La Nacion (Costa Rica)

La jerarquía del capitán

- Roberto García H. PERIODISTA roberto.comunic@gmail.com

Parecía un balón perdido, hasta que Marco Ureña lo rescató afanosamen­te. Se lo dio a Bryan Ruiz. El capitán aceleró en corto. Un quiebre, espacio y trazo de billarista, direcciona­do a tres dedos, con el calibre necesario para rozar la raíz del palo izquierdo y anidar en la red de Trinidad y Tobago. Golazo y ventaja, un 2 a 1 que no dejaríamos escapar, después de que habíamos sufrido horrores en nuestra meta, donde Keylor Navas ratificó su valía extraordin­aria. De inmediato a la anotación del alivio, el capitán Ruiz buscó a Johnny Acosta, eventual chivo expiatorio de un empate que amenazaba con dejarnos muy mal en la eliminator­ia a Rusia 2018. Se abrazó con él, pidió al grupo sumarse al respaldo y la indicación fue acatada. Así actúa un buen líder.

Me agrada la personalid­ad de Bryan Ruiz, el garbo con que ejerce la autoridad que le confiere la cinta del capitán de la Selección. Sin poses ni aspaviento­s, con él no va aquello de que quien más grita, traga más pinol. Por el contrario, Bryan es sereno y conciliado­r. Su sola presencia infunde respeto, aunque muchos analistas y aficionado­s lo juzgan muy pasivo. Incluso, una fuerte corriente de opinión pugna para que los capitanes de la Tricolor sean Keylor Navas o Celso Borges, dos figuras que, por supuesto, también poseen atributos y sobrados méritos para portar el gafete. Sería absurdo ignorarlo.

Pero, cada vez que el flaco de San Felipe de Alajuelita salta a la gramilla, denota su integridad. Además de que da todo en la cancha, su disciplina ejemplar sirve de guía para la niñez y la juventud. Lo que pasa es que en estos tiempos del fútbol resultadis­ta, a todos se nos mete una histeria colectiva que provoca que reparemos poco –o nada– en la verdadera dimensión de este deporte y en su decisiva influencia en el tejido social.

Un quiebre, espacio y trazo de billarista. La bala blanca anidó en las redes del Caribe. De inmediato, Bryan Ruiz buscó a Johnny Acosta, su compañero en desgracia. Se abrazó con él. Pidió al grupo sumarse al respaldo. Y su indicación fue acatada. ¡Grande, capitán!

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