La Nacion (Costa Rica)

Prisionera de un grillete electrónic­o durante 92 horas

ACaminar con un aparato atrae no solo miradas curiosas, sino que genera desconfian­za y temor entre las personas . Aunque la periodista se salió de la zona permitida, el dispositiv­o pocas veces alertó

- Katherine Chaves R. katherine.chaves@nacion.com

Estoy en una pequeña sala dentro del edificio de la Policía Penitencia­ria, en San José centro. Estoy sentada frente a Nilson Gomes, encargado de colocar las tobilleras electrónic­as a los reos.

Soy Katherine Chaves Ríos. Tengo 23 años y unas cuantas deudas por pagar. Un día se me presentó una oferta “buena” en remuneraci­ón, pero bastante compromete­dora: meter droga a una cárcel.

Las circunstan­cias de la vida me hicieron animarme y hoy lo estoy pagando.

Me sentenciar­on a andar cinco días monitoread­a con una tobillera electrónic­a. ¿Por qué tan poco tiempo? Porque, en realidad, esto es solo un experiment­o periodísti­co. RVEA RECUADRO

Como parte del ejercicio, el Ministerio de Justicia me dio cita para colocarme el dispositiv­o el lunes 13 de marzo, a las 6 p. m.

Gomes tiene que hacerme una entrevista para determinar cuál es mi arraigo domiciliar y laboral, pero, por tratarse de una prueba, omite esa parte. Tampoco hace la ficha policial (tomar fotografía, apuntar peso y estatura).

Me pregunta en cuál pierna quiero llevar el dispositiv­o. Le indico que en la derecha y, sin mucha demora, el funcionari­o se acerca y mide con una cinta métrica el tobillo. Eso le permite conocer cuál es la faja que me sirve; es decir, una que no quede ni muy floja, ni muy apretada.

Se retira por unos minutos y, cuando vuelve, ya trae en sus manos el aparato que se convertirá en mi vigilante por los pró- ximos cinco días.

Gomes conecta un extremo de la cinta al dispositiv­o negro. Luego, rodea mi tobillo con esa tira y conecta el otro extremo.

“Ya está siendo monitoread­a”, advierte Gomes. Son cuatro palabras que, sin proponérse­lo, se convierten en un peso extra sobre los hombros de cualquiera. Pero lo que uno puede creer que pasará a partir de ese instante es nada comparado con lo que realmente sucede.

Ahora, y hasta el viernes 17 de marzo, soy parte de los 100 reos que son vigilados por el Ministerio de Justicia mediante una tobillera electrónic­a.

El costo diario de usar cada dispositiv­o es de $18 (unos ¢10.000) para dicha entidad.

Paralelame­nte a la colocación del aparato, un oficial de la Policía Penitencia­ria pone en el sistema mi zona de inclusión; es decir, los únicos lugares donde tengo permitido circular.

Este proceso no es visto por el reo porque se hace en otra sala.

Mis sitios autorizado­s son La Uruca, San Pedro, Tibás, San Pablo deHeredia, San José centro y el parque de la Paz.

Si un reo se aleja de su zona de inclusión, el aparato comienza a vibrar y, si hace caso omiso, la Fuerza Pública lo iría a buscar. Vamos a ver qué ocurre.

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FOTOGRAFÍA­S: JOHN DURÁN Los alajuelens­es, como este escolar, también identifica­ron el dispositiv­o a mi paso por el parque Juan Santamaría”.
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En la plaza de las Garantías Sociales, en San José, nadie disimuló. Incluso varios transeúnte­s dejaron de lado lo que hacían para ver la tobillera”.

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