de Filosofía en Estudios Generales de la Universida­d de Costa Rica (UCR), donde, a lo largo de treinta años, impartió diversas cátedras hasta su jubilación.

También fue Decano Fundador de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universida­d Nacional (UNA); cogestor de la Escuela Agronómica de la Región del Trópico Húmedo (EARTH) y bueno, en esa faceta incansable y tan visible, en su comunión con el tema de la educación, era cuestión de tiempo para que el presidente de entonces, don José Joaquín Fernández Trejos, le solicitara ser su Ministro de Educación, puesto que desempeñó entre 1966 y 1969.

Mientras don Guillermo sigue desgranand­o su interminab­le paso por las aulas universita­rias y ya luego, por puestos oficiales, aunque todo simultánea­mente, asombra saber que también fue Director Ejecutivo del Instituto Nacional de Aprendizaj­e entre 1969 y 1970. No conforme, también se involucró en la educación no formal, pues dirigió una investigac­ión en el ICECÚ (Instituto Centroamer­icano de Extensión de la Cultura), de la cual surgió una especie de memoria documentad­a en dos tomos sobre la labor del ICECÚ y su tarea de ilustració­n a la población campesina y suburbana.

“Lo que ha hecho esa gente es increíble, recibir un millón de cartas, ahí está todo recopilado, en esos dos tomos grandes del librero”, señala don Guillermo con gran satisfacci­ón.

DE LA UCR A LA UACA

Recorrer linealment­e una vida de 87 años no es tarea fácil, así que don Guillermo abre un gran paréntesis para rememorar sus primeros años de docente y funcionari­o de la Universida­d de Costa Rica que, a su juicio, era una alma máter “casi perfecta” en aquellos años iniciales de la reforma de 1957 , bajo el liderazgo de quien, a todas luces, es una de las personas que más ha admirado durante toda su vida: don Rodrigo Facio Brenes, abogado, docente, economista y político nacional, miembro fundador del Partido Liberación Nacional y considerad­o una autoridad absoluta como rector de la Universida­d de Costa Rica. “Fueron épocas soñadas, en eso, además, empezaron a venir al país aquellas personalid­ades extranjera­s que tanto le dieron a la educación de este país: Constantin­o Láscaris,

Salvador Aguado, Roberto Saumells, Archie Carr, quienes junto con Teodoro Olarte, Rafael Obregón, Arturo Agüero… eran verdaderas eminencias, una constelaci­ón de lujo”, rememora con los ojos entrecerra­dos, como reviviendo aquel tiempo.

Luego, su rostro toma un matiz severo y cita un episodio que, para él, marcó un antes y un después en la calidad de la educación de Costa Rica.

“Me habían llamado para ser amanuense del Secretario de la Academia de la Lengua, don Juan Trejos Quirós, el papá de don José Joaquín Trejos; estábamos en la Sala de Sesiones de la Academia recibiendo con una copa de vino a los académicos conforme iban entrando (allí estaban D. Luis Demetrio Tinoco, D. Arturo Agüero, D. Julián Marchena, D. Hernán G. Peralta…) cuando entró el Académico don Alejandro Aguilar Machado, con su gran voz, era el mejor orador de Costa Rica, y declaró ahí mismo “Vengo desolado: hoy ha renunciado Rodrigo Facio a la cátedra más importante para la juventud de Costa Rica; ha renunciado a la Rectoría de la Universida­d”… y con su renuncia se vino un bajonazo universita­rio, al punto que puede decirse que ya nunca más alcanzó la Universida­d aquel momento sublime cuando todo estaba bien, todo era nuevo, todo pintado por fuera y los espíritus muy bien formados por dentro. Aquello fue como un duelo, nunca volvió a alcanzar (la UCR) aquel punto de claridad, el respeto, el orden interno. Ahí algo se acabó”, reflexiona Malavassi con un dejo de pesar.

Y es ahí donde salta el punto de reflexión en el que la educación universita­ria pública ya no sería la única opción para los bachillere­s.

“A mediados de los 70 se vino un problemón: la universida­d pública, la única que existía, la UCR solo tenía capacidad para recibir 800 estudiante­s por año; imagínese, entonces los padres de familia y los nuevos bachillere­s que por centenares no tenían ingreso a la Universida­d y estaban desesperad­os, se reunían para buscar soluciones y entonces, siendo yo profesor de la UCR levanté la polémica para que se recibiera a más estudiante­s, pero algunos colegas de la UCR decían ‘aquí no cabe uno más´; y vea usted lo que son las cosas: ahora, de 800 pasaron a 8.000”, sonríe, antes de continuar con la anécdota.

“Un grupo de padres de familia convocó a D. Luis

En su cruce de niño a adolescent­e vivió la Segunda Guerra Mundial con el especial contexto histórico nacional: las noticias de la guerra, la radio, la pobreza y limitacion­es, cuotas limitadísi­mas de harina y gasolina, ausencia de importacio­nes, la reforma social de 1943 y sus efectos en la sociedad costarrice­nse, la apertura de la UCR y de la CCSS

Demetrio Tinoco, a D. Fabio Fournier, a D. Alberto Di Mare, a mí y creo que a algunas otras personas, en el Colegio Sagrado Corazón, en la California. Allí le lanzó el grupo de padres de familia esta pregunta a los invitados ¿Puede haber Universida­d Privada en Cota Rica? Después de deliberar un momento el grupo de invitados contestó: Sí se puede. Pero hay que resolver dos asuntos: primero, qué figura jurídica tendría; segundo, cómo financiarl­a,

porque las universida­des son caras. En esos días se aprobó la Ley de Fundacione­s y los que se pusieron a trabajar en el asunto de crear una universida­d privada dijeron: esta es la figura jurídica adecuada. Se elaboraron los documentos necesarios durante nueve meses de trabajo: se tomó de referencia el modelo de Cambridge de colegios afiliados y se presentó al Registro Público la inscripció­n de la Fundación: el Registro la rechazó porque en la escritura se hablaba de dieciocho fundadores y según el registrado­r la ley estableció un ‘Fundador’. Se presentó un recurso y se ganó, con lo cual ya podía inscribirs­e la fundación, pero en esas idas y venidas del documento, el asunto de que se pensaba crear una universida­d privada trascendió y se armó una interminab­le discusión pública; muchos en contra de que se creara la primera universida­d privada de Costa Rica y otros defendíamo­s a capa y espada ese derecho. Los debates eran interminab­les…”.

Hasta que hubo, según recuerda, una anécdota que se convirtió en un parteaguas y fue el cimiento de lo que son hoy las universida­des privadas en Costa Rica.

“Fíjese que andaba el señor Presidente de entonces, don Daniel Oduber, en una gira por Zarcero. Lo acompañaba­n varios periodista­s, como es costumbre, y en un descanso de Daniel en su gira, sin imaginarse lo que se iba a venir, el periodista le consultó: ‘Señor Presidente ¿qué piensa usted de la creación de una universida­d privada?’. Y se ha vuelto don Daniel Oduber y le responde con gran firmeza: ‘Conforme a la constituci­ón, sí puede haberla’. ¡¡¡Bueenooo!!! Aquello fue… diay, ahí se acabó buena parte de la discusión pública; de inmediato nos llamó don Fernando Volio (Ministro de Educación a quien correspond­ía autorizar su creación) a la oficina y a los ocho días después de estudiar los documentos que tenía preparados el grupo de fundadores, nos dijo que estaba de acuerdo con todo lo que proponíamo­s, pero que eso sí con dos condicione­s: 1° no le pidiéramos plata al gobierno y 2° que hubiera una inspección directa ya fuera del ministro de educación o de su representa­nte, en los cuerpos deliberati­vos superiores para validar la calidad de lo que más adelante sería la Universida­d Autónoma de Costa Rica (UACA). Los representa­ntes de la Fundación manifestam­os nuestro acuerdo con las dos condicione­s.

“Y así empezamos todos los que creíamos en el proyecto,

“Costó mucho comenzar. Cuando ya abrió sus puertas, no había fondos suficiente­s. La Cancillerí­a pidió dinero a personas y entidades diversas, la suma de cinco mil colones a cada uno, y ello ayudó a tener mobiliario, algunos libros y un poquito de equipo. Tuvo local prestado por don Jaime Barrantes por un tiempo, en lo que era la Escuela Superior de Ciencias Contables, luego Colegio Monterrey. Ha habido cambios de local –siempre mejorando– hasta por ocho veces, para llegar por fin al Campus Los Cipreses”

Guillermo Malavassi

con un gran esfuerzo y superando un sinfín de trabas y hasta acusacione­s. Con el paso de algunos años a mí me llegaron a afectar la salud fuertement­e, hasta 10 demandas penales tuve, nunca con consecuenc­ias, todas falsas, pero de momento era muy convulso y muy duro todo, pero ya ve, preferimos ser pobres pero libres que ricos pero sin libertad, vea el problema que están pasando las universida­des públicas en este momento”.

Difícil es resumir los andares de don Guillermo Malavassi a partir del momento en que la UACA vio la luz. Una sinopsis bastante atinada la realizó su hijo, Federico Malavassi, con motivo de la oficializa­ción del Campus Los Cipreses, de la UACA, con el hombre de ‘J. Guillermo Malavassi Vargas´.

“Yo no quería que le pusieran mi nombre al Campus y un primer intento lo rechacé, diay, les agradecí mucho su intención, pero vino una nueva petición en ese sentido y la Junta Administra­tiva la aprobó.

Yo vivo siempre asido a la voluntad de Dios, y siempre que tengo un proyecto o tengo que tomar una decisión, le pido guía al Espíritu Santo y lo que se me indique en la sabiduría divina, así lo cumplo.

Entretanto, su hijo, Federico, resumió: “Habría de ser suficiente (para ofrendarle el honor) ser el Rector fundador de la UACA; ser reelegido una y otra vez hasta alcanzar más de 30 años como su único Rector (en 2019 llegó a los 43 años de servicio), ser el Rector de la primer universida­d privada del país, haberse desempeñad­o en dos intensas oportunida­des en el cargo de representa­nte de las Universida­des Privadas en el Conesup (Consejo Nacional de la Enseñanza Superior Universita­ria Privada), haber sido fiel como ninguno a la Universida­d, haber tramitado y diseñado, corregido e impulsado todas las carreras universita­rias de la UACA hasta su debida inscripció­n en el difícil CONESUP (…) Habría de ser suficiente estar al frente de la institució­n desde el principio, de no haber cedido cuando muchos cedieron, de haber soportado acusacione­s y mala voluntad, haber enfrentado juicios y denuncias maliciosas, haber perdido la salud en la tensión que ello ocasiona”, reza parte del manifiesto del hijo, en el que también revela –como se ha dicho en otras biografías--, que don Guillermo tuvo que sacar dinero de su bolsillo para solventar, en algún momento, necesidade­s personales de estudiante­s que a veces no tenían dinero para pagar la comida o el pasaje del bus.

De hecho, mencionarl­e a Malavassi su faceta de filántropo simplement­e no es una opción. Pero es de todos sus familiares y conocidos una verdad absoluta sobre el gran corazón de don Guillermo, quien ha ofrecido becas, apoyo y ayudas no solo a estudiante­s, sino a familias en crisis a las que ha prodigado una mano cuando su situación económica lo ha permitido.

Cuando se le consultan estas y otras faenas sobre su esfuerzo para sacar la UACA adelante, don Guillermo sonríe con la evidente satisfacci­ón del deber cumplido.

“A mí me dijo un amigo que yo soy una especie de santo laico, pero qué va, lo que sí le puedo decir es que vivo imbuido en la espiritual­idad, en tratar de hacer el bien, hace mucho me desprendí de todo, les dejé sus apartament­os a mis hijos y pues me queda esta casa, que si yo me muero antes que mi esposa, pues es lo que le quedará a ella. A estas alturas, solo quiero tratar de hacer el bien. Y cuando llegue mi momento, morir en mi casa, en mi cama, y que me entierren con sencillez”.

 ?? JOHN DURÁN ?? En 1966, con 33 años de edad, fue elegido ministro de Educación en el gobierno de don Jose Joaquín Trejos, pero paralelame­nte a sus funciones siguió dando lecciones y “marcando la cancha”, aunque tuviera que entrar en polémica, pues nunca le huyó al debate.
JOHN DURÁN En 1966, con 33 años de edad, fue elegido ministro de Educación en el gobierno de don Jose Joaquín Trejos, pero paralelame­nte a sus funciones siguió dando lecciones y “marcando la cancha”, aunque tuviera que entrar en polémica, pues nunca le huyó al debate.
 ?? JOHN DURÁN ?? Los relatos de don Guillermo sobre sus vivencias de infancia, en los años 30, parecen descorrer como una suerte de documental en tono sepia. Dueño de una memoria prodigiosa, rememora: “Puedo decir que a mí me tocó vivir la pobreza, de la que me percaté con el tiempo, cuando veía cómo vivían las otras familias. Pero ocurría que mi madre tenía dotes especiales para hacer feliz a la gente, en la pobreza o en el dolor”.
JOHN DURÁN Los relatos de don Guillermo sobre sus vivencias de infancia, en los años 30, parecen descorrer como una suerte de documental en tono sepia. Dueño de una memoria prodigiosa, rememora: “Puedo decir que a mí me tocó vivir la pobreza, de la que me percaté con el tiempo, cuando veía cómo vivían las otras familias. Pero ocurría que mi madre tenía dotes especiales para hacer feliz a la gente, en la pobreza o en el dolor”.
 ?? JOHN DURÁN ?? Su padre murió trágicamen­te en diciembre de 1944, cuando el pequeño Jose Guillermo estaba por salir de sexto grado. Él era el jefe de la familia, el que manejaba la estructura financiera y velaba por todos los hijos. Se vinieron tiempos durísimos para la prole Malavassi Vargas, incluso una mortual que duró 29 año, durante la cual murieron tres albaceas y que finalmente don Guillermo llevó a finiquito, en 1972.
JOHN DURÁN Su padre murió trágicamen­te en diciembre de 1944, cuando el pequeño Jose Guillermo estaba por salir de sexto grado. Él era el jefe de la familia, el que manejaba la estructura financiera y velaba por todos los hijos. Se vinieron tiempos durísimos para la prole Malavassi Vargas, incluso una mortual que duró 29 año, durante la cual murieron tres albaceas y que finalmente don Guillermo llevó a finiquito, en 1972.
 ?? JOHN DURÁN ?? En el otoño de su vida, Malavassi es un dechado de sabiduría. Dice que no hay enojo que le dure más de tres segundos. Aunque trabaja incansable­mente, busca balance en compartir un digestivo con su esposa alguna noche o bien, desgarrand­o la guitarra que lleva más de 30 años con él. La música, a no dudarlo, es un aliciente absoluto para el espíritu del activo señor.
JOHN DURÁN En el otoño de su vida, Malavassi es un dechado de sabiduría. Dice que no hay enojo que le dure más de tres segundos. Aunque trabaja incansable­mente, busca balance en compartir un digestivo con su esposa alguna noche o bien, desgarrand­o la guitarra que lleva más de 30 años con él. La música, a no dudarlo, es un aliciente absoluto para el espíritu del activo señor.

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