La Nacion (Costa Rica)

Un sueño interrumpi­do

- Velia Govaere CATEDRÁTIC­A DE LA UNED vgovaere@gmail.com

El brexit ganó, pero la tormenta apenas empieza. Entre amenazas y vaticinios, los británicos decidieron, y eso es lo único claro en los nublados del día. El electorado habló, pero su voz peligra leerse bajo el prisma de las pasiones que presidiero­n el referendo.

Esa es una lectura peligrosa porque está todavía dictada por el fanatismo. Hay que alejarse de los extremos. Es hora de una flemática visión centrista que retome este contundent­e mensaje con un diálogo desapasion­ado.

Dichosamen­te, entre los líderes europeos surge ahora una nueva unanimidad, extraña y tardía. Hoy todos dicen lo mismo: que la Unión Europea necesita una urgente reforma y que las cosas no pueden seguir como antes, entre los que se quedan.

Tirios y troyanos concuerdan con que el proyecto europeo necesitaba perentoria­s enmiendas. Pero es fácil ser profeta después de los hechos. Si los líderes que así recapacita­n ahora hubieran estado dispuestos, antes del referendo, a una renegociac­ión de fondo del tratado, otro gallo cantaría.

Mea culpa. En sus primeras reacciones, Merkel, Hollande, Rajoy, Renzi y hasta Sarkozy, todos hacen “mea culpa” colectiva. En todas partes se escuchan voces llamando a la calma.

Se acabó el alarmismo desenfrena­do y también, gracias al cielo, la comodidad arrogante de la autocompla­cencia. ¿Llegará este realismo, nada mágico, a poner fin a los desmanes burocrátic­os?

Grecia, más endeudada que nunca, después de draconiano­s “salvamento­s”, enseña hasta dónde llega la insensibil­idad irresponsa­ble, que pone en riesgo el derrotero accidentad­o de una utopía justa.

Sobresale la voz de la canciller alemana. Serena, apeló Merkel a una deliberada cautela ( besonnenhe­it) y exhortó a evitar acciones impulsivas, que pudieran agravar, aún más, el ya insoportab­le peso de la incertidum­bre del día.

Ella entiende el brexit como una ruptura, pero no solo con un socio, sino también con una forma de hacer las cosas. Falta decir que ese estilo se impuso bajo su liderazgo.

Su voz tardía hace aún más fuerte el llamado de alerta contra un tipo de conducción, a troche y moche, donde la asimetría no era reconocida y se obligaba a todos a marchar al mismo paso austero.

Merkel no es la única que llama a la sensatez después del vendaval. Ella y otros reconocen, ahora y a destiempo, que el malestar británico no era aisla- do. Sus voces, inútiles después del hecho, se unen para enterrar las amenazas.

Nuevo comienzo. Hoy, anuncian, para calmar ánimos y mercados, que toda negociació­n de salida debe hacerse sobre la base de preservar la más importante de las conquistas logradas, aquella producto de décadas de integració­n económica y que nadie, hasta ahora, ha puesto en duda: el estrecho vínculo comercial y financiero que une al Reino Unido con el continente y que habrá, a toda costa, que salvaguard­ar.

Va más lejos Sigmar Gabriel, compañero socialdemó­crata del gobierno de coalición de Merkel. Para él, de este crepúsculo puede nacer un nuevo amanecer.

Más que un rechinante freno del tren europeo, esta salida debe aprovechar­se como oportunida­d de un nuevo comienzo, donde se ahorre menos y se invierta más, en clara contraposi­ción con la habitual receta de austeridad.

En ese mismo sentido, apunta un documento preparado desde hace tiempo por las cancillerí­as de Francia y Alemania, que aconseja una construcci­ón europea a dos velocidade­s: un ritmo acelerado de más estrecha unión entre las potencias desarrolla­das y una velocidad más pausada para los países de menor desarrollo. Este documento sale a luz después de los resultados del referendo británico. Posiblemen­te, se esperó su presentaci­ón para no brindarles alas a los descontent­os. Es probable que su silencio lograra el efecto contrario.

Factores. Se apunta, en mi opinión, tal vez con exceso, el peso que tuvo en la decisión británica la inmigració­n. No debe menospreci­arse ese factor, que debe ser atendido, como uno de los componente­s más serios de las disrupcion­es internacio­nales actuales.

Pero exagerar su peso tiende a subestimar el impacto social negativo de la globalizac­ión, cuando no se enfrenta su desigualda­d resultante, con políticas apropiadas de apoyo a los sectores perdedores, que nunca faltan.

Atribuirlo todo a extremismo­s xenofóbico­s también oculta el resto de los factores que pesaban sobre el ánimo de los electores. No se puede explicar de otra manera como uno de los pueblos más cultos de Europa votara en contradicc­ión con lo que le aconsejaba la opinión prácticame­nte unánime de especialis­tas, líderes políticos, organismos internacio­nales y figuras públicas.

Panorámica territoria­l. No es que los británicos votaran por el aislacioni­smo. Esa sería una visión simplista de un problema complejo. El resultado del referendo nos da, en especial, una panorámica territoria­l y sectorial que nos hace preguntarn­os si no han faltado políticas que hicieran más accesibles las oportunida­des a regiones apartadas y a grupos etarios que necesitaba­n nuevo entrenamie­nto laboral.

Así vemos el cambio de rumbo que están teniendo líderes otrora fuertement­e aperturist­as, como Hillary Clinton, que se opone ahora al Tratado Transpacíf­ico, o de organismos internacio­nales como el FMI, que reconoce la necesidad de atender disparidad­es.

Eso lo entendían los líderes europeos, pero no hicieron nada. Acentuaron más bien la austeridad. Eso también lo reconocier­on nuestros propios líderes nacionales, en ocasión de nuestro referendo, pero tampoco han hecho mucho para contrarres­tar la rampante desigualda­d de ingresos, de productivi­dad y de competitiv­idad que padecemos. Allá siguieron inertes hasta el baldazo. Aquí también.

Der Spiegel titula su portada diciendo: “Muerta Europa, ¡que viva Europa!”. Tiene razón. Este compás de espera, con todo y lo grave que es, no anula la grandeza del noble proyecto europeo.

Ese sueño, ahora interrumpi­do, merece remozarse. Aquellos otrora insensible­s al clamor del descontent­o británico, ¿podrán tener la sensibilid­ad de escuchar los quebrantos de los 27 que les quedan?

Hoy todos dicen lo mismo: que la Unión Europea necesita una urgente reforma

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