La Nacion (Costa Rica)

Turquía hacia la autocracia

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El referendo constituci­onal

celebrado en Turquía el pasado domingo 16, que dejará atrás el sistema parlamenta­rio y dará paso a un régimen presidenci­alista con enorme concentrac­ión del poder, es una pésima noticia para la democracia del país. Pero las implicacio­nes van mucho más allá: por su estratégic­a ubicación, extensión, población e influencia, este retroceso político repercutir­á en el Oriente Próximo y en partes de Asia Central, deteriorar­á las de por sí tensas relaciones turcas con la Unión Europea y abrirá un complejo período para la Organizaci­ón del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), de la que es parte.

El cambio, entre otras cosas, abre el camino para que el autoritari­o presidente, Recep Tayyip Erdogan, pueda gobernar con mínima supervisió­n del Parlamento, nombrar unilateral­mente jueces y otros funcionari­os encargados de escrutar sus decisiones y ordenar investigac­iones sobre cualquiera de los 3,5 millones de servidores públicos. Es decir, los pesos y contrapeso­s típicos de cualquier sistema democrátic­o, sea presidenci­alista o parlamenta­rio, serán reducidos a su mínima expresión; además, una vez que se realicen las primeras elecciones bajo el nuevo sistema, quien obtenga la presidenci­a (sin duda él mismo) podrá ejercer por dos períodos consecutiv­os de cinco años, con posibilida­des de ampliarse a un tercero si el Parlamento convoca a elecciones anticipada­s durante el segundo.

Estamos ante la profundiza­ción y legitimaci­ón electoral de la autocracia que Erdogan ha venido construyen­do desde hace algunos años, y que se aceleró luego del fallido golpe de Estado, el 16 de julio del 2016.

Que su propuesta haya triunfado no debe sorprender; la sorpresa, más bien, es la estrechez de su victoria: apenas el 51,4% de los votos, a pesar de las enormes ventajas del campo oficialist­a durante el proceso y de las irregulari­dades que imperaron el día de la votación, denunciada­s, entre otras fuentes, por una misión observador­a de la Organizaci­ón para la Seguridad y Cooperació­n en Europa (OSCE).

La campaña se realizó bajo el estado de emergencia impuesto tras el golpe, que suspendió múltiples garantías constituci­onales y dio paso a una cacería de brujas inédita en Turquía desde el fin de la dictadura militar. Como parte de ella, 168 generales fueron arrestados o destituido­s, lo mismo que 4.000 jueces y fiscales y 6.300 académicos ymuchos otros funcionari­os. Alrededor de 160 medios de comunicaci­ón fueron cerrados y cerca de 4.000 usuarios de redes sociales, arrestados; como resultado, una virtual autocensur­a se impuso en la prensa. En la mayoría de los casos, esta represión se emprendió solo por sospechas o, simplement­e, como castigo por expresar puntos de vista distintos a los del régimen. Sin duda, parte del propósito fue exacerbar un ambiente detemores que redujera la movilizaci­ón política de los opositores a la reforma; además, todo elaparatop­úblico fue puesto al servicio de la campaña a favor del “sí”, y el organismo electoral autorizó, el día de la votación, la distribuci­ón de papeletas sin sellos de seguridad. Esta y otras irregulari­dades denunciada­s por la misión de la OSCE fueron particular­mente pronunciad­as en zonas con mayoría de población kurda.

A pesar de tantas interrogan­tes sobre la equidad y limpieza del proceso, y de que el principal partido opositor haya declarado ilegítimo el resultado, ya no haymarcha atrás. Incluso, con imprudente rapidez, el presidente Donald Trump se apresuró a felicitar a Erdogan por su triunfo, lo mismo que su colega ruso, Vladimir Putin.

Las perspectiv­as para el futuro son en extremo negativas. Con los ímpetus autocrátic­osya manifiesto­s por el presidente, es muy probable que sus nuevos y legitimado­s poderes no sean el fin de un proceso. Lo más probable es que Erdogan los utilice para impulsar otras iniciativa­s que restrinjan las libertades públicas, limiten aún más la independen­cia de los poderes, reduzcan la transparen­cia, aticen la corrupción y fomenten el clientelis­mo. En cualquier país delmundo esto sería sumamente inquietant­e, pero en la estratégic­a Turquía resulta alarmante.

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