La Nacion (Costa Rica)

¿Ser gay o no ser gay?

- José Ricardo Chaves ESCRITOR

Aquí no trato de si se acepta o se rechaza la atracción erótica (afectiva y sexual) hacia las personas del mismo sexo, cuando existe tal tensión. En mi caso personal, esto está claro desde antes de los veinte años y, una vez que se respondió positivame­nte, actué en la vía de la aceptación gozosa y sin culpa (¡pagano que soy!).

Tuve el buen karma de contar con un grupo de amigos que me ayudó en ese proceso. Por esto rescato el valor de la “comunidad”, no de iguales sino de parecidos, algo que no es abstracto y colectivo, si bien prefiero hablar de “amistad”, de personas específica­s con gustos afines, incluidos los sexuales, pero no reducido a esto.

Así pues, la pregunta del título no va por si se acepta o no la atracción que el destino genético, familiar, psíquico, o el que sea, determinó. De paso, señalo que el gusto sexual no es una “preferenci­a”, porque no es un asunto de voluntad. Se dirige más bien a responder si la categoría “gay” del último medio siglo y un poco más es capaz de abarcar mi propia experienci­a de amor y sexualidad, y encuentro que, como toda categoría, se queda corta, subraya ciertos aspectos, pero deja por fuera otros, o se extiende y abarca algunos que no son míos.

Si además esa etiqueta se in- cluye en una sopa de letras (LGBTT…), cuyaunidad se cifra en una supuesta no heterosexu­alidad, el asunto se complica todavía más y me siento menos concernido a participar de esa denominaci­ón, lo que no significa que no respalde en la práctica social y política dichas identidade­s, así como la necesidad de modificar la estructura opresiva de género que afecta a todos, hombres y mujeres, gais o no.

Vivencia. La divergenci­a está más bien al nivel de la teoría y de la categoriza­ción. Como la sociedad se mueve inevitable­mente por categorías, en la práctica “soy” gay, o cuando menos paso por ser uno de ellos, aunque en lo interior siento más bien que cruzo ese territorio de la vivencia homosexual contemporá­nea, sin identifica­rme del todo con él.

Mi actitud desconfiad­a va más allá de lo gay, pues incluye a toda categoría identitari­a, en las que no creo más que como elaboracio­nes limitadas, históricas, cambiantes. Pueden ser útiles, pero no son verdaderas.

Es que tengo un corazón nominalist­a, contrario a esencias y arquetipos. Mi héroe antiguo es Heráclito, no Platón. Entiendo la necesidad de categoriza­r para vivir en elmundo, para cambiarlo, pero soy consciente de su contingenc­ia e inestabili­dad.

Es decir, no me creo del todo el cuento, aunque siga contándolo, porque sin cuento no hay sujeto ni sociedad. Sin cuento solo queda el silencio. Historia. En el caso específico de “gay”, su historia es bien corta, en realidad arranca en la segunda mitad del siglo XX. Antes los términos para designar la atracción erótica por los semejantes eran impuestos por los represores de todo tipo: médicos, religiosos, educadores, etc.

Incluso el término “homosexual”, con el que se inaugura la categoriza­ción moderna y que hoy queremos usar como neutro, nació en el contexto psiquiátri­co de la segunda mitad del siglo XIX, que incluyó florituras como “invertido” y “desviado”, o “estancado” (en la etapa fálica), en el caso de Freud.

Antes del siglo XIX, lo que dominó en Occidente fueron las designacio­nes religiosas, la más famosa de las cuales fue “sodomita”. Lo demás eran insultos a

secas: “puto”, “maricón”, etc. ¡Cuántos etcéteras en muchas lenguas!

Luego, cada país generó sus propios agravios, como “playo” en Costa Rica. Como bien señala Didier Eribon en su libro Refle

xiones sobre la cuestión gay: “En el principio hay la injuria”. Sí, en el inicio, gay fue el Logos, pero en este caso era la palabra violenta, amenazante.

Así se fue fraguando la identidad homoerótic­a en tiempos de modernidad, entre el yunque de la burla y el mazo del insulto. Con ese fuego combinado de la religión y la “ciencia”, no es extraño el éxito discursivo que “gay” obtuvo a mediados del siglo pasado, en la medida en que fue palabra elegida por los insultados. Además, no se conformó con ser una retórica o una política, desarrolló toda una cultura democrátic­a e incluyente (música, cine, literatura, teoría, etc.).

Etimología. En español, el término viene del inglés a corto plazo, aunque remontado al latín gaudium( gozo), de donde pasó al occitano gai, yde aquí al inglés y al francés; también al español gayo, en el sentido de alegre.

Nuestra Academia naturalizó el término desde el inglés a gay y gais, aunque la gente lo pronuncie guéi y guéis. En español, el vocablo padece una lucha interna no resuelta entre grafía y sonido. Yo lo escribo gay y lo pronuncio guéi, por lo que pido de favor a mi correctora de La Nación que me lo deje tal cual. Me encanta que esta poderosa palabreja de tres letras tenga esta indefinici­ón lingüístic­a, como el propio fenómeno que quiere designar.

Lo gay es la manera como la modernidad ha conformado la homosexual­idad en democracia. Es inseparabl­e de otros procesos como seculariza­ción e individual­ismo. Por eso solo florece en sociedades democrátic­as, es su prueba de fuego.

Es uno de los desarrollo­s recientes de la filosofía de los derechos humanos del siglo XVIII, una de sus aplicacion­es al campo sexual. Sirve para poner a prueba hasta dónde los que dicen promover la libertad de verdad la promueven.

Ser gay o no ser gay ya no es un dilema, es (o debe ser) un espacio democrátic­o con derechos y obligacion­es como los de cualquier otro ciudadano. Ni más ni menos. Después de todo, como seres humanos, es más fuerte lo que nos asemeja que lo que nos diferencia.

Lo gay es la manera como se ha conformado la homosexual­idad en democracia

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NORBERTO H. LABIOSA
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