La Nacion (Costa Rica) - Revista Dominical
TRES BARRIOS JOSEFINOS PRIVILEGIADOS
Conozca a qué inmigrantes le deben sus nombres Amón, Otoya y Aranjuez, los tres
Carmen de la ciudad de San Jobséa1r8r5i0o-1s93h0.istóricos
La burguesía soñaba
del noreste de San
con París y con los goces de EuJroopsaé,p,oarsloí ccuoaml seocsonustruyeron edificios, se mejoraron setctroarnessdfeotermrioaracdioósndedSean José, se afinó el trazado de lasficnacllaess,saeisnvuirntioó benl el mantenimiento de vías, se entubaron
surgimiento urbano acequias, se hicieron aceras y caños, se puso alcantarillado,
a finales del siglo se construyeron parquXesI,Xseyarcbomriziaeronnzaovsenidas, se colocaron monumentos y fudenetelsX,sXe
impulsó la instalación de luz eléctrica y se puso
Viajemos a las últimas décadas del siglo XIX. Gracias al impulso de las exportaciones de café y de las transformaciones impulsadas por los liberales, San José era una capital en pleno crecimiento y cambio. Esta ciudad no solo era ya el centro de poder, de la cultura nacional, sino también de las comunicaciones
y de los servicios. El progreso hizo que se quedara pequeña y aquella capital comenzó a crecer.
Al noreste, allí donde corría limpio el río Torres, surgieron, a finales de ese siglo y principios del XX, tres barrios que aún hoy dan que hablar y están repletos de historia y edificaciones que remiten a otra Costa Rica. Se trata de Amón, Otoya y Aranjuez.
¿A quién deben sus nombres esos tres barrios históricos, los cuales quedaron atrapados en el centro de San
José, entre los más variados negocios y también problemas sociales? ¿Cómo surgieron y crecieron hace más de un siglo? Nos sumergimos en la historia nacional para acercarlo a la historia de estos tres espacios josefinos.
Primero, un poco de contexto: En toda América Latina, las burguesías querían modernizar las ciudades y dejar atrás el pasado, así como los vestigios coloniales como perennes recordatorios de él. Nuestro país no se aparta de esta tendencia. “En Costa
Rica, la burguesía agroexportadora quiso ponerse a la moda con las tendencias urbanísticas de boga en Europa. La ciudad de San
José le pareció atrasada, poco elegante y moderna. A raíz de esta visión, impulsaron un accionar tendiente a darle a la capital un nuevo rostro, que reflejara progreso material, riqueza y desarrollo”, explican los historiadores Gerardo A. Vargas y Carlos Ml. Zamora en su libro El patrimonio histórico arquitectónico y el desarrollo urbano del Distrito
en marcha el tranvía, entre otras de las transformaciones ejecutadas.
“A finales del siglo XIX, la capital tenía una cultura urbana y secular definida, cuyo liderazgo en manos de la burguesía agrocomercial exportadora le imprimió a la ciudad una nueva forma de vida, para ciertos grupos sociales”, detalló la historiadora Florencia Quesada Avendaño al escribir acerca de San José en los albores del siglo XX en su libro En el barrio Amón. Valga anotar que el pueblo –sí, los sectores populares– era espectador, mas no protagonista de estos cambios.
Es en esta ciudad de
San José boyante la que se ensancha hacia el noreste y en la que surge Amón en el distrito Carmen; es decir, ese que creció en los alrededores de la Iglesia El Carmen. ¿Qué sabemos de ese templo josefino? Entre 1860 y 1870, se demolió la primera ermita –en devoción a la Virgen del Carmen– y se construyó un nuevo edificio, el cual se bendijo en 1874; además, le otorgaron el rango de parroquia en 1881.
BARRIO AMÓN
Migrantes con gran visión dan inicio a la historia del barrio Amón. El famoso barrio josefino le debe su nombre al empresario francés Amón Fasileau Duplantier y Roussand (22 de diciembre de 1849 - 24 de febrero de 1915), quien desarrolló actividades económicas relacionadas con el café, la producción eléctrica, el urbanismo y los ladrillos.
Monsieur Amón, como se le conocía, se casó en
1885 con María Guadalupe Machado Lara y fue apoderado generalísimo y administrador de los negocios del francés Hipólito Tournon Captenat (su cuñado) entre 1887 y la primera década del siglo XX. Tournon se dedicó al cultivo y a la comercialización del café en Costa Rica; tuvo mucho dinero y un beneficio muy importante a orillas del río Torres.
“La entrada a San José estaba definida por la estación del Ferrocarril al Atlántico como principal eje de comunicación. En sus cercanías, la zona de recreación conformada por los parques Nacional y Morazán, en cuyos alrededores se asentó una nueva burguesía, se había constituido como la zona más selecta de la ciudad capital. Fue precisamente en este sector noreste de San José, donde el francés Amón Fasileau-Duplantier va a iniciar la construcción del primer residencial de la élite urbana josefina: el barrio Amón”, detalla la historiadora Quesada en su texto.
Todo comenzó el 5 de febrero de 1892 cuando Monsieur Amón presentó una propuesta a la Municipalidad de San José para urbanizar terrenos suyos ubicados al norte de la ciudad. Dos años después, el contrato se concreta y, a partir de entonces, al barrio se le comienza a denominar Amón.
Para llevar a cabo su plan, el empresario se encargaba de la movilización de tierras, abrir las calles y ceder el terreno para las mismas. Incluso, cuenta el historiador
Carlos Zamora, el francés le sugirió al municipio quitar “unos chinchorros” ubicados en las cercanías en terrenos que no eran suyos y eliminar también los lavaderos públicos, que era una lavandería al aire libre en el río Torres donde mujeres lavaban ropa ajena por encargo, en especial de familias acomodadas de San José. Si bien es cierto las modestísimas viviendas sí se fueron demoliendo poco a poco, la Municipalidad de San José se negó a quitar los Lavaderos Umaña de la zona.
“Los lavaderos públicos se conservaron y permitieron que una gran cantidad de mujeres se ganaran el sustento diario “lavando ajeno”. Más aún, en 1904, la Municipalidad amplió y mejoró su infraestructura con la construcción de una casa para guardar ropa y vivienda del guarda, el arreglo de dos patios enlozados para secar ropa y un pasadizo de cemento desde la entrada hasta los lavaderos”, detalla Quesada sobre este tema.
El municipio le fue pagando al empresario por sus trabajos. Por ello, Florencia Quesada es clara al afirmar