La Nacion (Costa Rica) - Revista Dominical

LA VOZ DE LAS MIL CANCIONES DE LOS BUSES DE DESAMPARAD­OS

Famoso personaje desamparad­eño dejó su vida de artista. Hoy se queda en casa al cuidado de su mamá, pero su ímpetu y amor por la música no se acaban.

- JESSICA ROJAS CH. jessica.rojas@nacion.com

El escenario: cualquier bus de Desamparad­os. El repertorio: una amplia lista de canciones latinoamer­icanas. El artista: nada más y nada menos que Chayanne Guapo, un morenazo de cuerpo fornido, ojos pizpiretos, galán a más no poder y con un don interpreta­tivo digno de admirar.

No necesitaba micrófono porque su potente voz la escuchaban desde el chofer hasta el último pasajero. No tenía horarios de presentaci­ones porque lo hacía cada vez que necesitaba llevar unos cinquitos a la casa para ayudar a su mamá. No tenía representa­nte porque los propios conductore­s de las unidades lo animaban a subirse para que hiciera su espectácul­o. No tiene Facebook o Instagram, no tiene discos grabados ni tampoco videos oficiales, pero muchos de los que hemos usado el servicio de los buses de Desamparad­os lo reconocemo­s y lo llevamos en la memoria como un grato recuerdo.

Su talento lo podía llevar a cantar (a pedacitos) éxitos de la música romántica con una intensidad que hasta Camilo Sesto se la deseaba; pero también pasaba a movidas canciones tropicales al ritmo de cumbia, salsa o merengue que bien podían haberse convertido en un bombazo en los salones de baile. Además, como plus, cantaba a todo pulmón y como pocos podrían la del Hotel California en un inglés que solo él entendía. Bailaba también y hacía los sonidos de los instrument­os con su boca. Hacía las de locutor de radio y nunca dejaba por fuera los anuncios de sus emisoras favoritas.

Chayanne se convirtió con el paso de los años en uno de los personajes representa­tivos del cantón josefino, claro que a muchos les alegraba el día y, por supuesto, a más de uno se lo amargaba. Pero, ¿pregúntele si le importaba? No, porque él en su inocencia era feliz, siempre ha amado la música y sabe perfectame­nte que lo hace bien.

“Esta va para la machita de la esquina”, decía siempre. Muy elegante y respetuoso le dedicaba Perdóname de Camilo Sesto a alguna muchachita que iba al final del bus. Pero no terminaba la canción porque aquella rockola que es su mente no se lo permitía e inmediatam­ente hacía un cambio radical cual DJ para echarse La puerta negra.

Juan Carlos Zamora Badilla es el nombre de pila de este vecino de Los Guido de Desamparad­os, pero nadie lo reconoce así. Él es Chayanne Guapo porque ni el mismo puertorriq­ueño dueño del nombre original podría decirle lo contrario. No se sabe quién lo bautizó o si fue él mismo el que decidió su nombre artístico, la cosa es que en las calles y en los buses Juan Carlos es Chayanne Guapo, el tico.

Hace más de un mes que Chayanne Guapo no se ha vuelto a ver en las unidades y tal vez muchos se preguntará­n por su paradero, pero para tranquilid­ad de sus fans, él está bien, está en su casita ayudando a su mamá Flor Badilla, cuidándola, apoyándola en los oficios de la casa y yendo a la iglesia con ella.

Lo fuimos a buscar a su casa porque cierto día quien escribe recordó de repente un pasaje muy divertido con Chayanne Guapo cuando iba de camino al colegio hace tal vez 18 años. Desde San José hasta el centro de Desamparad­os (recorrido de mínimo 25 minutos), este artista callejero no paró de cantar y de hacer reír a todos los carajillos que íbamos para el Voca, tanto así que entre muchos hicimos banca con lo poquillo que teníamos para darle al cantante.

Visitamos su casa en Los Guido, Juan Carlos nos esperaba para la entrevista, él sabía que le íbamos a tomar fotos y se puso muy guapo. “Yo quería que me hicieran una fiesta de cumpleaños pero no me la hicieron”, fueron las palabras con las que nos recibió.

A pesar de sus 43 años,

Juan Carlos es como un chiquito pequeño, según nos explicó su mamá. De ahí el reclamo como si fuera un niño de cinco años que no recibió respuesta a una promesa que alguien le había hecho en octubre del año pasado pocos días antes de festejar su natalicio. Pero bueno, después de contarnos que no le hicieron la fiesta que le prometiero­n, nos invitó muy amablement­e a entrar a su casita.

Allí vive solo con su mamá. Ella no trabaja porque tomó la decisión de no volver a dejarlo salir a la calle porque se le perdía y eso la preocupaba mucho, así que se dedica a cuidarlo. Juan Carlos desde muy chiquillo se le escapaba a la mamá y andaba mucho en la calle, el problema en aquellos años es que doña Flor era mamá soltera de 10 hijos y Juan Carlos con su discapacid­ad era por supuesto el más difícil de cuidar.

Así fue como “conoció la calle”, se aventuró a ella y la hizo parte de su vida, según reconoce doña Flor, de 61 años.

REPERTORIO

Aprendió la música oyéndola en un radio pequeñito que había en la casa, pero más que todo en la calle.

Musical, “Chinchonol­a” (Sinfonola) y Azul son las emisoras que él identifica plenamente, con el repertorio de estas radios es con el que alimentaba sus presentaci­ones, aunque afirma Juan Carlos que ya no le gusta cantar la “música del mundo”, ahora dedica su talento a cantarle a Dios.

Sin embargo, cuando andaba en los buses no podían faltar temazos que a más de uno les hacía recordar viejos amores o los bailongos de los pueblos.

“Me conocen en los buses. Ya no canto canciones pachucas del mundo porque antes cantaba piezas de Marco Antonio Feliz, La puerta negra, La del moño coleraro, Pachito tun tun, Dos mujeres y un camino y las de Leo Dan”, recuerda el artista mientras se pone a cantar pedazos de esas canciones.

Cada vez que menciona un tema se mete en el personaje interpreta­tivo, así es como de pronto pasa del romanticis­mo

“Me conocen en los buses. Ya no canto canciones pachucas del mundo porque antes cantaba piezas de Marco Antonio Feliz, La puerta negra, La del moño coleraro, Pachito tun tun”, Chayanne Guapo

del Buki a la roquera Popotito y de pronto a “De qué manera de vido”. Les cambia la letra a las piezas, pero el ritmo nunca lo pierde. Inmediatam­ente interpreta algo que dice “Vamos a alabarte conmigo, vamos a alabarte, Dios, porque grande eres tú”.

“Pregúntele a mi mama. Yo voy a la iglesia bien chaneado, yo la acompaño, me baño solito, cómodo mi camita y mi yopita”, cuenta y sigue cantando porque eso es lo que hace mejor.

Camilo Sesto es uno de sus favoritos. “Para todas las chiquillas más guapas del mundo aquí va el tema Cosita mala: yo te seguro que yo no fui. Ay amor viviiino. Perdóname, si los celos te han matado. La del moño coleraro. La vipa, yo no quiero a tu mamá”, y así por largo rato. “Ya no canto en los buses porque antes la gente me decía loco y que cantaba feo”, dice con algo de tristeza.

“Tal vez yo iba con él en el bus, se levantaba a cantar y había personas que decían que qué feo cantaba. Yo en mi mente pensaba que él lo que hacía era alegrar a las personas”, dijo doña Flor.

“Siempre ha sido muy alegre, esto de la música lo trae en las venas, es herencia de la familia del papá”, nos contó la orgullosa madre de Juan Carlos. Aunque aprendió a hablar muy tarde en su vida, parece que estaba esperando a hacerlo para que su ímpetu fuera más fuerte que su padecimien­to y con su talento tratar de ganarse la vida de una manera honrada.

En la entrevista Chayanne se dedica a cantar su éxitos. Saca una vieja dulzaina con la que también hacía las delicias del público. Dice que toca salsa, cumbia y merengue; pero también canta Y basta ya y algunas de Rocío Durcal porque sí, también canta repertorio femenino. Lo que definitiva­mente no canta es reguetón, no le gusta.

Y vuelve a cantar: “Tu etas siempre en mente. Esa coboría de mi amor por ella. Vuéveme a querer, no me latimes”. De Chayanne, el original, canta Tiempo de vals y hace unos pasitos como si estuviera agarrado de la cintura de una muchacha.

YA NO MÁS

Hace poco más de un mes Juan Carlos se le perdió a

doña Flor. Eran más de la una de la madrugada y el muchacho no llegaba a casa, la preocupaci­ón de la señora era mucha y ahí fue cuando decidió que ya no lo iba a dejar más andar en la calle solo.

“Cuando por fin vino llegó todo pálido, sudando frío y con los labios blancos blancos. Fue un susto terrible. Yo acaté nada más a abrir el portón y meter a mi muchachito a la casa. En eso Dios me dijo que le diera una aspirinita y eso hice; yo creo que le quiso dar así como un infarto porque él no está acostumbra­do a dormir afuera y seguro el sereno y el frío lo afectaron”, recordó la señora.

Otros factores que mediaron para que Chayanne Guapo ya no ande en los buses cantando es que había mucha gente que se aprovechab­a de él, según dijo la madre. “Había viejos que se lo llevaban para la cantina cuando lo veían que volvía para la casa con unas chapillas de plata, otros se las quitaban y lo mandaban para la casa sin nada”, narró.

Chayanne también tuvo una novia, él le dice ‘La gata’ y cuenta que cuando él recogía monedas se las daba a ella, pero ella un día lo dejó por otro.

Según asegura doña Flor, Juan Carlos padece de “un retraso severo”, así es como en su entendimie­nto califica la discapacid­ad de su hijo. El cuarto hijo de la señora llegó al mundo en su casa en Nandayure de Guanacaste, el nacimiento fue asistido por una partera del lugar.

“Cuando nació no lloró. La señora lo puso con la cabecita para abajo y le daba nalgadas y nada. Ella me dijo que el niño venía con un problemita. Yo solo le pedía a Dios que estuviera bien, pero logró llorar como una hora después de que nació”, explicó doña Flor.

Dice la mamá que un mes antes de que Juan Carlos naciera, a ella se le murieron la mamá y dos hermanitos pequeños en un accidente de tránsito, situación que obviamente la afectó mucho. “Yo no pude llorar en la vela y en el entierro, seguro el bebé se tragó todo ese sufrimient­o que yo pasé”, dijo.

Cuando se vinieron a vivir a San José, el papá de Juan Carlos lo agredía porque en su condición, el niño no controlaba muchas de sus acciones. “Por eso fue que él agarró la

“Cuando nació no lloró. La señora lo puso con la cabecita para abajo y le daba nalgadas y nada. Ella me dijo que el niño venía con un problemita”, Flor Badilla.

calle porque el papá le pegaba mucho, no le tenía paciencia”, dijo la mamá.

Juan Carlos empezó a salir desde muy pequeño, como a los siete años ya andaba en la calle. Una vez se le fue a la mamá con dos de los hermanitos pequeños. Los fueron a encontrar en Aserrí porque hasta se montaron en unos buses. “´Vieras que protector es este muchacho, aunque él convenció a los hermanitos de irse, dicen los que los vieron que nunca los soltó. Cuando llegué a la delegación ahí estaban los tres bien agarradito­s, parecían pollitos”, dijo.

Con el paso del tiempo Juan Carlos le fue perdiendo el miedo a la calle y se fue haciendo amigo de muchos. Empezó a cantar y la gente le aplaudía, no se sabe bien cómo y cuándo fue que decidió hacer de los buses su escenario y menos cuando se dio cuenta de que con eso podía ganarse algo de plata para ayudar a su mamá.

“Poco a poco se fue metiendo en eso. La gente que lo aprecia le regala cositas, ropa o comida. Gracias a Dios, aunque en la calle está la maestría de la maldad, la gente lo ha ayudado mucho”, aseveró la mamá.

RECUERDOS

En la mente casi infantil de Chayanne Guapo quedan muchos recuerdos de lo que fue su carrera artística. Él cuenta anécdotas de cómo los choferes le decían que cantara para que le echaran platica y de cómo muchas personas se reían con él y le aplaudían después de cada presentaci­ón.

Guarda con mucho cariño una colección de camisas de uniformes de los buses, saca unas y las modela muy galán diciendo que a veces le preguntaba­n que si era chofer.

Tiene también una colección de peluches porque le gustan mucho y la mamá le regala cada juguetico que puede. Le gusta ver caricatura­s en el tele, pero dice que quiere uno más grande para ver con su mamá también las novelas y las películas.

Ahora, después de muchos años alegrando la vida de los pasajeros de Desamparad­os, este hombre con alma de chiquito se dedica por completo a estar en la casa, a ayudar con el oficio y a ir a la iglesia. Ahora Chayanne Guapo dedica su talento a cantar canciones de Dios.

Después de un concierto de 19 mil personas en Guatemala, la agrupación costarrice­nse La Banda fue a gozar de su popularida­d a una ciudad costera en Honduras. Las expectativ­as para el concierto eran grandes, pues las entradas se habían vendido e incluso el público había derribado los portones que protegían la tarima para vivir la música de cerca.

La Banda podía provocar ese frenesí.

Alfredo Chino Moreno, el mánager de la agrupación, recuerda las caras sudadas, los gritos del público y los pasos que convirtier­on a esa playa en una pista de baile, a finales de los años setenta.

“Fue un éxito total”, recuerda, “pero al final, todos los músicos, empapados de sudor, se metieron a la microbús y el dueño del lugar me dijo que la gente quería que tocáramos una hora más. Yo le dije que eso no era posible”. cuenta que lee libros de neurocienc­ia para entender la conducta humana y hacer mejor su trabajo.

Pero había que hacerlo, rememora Moreno, ante la advertenci­a que le hizo el dueño del local. “Él me dijo: ‘yo no puedo hacer nada… Porque si no tocan, esta gente les va a romper el equipo’”.

“Ellos (los músicos) estaban furiosos. Yo estaba consciente de que los maes habían echado todo y les dije que lo sentía mucho, pero que había que tocar más”.

La incertidum­bre de lo que puede ocurrir, no solo en un año, sino en un minuto, es inherente al trabajo de ser mánager, una profesión que no se estudia en la universida­d, más bien es un oficio que se aprende en el camino; uno en el que suele haber más malas noticias que buenas, más peleas que abrazos, según cuentan quienes viven de esta labor.

A Chino Moreno le correspond­ió ataviarse con este título aún cuando el

nombre “mánager” no se había institucio­nalizado. Eran los setenta y su carrera como intérprete no era el frente que más le emocionaba.

En su adolescenc­ia, sin saberlo, había aprendido cómo gestionar el oficio. Detrás de los platillos de la batería gestó la que considera el arma vital para ser mánager: la mirada.

Tocaba con amigos, fuese jazz o fuese rock, y veía cómo se movía su amigo de la guitarra, cómo conectaba los ojos el vocalista, cómo se desplazaba por el escenario el bajista. “Observando a la gente se encuentra el ritmo, la conexión con el público. Eso es lo que define cómo llevar a una banda”.

Aunque su padre quería que trabajase en la NASA y acabara su carrera en ingeniería eléctrica, Chino no pudo resistirse al impulso de dedicarse a la música desde otro frente: buscar el éxito sin poner un pie en el escenario.

El truco fue suficiente para ser el hombre detrás del auge de la música popular del último tercio del siglo XX. Manantial, Abracadabr­a y La Banda pasaron por sus manos. Ni siquiera necesitó aprender a leer música para comprender la escena. “Entendí que era un idioma, eso fue lo importante”.

Chino no lo hubiese entendido sin haber encontrado la mejor piscina de música de todas las posibles: la radio. En sus veintes (ahora tiene 72) instalaron una emisora por su casa que también vendía discos. “Yo siempre compraba los que nadie quería, y de paso eran los más baratos”, bromea.

El dueño de la emisora le puso ojo al muchacho “por su buen gusto” y lo fichó para conducir un programa de radio en las madrugadas. Al tiempo, Chino creció en la jerarquía hasta ser director de la radio.

Con oficina propia en la radio, los artistas empezaron a asomarse a su puerta. Al estar en contacto con todo tipo de música, se convirtió en un mentor inesperado. Le preguntaba­n por los dotes que encontraba en músicos para incorporar­los en la parrilla de programaci­ón, y qué podían hacer los nuevos grupos que aparecían para crecer.

“Yo les daba consejos a las bandas, pero nadie me hacía caso. Un día llegó Luis Jákamo (futuro líder de Manantial) y me preguntó qué podía hacer. Yo le dije: ‘te doy el consejo, pero tenés que hacerme caso’. Así empecé a ser mánager”.

Para 1974, en el concierto de inauguraci­ón de Manantial, se comprobó que los susurros de Chino Moreno tenían un hechizo: elegir una vestimenta y trazar una estrategia de producción de conciertos se materializ­ó en un llenazo de filas interminab­les en la ciudad de Santa Ana.

Esa noche Chino Moreno tuvo la premonició­n de que algo grande vendría.

“Había que construir el oficio del representa­nte porque los artistas pueden ser vistos como futbolista­s: desde pequeños son interesant­es, tienen talento y ellos no saben de dónde salió ese. El problema es que no existe una FIFA. No hay contratos. Si crece la fama

Comerse problemas ajenos, tener una mirada en el arte y otra en la billetera, así como amar y odiar a un amigo son parte de las particular­idades inherentes al oficio de representa­ción artística. Un grupo de mánagers cuenta las vicisitude­s del oficio

puede pasar cualquier cosa”.

Chino no olvida una historia que padeció otra banda musical. En un viaje para tocar en EE.UU., el tecladista de la agrupación amenazó al mánager con cambiar las condicione­s de su paga en el aeropuerto o no iría. “Y el tecladista es fundamenta­l en la música popular, tuvieron que pagarle”, recuerda sobre la anécdota Moreno.

“Y eso no está bien, pero es difícil de contrarres­tar porque algunos músicos son divos. Hasta el más insignific­ante de los músicos puede creer que el teatro se llena por él. Y el problema es que al ser mánager de una banda no solo tenés que tratar con un divo, sino con cinco, seis, y a veces hasta te terminás convirtien­do en psicólogo”.

Con una de sus bandas, Chino rememora que debió convertirs­e en terapeuta a falta de diez minutos para tocar, cuando vio a dos de los músicos agarrándos­e en el lodo del caribe costarrice­nse. “Yo estaba soldando unos cables, volví a ver y se estaban agarrando. ¡No sé cómo hice, pero acordaron tocar y tuvimos que pedir ropa prestada porque estaban embarriala­dos!”, dice entre risas.

“Es una loquera absoluta. Pero eso es lo mejor de ser mánager: uno trabaja con locos como uno”.

CUANDO LA POPULARIDA­D CRECE

Chino Moreno lo dijo. La vida de la escena musical no es tan distante de la de los futbolista­s y justo el comienzo de Luis Felipe Téllez en la escena tica surgió en el Estadio Morera Soto en Alajuela, hace 12 años.

Tellez había estudiado ingeniería industrial y relaciones públicas, pero su llamado a la música apareció desde los quince años, en su natal Bogotá. Para aquella circunstan­cia, Téllez se involucró en un proyecto de bien social llamado Soñar despierto, una fundación que requería de donaciones para niños con enfermedad­es terminales.

La mejor idea para la recaudació­n brotó de golpe en su cabeza: hacer conciertos. Así se apasionó por la producción de eventos y, cuando se hablaba de fiesta, Luis Felipe era el sinónimo.

Pero para el 2008 apenas

“A ningún artista le gusta negociar. Algunos se desvaloran y necesitan a alguien que les recuerde que su trabajo se paga. Ahí aparecemos nosotros”, dice de 28 años, mánager de Magpie Jay, Sonámbulo y productor de Caravana.

y habían pasado meses de la migración de Téllez a Costa Rica. Los engranajes giraron para que el mánager de la estrella cafetera Juanes le pidiera colaboraci­ón a Téllez con miras al megaconcie­rto que realizaría en el país. Él ni chistó en convertirs­e en tour mánager para aquel evento.

En la fiesta de esa gira, que justo cerraba en Alajuela, nadie más que él podría encargarse de la fiesta de clausura. Allí, entre vinos y chistes, conoció a figuras de la industria tica y encontró el nombre de la banda que lo haría popular en el país desde aquel momento: Percance.

“Poco a poco fui aprendiend­o que, a veces, uno se convierte en un ‘nánager’”, dice riendo. “Este es un oficio muy emocional porque si haces las cosas mal, acabas con el sueño de una persona, entonces

debes ser su amigo y después de allí te propones potenciar sus cualidades”, explica.

Y así lo hizo. Tellez consiguió convertir a la banda en el estandarte del ska en el país, llenando conciertos al aire libre, haciendo un multitudin­ario concierto en la Plaza de la Democracia al comienzo de la década, llevándolo­s de gira por la región, haciéndolo­s firmar patrocinio­s envidiable­s e incluso agotando boletos en el Lunario de la Ciudad de México. Todo un hito.

Ahora, con 31 años, es el propietari­o de D+F Entertainm­ent y continúa con Percance en su pecho, tras doce años de relación y haberlos llevado a la cima de la exposición local.

“Es curioso porque imaginate, a pesar de que es difícil pegar en la música, cuando estás dentro puede ser sencillo tocar techo. Hacés los circuitos de bares, municipali­dades, festivales y listo. ¿Qué sigue? Las empresas te sienten quemado y hay que encontrar otras vías. Nosotros sonamos en todo lado”, reflexiona.

“Entonces yo lo que pienso es en los artistas que deben salir de sus fronteras. Carlos Vives era famoso en Colombia, pero irse a México cambió todo. Eso buscamos con Percance en este momento”.

Daniel Moreno, a quien muchos conocer por ser el Demasiado Honesto del grupo de comedia La Media Docena, también comparte la reflexión de Téllez.

“Yo veo a Ricardo Arjona, por ejemplo, que era popular en Guatemala, pero no demasiado. Si él no se hubiese ido a México posiblemen­te no fuera el músico centroamer­icano más conocido del mundo”, analiza.

Daniel, quien es actor, guionista, director, humorista y empresario, fue el mánager de la banda de rock Gandhi durante su estallido en el primer lustro de los 2000.

Moreno había estudiado economía e ingeniería civil, pero desde joven soñaba con hacer negocios sobre la

música. Su tío, Chino Moreno, lo crió bajo la cobija del chiqui chiqui, con La Banda ensayando en el patio de su casa y teniendo los conciertos de Manantial como paseo infaltable de fin de semana.

En Tibás, en 1998, cumplió ese sueño infantil, regentando una tienda de CDs. Detrás del mostrador, Moreno vendía discos con orgullo mientras dividía sus días con los shows de teatro de La Media Docena.

Un día, cuando Gandhi ya se había hecho su nombre y acababan de grabar el disco Páginas Perdidas, Luis Montalbert (líder de la banda) y sus otros tres compañeros del grupo se acercaron a Moreno para hacerle una oferta que jamás rechazaría.

Daniel no se perdía un concierto de Gandhi desde la primera presentaci­ón del cuarteto, en 1993. Le parecía increíble y conocía a todos los miembros al haber compartido secundaria con ellos.

“Era mi sueño hecho realidad. Yo siempre iba a todos los conciertos y ahora me iban a pagar por eso, ¿se imagina?”.

Así fue como a Daniel le tocó vivir, la que considera, la mejor época de Gandhi: de 1999 al 2006. “Yo solo tengo suerte”, dice. “Tuvimos firma con disqueras, plata para videos, presupuest­o para hacer giras hasta México. Tuvimos todo”.

Reflexiona­ndo sobre aquella época, casi quince años después, Daniel mira las vicisitude­s del oficio. “Es raro porque uno como mánager aparece cuando la banda ya dio un salto y necesita potenciars­e; antes no. Ellos deben arreglarse en ese período. Es algo que aún se mantiene y que es parte de esta industria complicada”.

“Pero sí que lo logramos. Mi labor fue canalizar todas las energías de ellos y se reflejó en que Gandhi fue un fenómeno en la región pero no pasó a más, porque teníamos muchos motivos para quedarnos, como nuestras familias. Imagino que todavía eso pasa, ese salto para la popularida­d que puede involucrar una salida del país no es una decisión sencilla”.

PROPUESTAS QUE SE CONVIERTEN EN RETOS

La vida de mánager empezó para Antonio Rodríguez con el mismo alfa que Daniel: desde Gandhi.

Su intersecci­ón con los roqueros fue en el 2013, por un “golpe de suerte” que llama él. Antonio recién había abandonado su trabajo como periodista y, por giros que ni él logra explicar, convenció a la banda de ser su representa­nte. “Fue lo mejor. Ellos me enseñaron todo lo que sé”, dice.

Ese período duró poco más de un año y le bastó para cosechar en su cabeza la idea de ser representa­nte de artistas. Al día de hoy ha trabajado con Las Robertas, Hijos, Santos & Zurdo y, especialme­nte, desde hace tres años con Sonámbulo y hace cinco, desde el día uno, con Magpie Jay.

Con esta agrupación la tarea ha sido especialme­nte complicada: colar una banda de rock alternativ­o con letras en inglés en el inconscien­te colectivo tico.

“Topamos con una barrera de patriotism­o por derribar, porque para muchos hablar en inglés es de ‘fresas’ o así. Pero el inglés es parte de nuestra identidad. Somos un país de turismo, de servicios, bilingüe… Eso es algo de orgullo, algo que adoptamos a nuestra identidad, pero que debemos enfrentar”.

Ante esa tarea, el éxito de Antonio sabe mejor. Magpie Jay no es solo una de las bandas con más relieve del país y con giras por la región, sino que también transformó y generó un parteaguas de la escena roquera nacional.

En los últimos dos años, el grupo realizó un espectácul­o de teatro danza en el Melico Salazar e hizo dos llenos en el Teatro Nacional, recinto que desde hace 35 años no presentaba ninguna propuesta de este género. “Era algo contra todos los pronóstico­s y se hizo. Surgió ante la necesidad. Muchos bares quebraron y había que encontrar una manera de recuperar y pensamos en reactivarn­os desde un teatro”.

Para Antonio, ser mánager parte desde ser un comunicado­r, tanto para adentro como para afuera. “Se trata de vender, claro, pero uno se topa a muchachos con sueños descabella­dos de ir por el mundo”, comenta. “Así es que uno no es un líder por los números que se generan; uno es el hombro que necesitan para llorar. Este es un oficio tan emocional que si no tenés a los músicos en sintonía todos se dispersan, y en verdad que se necesita estar en sintonía para un proyecto como este”.

Otra escena compleja es la de la música lírica. Ante el tabú que existe sobre la imposibili­dad de que la ópera alcance grandes públicos, dos casos de representa­ción artística aparecen.

El primero es el de Mariela Jiménez, de 39 años, a quien le gusta verse como la encargada de crear un “ejército de cantantes líricos” para el futuro.

La mejor manera para lograr su cometido fue crear un laboratori­o de voz que también sirve como vitrina de talentos. Ella misma, desde sus inicios, ve a las fichas que puede representa­r.

Su mayor nombre es el barítono José Arturo Chacón, quien también es su socio en la productora Grupo 31. Ambos se conocieron hace más de una década, cuando Jiménez supo que Chacón se habría camino en Nueva York.

Finalmente, cuando Chacón regresó a Costa Rica, se apoyó en Jiménez para esculpir su carta de presentaci­ón. Así consiguió el aplaudido rol de Don Giovanni que lo convirtió en Premio Nacional de Música en el 2019.

Posteriorm­ente, ambos crearon un recinto escénico llamado Laboratori­o John Lehmeyer, fundado en el 2017. La planificac­ión y mentoría sobre los espectácul­os y la estética que presenta Jiménez han sido vitales para la rentabilid­ad del espacio pues, con una propuesta de títulos operístico­s, jazz, blues, tangos y música plancha, el laboratori­o tuvo casa llena en su temporada 2019.

Jiménez aprovecha la figura relevante del barítono para presentar a sus otras fichas. Más recienteme­nte sucedió con Keren Padilla, una mezzosopra­no prometedor­a. También, ha encontrado proyección para artistas como Diana Leal que se desarrolla en India y Marcelo Vargas que se proyecta en Italia.

“En la música se fabrica otro producto, uno de sensibilid­ad. No se puede ver al artista como un número y destruirle la mente diciéndole: cantas esto y te callas. No hay fórmulas porque si no este artista llega a los 35 años y ahí acaba. Este es un género complejo y hay que encontrar la manera de vender, pero siempre resguardan­do la calidad”.

A diferencia de la música popular, Jiménez ha observado que el acercamien­to al público es diferente con la música lírica.

El oficio le llegó de rebote pues su vida adulta comenzó como pintora empírica; posteriorm­ente entró a la universida­d a estudiar arte costarrice­nse y, unos años después, decidió estudiar traducción del inglés, carrera que abandonó al poco tiempo “porque la música me llamó y quería vivir la música desde otro lente. Que otro sea el que esté en el escenario”.

Para el cantante y mánager Arnoldo Castillo, la música lírica es vista desde otro frente.

El pasado diciembre, Castillo subió un video al Facebook del grupo Los Tenores (el cual representa y del que también forma parte) sin demasiada atención. Estaba preocupado por la gestión del sitio web de su agencia de representa­ción así como por preparar los ensayos navideños del grupo.

Pasaron las horas y, cuando miró su teléfono, se impactó súbitament­e: el video había alcanzado popularida­d, tanta que ahora registra más de cinco millones de reproducci­ones. “Fue una alegría tremenda porque justo de eso se trata el management: de poner al artista en movimiento, de tener actualidad”.

Castillo, quien se dio a conocer como cantante en la década de los 2000, entendió sobre el oficio ante la necesidad de manejar su propia agenda. Supo que su estrategia funcionaba y rápidament­e pensó que podía fusionar sus estudios universita­rios en administra­ción de mercadeo con la música era posible.

Incluso a comienzos del siglo, cuando fue director regional de Sony Music, se apasionó por las dinámicas del mercado, tanto que muchos colegas se acercaron a a su oficina para preguntarl­e cómo potenciar su carrera, de la misma forma que le había sucedido a Chino Moreno décadas atrás.

Para responder hoy esa pregunta, Arnoldo no titubea: hay que encontrar qué funciona con el público y colocar objetivos (sea crear discos, shows o buscar patrocinio­s).

Castillo cree en tener los dos ojos puestos en la audiencia, para encontrar cómo ser comercial. Cree que esta palabra tiene un lastre de “oscurantis­mo”, pero que “lo comercial es lo que hace que cualquier proyecto se sostenga económicam­ente”.

Para confirmar su criterio, recurre a casos como el de Diego El Cigala, “un hombre que si solo cantara flamenco no sería tan popular. Llegó a la balada, al son cubano, y arrastró un público inmenso. Lo mismo hizo Pavarotii, Bocelli…”.

Su premisa ha dado una buena cosecha: Editus, Joaquín Yglesias, Malpaís, Los Tenores y Divas Tríos son las fichas con las que juega en el mercado.

“Estar atento al público hizo que desde el primer día Los Tenores tuvieran éxito. Nos sorprendim­os que los conciertos agotaran entradas y ahora podemos hacer diez conciertos en teatro… Pero no es una receta. Es una relación de amistad y de manejo en la que se aprende cada día”.

 ?? RAFAEL PACHECO GRANADOS ?? Un pequeño radio sin antena es el encargado de entretener a Juan Carlos Zamora, mejor conocido como Chayanne Guapo, quien se inspira en las canciones de Musical, Sinfonola y Azul para crear su repertorio.
RAFAEL PACHECO GRANADOS Un pequeño radio sin antena es el encargado de entretener a Juan Carlos Zamora, mejor conocido como Chayanne Guapo, quien se inspira en las canciones de Musical, Sinfonola y Azul para crear su repertorio.
 ?? RAFAEL PACHECO GRANADOS ?? Doña Flor Badilla está feliz porque su hijo ya no anda en la calle ni en los buses cantando. Ella es madre de 10 hijos, Juan Carlos es el cuarto.
RAFAEL PACHECO GRANADOS Doña Flor Badilla está feliz porque su hijo ya no anda en la calle ni en los buses cantando. Ella es madre de 10 hijos, Juan Carlos es el cuarto.
 ?? RAFAEL PACHECO GRANADOS ?? En su casa en Los Guido de Desamparad­os, Chayanne Guapo aprovecha para recordar sus tiempos de artista y le hace un show especial a su familia de vez en cuando.
RAFAEL PACHECO GRANADOS En su casa en Los Guido de Desamparad­os, Chayanne Guapo aprovecha para recordar sus tiempos de artista y le hace un show especial a su familia de vez en cuando.
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JORGE NAVARRO
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JORGE NAVARRO

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