La Nacion (Costa Rica) - Revista Dominical

Don Guillermo: muy personal

En estas líneas sueltas está parte de la otra vida de este bastión de la enseñanza y la educación en el país.

- YURI LORENA JIMÉNEZ yjimenez@nacion.com

*Contrajo matrimonio religioso con Idalí Calvo Mesén en 1955. De esa unión nacieron cuatro hijos: Federico Guillermo, Bernardo Alberto, Idalie María y Humberto José. Tiene once nietos y tres biznietos. Enviudó y contrajo segundas nupcias con Lisette Martínez Luna, con quien vive al presente.

* Afirma que en los últimos años ha estado un poco complicado de salud, por problemas en la columna, lo que le ha implicado cirugías, internamie­ntos, dolor y sacrificar una de sus actividade­s favoritas por décadas: correr al menos seis kilómetros diarios. Sin embargo, dice que ya aprendió a convivir con este tipo de dolencias y se las ingenia para seguir haciendo deporte: ahora nada dos veces a la semana en el Indoor Club.

* Su voz y su narrativa, son hechizante­s. Tiene una memoria impresiona­nte y su voz es diáfana y acogedora, casi tanto como sus constantes carcajadas.

* Entre sus “gusticos” está degustar una que otra noche de un Frangélico en las rocas (digestivo), en compañía de su amada esposa, con la que pasa tertuliand­o a todas horas.

* Aunque dice que “bien bien” solo habla el español, también sabe inglés, francés, italiano y algo de alemán. Pero es un apasionado del latín y lo lee y practica casi a diario.

* Tiene una guitarra desde hace 30 años, en ella desgrana sus recuerdos y su pasión por la música.

* Ve la muerte con respeto, pero también con naturalida­d. Cuando cuenta que el año pasado celebró con sus compañeros de generación los 70 años de graduados del colegio, agregó: “vinieron los que pudieron, porque la mayoría están muertos o en cama”. Y se sonríe, profusamen­te. Eso es lo que hay, parece decir.

* De 10 hermanos, él es el único que vive. Todos han ido falleciend­o. También tres sobrinos y otros parientes cercanos. Cuenta que, de chiquillo, tuvo un accidente serio y estuvo a punto de morir. Entonces, escuchó decir a algún pariente que Memo posiblemen­te moriría pronto. “Siempre he vivido con esa sombra, es decir, de chiquillo creí que no pasaba de la escuela; luego, que no pasaba del colegio, y así. Y vea, ya tengo 87 años. Lo que sí es un hecho es que ya no me morí joven (risas).

* De sus anécdotas de infancia se infiere que, desde muy pequeño, aprendió a ver el “medio vaso lleno”: “Los domingos se practica la hermosa costumbre del cinco del domingo. Mi padre daba a los hijos pequeños una moneda de cinco centavos. Se sentía uno muy bien con ella. Lo que venía luego era la gran decisión dominical: conseguir otro cinco para ir al cine Apolo a ver una película a las 10 de la mañana, de las que llamaban matiné, o comprar una bolsita de gofio de la fábrica Apolo, que valía un cinco, una gran cuña de manjarete de la misma fábrica, que también costaba un cinco. Cualquiera de las decisiones agotaba mi capacidad financiera de niño, pero cualquiera de ellas me llenaba de alegría por el resto del domingo”.

* “En los últimos 30 años me ha tocado despedir a muchos parientes, amigos y bienhechor­es que emprendier­on el viaje a la otra vida, de manera que la muerte se hizo amiga muy cercana”.

* Don Guillermo atesora cientos de vivencias, pero recuerda con especial cariño una historia de amor de sus tiempos adolescent­es. “Tuve un romance con una hermosa muchacha de San Carlos durante los días de la guerra civil de 1948. Esto terminó cuando fue necesario regresar al cuarto año del San Luis Gonzaga, a continuar estudiando, dando serenatas y conociendo mejor a la gente, pero el tiempo y la dificultad de la comunicaci­ón hicieron que se interrumpi­era aquella relación que no tuvo nunca una sola nube y ha quedado como permanente reliquia en mi corazón. Setenta años después, mi actual esposa y yo la fuimos a visitar en su retiro en un Asilo de Ancianos en Atenas, conversamo­s con ella, y yo llevé la guitarra y le canté varias canciones y mi esposa le llevó unas flores... ya ella estaba fregadita pero entendió lo que significó aquella serenata... fue un momento muy especial para todos”.

* “Vivo enamorado de mi esposa, ilusionado, tenemos una vida conjunta lindísima. Todos días la veo y pienso “Dios, me quiero casar con ella” (risas). La cosa es que, gracias a Dios, ya estamos casados. La amo con todo mi corazón, y mis hijos, nietos y bisnietos… yo creo que la quieren más que a mí!”

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FOTO CORTESÍA Las paredes de la residencia de don Guillermo y Lisette están colmadas de retratos familiares. Hay una sesión dedicada a ellos dos juntos, realizada el año pasado.
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ARCHIVO Don Guillermo Malavassi, en sus años mozos.

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