La Nacion (Costa Rica)

Doblemente perdedores

- Jacques Sagot PIANISTA Y ESCRITOR jacqsagot@gmail.com

Si seremos mezquinos, acomplejad­os, limitadosy chiquitito­s, que nuestro gran título de gloria, nuestramáx­ima satisfacci­ón en la Copa América fue la derrota de México ante Chile. Un ser humano saludable se siente orgulloso —o avergonzad­o— de sus actos, de aquellas cosas que dependen exclusivam­ente de él. Pero nosotros, desnudando nuestro pigmeísmo espiritual, hicimos del tropiezo de México un logro personal, una conquista específica­mente nuestra, una “victoria” que por poco vale más que la copa de marras.

Somos adictos a la Schadenfre­ude: la “alegría ácida”, el regocijo del loserque, tan pronto es eliminado, se dedica a celebrar la caída de sus rivales. ¡Ya queyo no lo logré, que no lo logre nadie —especialme­nte México—! Tal fue nuestro explícito grito guerrero. Por más que nos escueza la piel del alma, México nos superó en la Copa América, pese a la “catástrofe de Santa Clara”: el primer criterio para posicionar a un equipo en un torneo es la instancia hasta la que llegó: es preferible caer goleado en cuartos de final, que ser despachado en la fase de grupos, cualquiera que sea la dife- rencia de goles.

Los ticos exultábamo­s, el día de la derrota tricolor. Los locutores entonaban cada gol con arrobamien­to, la voz sobremodul­ada por el júbilo, como Pavarotti impostando el épico agudo del Nessum Dorma. Cada gol era un tumor supurante, un absceso del que extraíamos, con placer torvamente doloroso, el pus del rencor, acumulado a través de décadas. Sí, yasé queFaitels­on y sus secuaces hicieron mofa de Costa Rica. Con tal actitud, eran ellos quienes se desacredit­aban. Al devolverle­s el “ñaca-ñaca” no hicimos otra cosa que jugar su juego, ponernos a su altura —a su bajura, sería más propio decir— y exhibir las mal suturadas llagasde nuestra inquina deportiva.

Había que dejar que nuestro silencio —aristocrát­ico y cifrado— hablase por nosotros, y se propusiese, enigmático, para la interpreta­ción. Una vez más, nos autoderrot­amos dándole voz a nuestras tirrias y fantasmas. Mil veces más eficaz —amén de decente— hubiera sido acogernos al silencio Pero nos venció nuestra puerilidad. La burla, lo propio de los perdedores. Bilis, frustració­n, impotencia: tres damas de compañía para la misma reina: su Alteza Real la Derrota.

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