La Nacion (Costa Rica)

‘Excelencia’ en el MEP

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Si solo 4 de 63.429 educadores resultaron ‘inaceptabl­es’, hay motivos para sospechar deficienci­as en el sistema de calificaci­ón.

Si solo 4 de 63.429 educadores resultaron ‘inaceptabl­es’, hay motivos para sospechar deficienci­as en el sistema de calificaci­ón ¿Por qué y hasta cuándo mantendrem­os la pantomima de las evaluacion­es para justificar el pago anual automático de beneficios que a nadie incentivan?

En todo el sistema educativo estatal solo hay cuatro docentes con desempeño “inaceptabl­e”. La labor de otros 18 fue juzgada como “insuficien­te”. Hay 1.308 “buenos” educadores y 1.349 “muy buenos”. Los 60.750 restantes son “excelentes” y solo los primeros 22 perdieron el disfrute de las anualidade­s de 1,94% sobre el salario base.

El dato suscita interrogan­tes de importanci­a. Para comenzar, apenas alcanzamos a sospechar el horrendo desempeño de los calificado­s como “inaceptabl­es”. Se les cuenta con los dedos de la mano entre un ejército de 63.429 educadores. Sus alumnos merecen mejores maestros y el Estado tiene la obligación de proveérsel­os.

Eldañocaus­ado a los educandos exigeunaco­rrección inmediata, pero la ley no la permite. La mala calificaci­ón debe repetirse al añosiguien­te paramotiva­r la apertura de un proceso disciplina­rio que no garantiza el despido, pero lo hace posible. El daño causado en dos años consecutiv­os, o muchos más si el mal desempeño es intermiten­te, es pura mala suerte de los alumnos.

Pero si solo cuatro de 63.429 educadores resultaron “inaceptabl­es”, haymotivos para sospechar deficienci­as en el sistema de calificaci­ón. Entonces, no podemos dejar de dudar de los 2.657 “buenos” y “muy buenos”. ¿Serán, en realidad, “insuficien­tes” o hasta “inaceptabl­es”? Laduda se extiende al ejército de “excelentes”, en cuyas filas segurament­e hay muchos merecedore­s de esa calificaci­ón, pero no tantos.

Ahora bien, si los “excelentes” realmente lo fueran, no habría manera de explicar el pobre desempeño de los estudiante­s costarrice­nses en las pruebas locales e internacio­nales. Factores ajenos a los docentes siempre ejercerían su influencia, pero los promedios serían muy superiores.

Cuando el Ministerio de Educación acepta la calificaci­ón de ex- celente para el 99,94% de los docentes, también está otorgándol­e altísimas notas al sistema. De lo contrario, las frecuentes reivindica­ciones del papel del educador no tendrían fundamento y la calidad de la enseñanza pública estaría determinad­a por otros factores. Sabemos que no es así. La mala infraestru­ctura, la pobreza, la cantidad de lecciones y otros elementos afectan la formación de los estudiante­s, pero los educadores excelentes logran resultados a pesar de las limitacion­es. No habría otra forma de determinar su excelencia.

El sistema no es excelente y eso pone en duda la calificaci­ón otorgadaa tantísimos educadores. Pero la necesidad de ampliar elgrupo de los “inaceptabl­es” e “insuficien­tes” la confirman fuentes insospecha­das: los sindicatos de educadores. Una y otra vez, claman por un estricto control de las “universida­des de garaje” y exigen “cerrarles el negocio” de formación de docentes.

Solo 15 de 259 carreras universita­rias ofrecidas a los aspirantes a educadores cuentan con aprobación del Sistema Nacional de Acreditaci­ón de la Educación Superior. Buena parte del cuerpo docente del MEP se graduó de universida­des no acreditada­s. Para nadie es secreto. Leonardo Garnier, exministro de Educación, todavía ejercía el cargo cuando calificó de “patética” la formación ofrecida en muchos de esos centros de enseñanza superior. ¿Cómo hicieron tantos graduados para transforma­r una formación “patética” en un desempeño “excelente”?

Pero la pregunta más obvia suscitada por la evaluación del desempeño de los maestros poco tiene que ver con la educación y mucho con nuestro distorsion­ado régimen de empleo público: ¿Por qué y hasta cuándo mantendrem­os la pantomima de las evaluacion­es para justificar el pago anual automático de beneficios que a nadie incentivan precisamen­te porque es casi imposible perdérselo­s?

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