La Nacion (Costa Rica)

Pactar con transparen­cia para avanzar

- Laura Chinchilla Miranda y Ottón Solís Fallas

L a grave crisis financiera y económica global que afectó la economía costarrice­nse entre los años 2008 y 2009 condujo a las autoridade­s de entonces a adoptar un conjunto de medidas anticíclic­as. Lamentable­mente, una de ellas consistió en incrementa­r los gastos corrientes, lo cual ocasionó un grave deterioro de las finanzas públicas del país.

Tal situación anticipaba la necesidad de que quienes asumirían la conducción del gobierno a partir del año 2010 tuviesen que proponer medidas que dieran respuesta a un déficit fiscal que para ese año ya alcanzaba un 4,9 % y una deuda pública que se elevaba al 34 % del PIB. Anticipaba, también, un intenso esfuerzo de negociació­n política, tanto por la complejida­d intrínseca a toda reforma tributaria que toca los intereses económicos de diversos sectores, como por las dificultad­es propias de nuestro proceso legislativ­o.

Las reformas fiscales son las que más ponen a prueba la voluntad y capacidad de negociació­n de las autoridade­s de un gobierno y de los líderes de oposición. Todos los sectores buscan proteger sus rentas y que sean “otros” los que paguen el sacrificio, desplegand­o un intenso cabildeo para quedar por fuera de las nuevas obligacion­es. Por otro lado, los múltiples recursos procedimen­tales con que cuentan las minorías parlamenta­rias para imponer su voluntad, han venido haciendo nugatoria la regla de la mayoría como garantía para la aprobación de un proyecto de ley. Es así como, en el caso de proyectos políticame­nte controvers­iales, se requiere asegurar una mayoría calificada que autorice aprobar procedimie­ntos especiales para poder llevar un proyecto de ley al punto de votación. Conseguir las dos terceras partes de los votos legislativ­os en un Parlamento cada vez más fraccionad­o, para aplicar un procedimie­nto abreviado no es, por lo tanto, tarea menor. Involucram­iento.

Por lo anterior, una negociació­n en materia tributaria resulta inalcanzab­le sin que el jefe de Estado se involucre de lleno en su coordinaci­ón y seguimient­o y sin la articulada participac­ión del gabinete en pleno, especialme­nte de las carteras que tienen que ver con los sectores productivo­s que se ven afectados de diversa manera por el proceso.

Nunca una reforma tributaria del calado como la que necesita el país, y como la que se presentó en enero del 2011, puede ser aprobada con la huérfana gestión del Ministerio de Hacienda, a partir de señales erráticas del gobierno, dándole poder de veto a algunos gremios o amenazando a los diputados. En un régimen presidenci­alista como el nuestro, los legislador­es presumen, de manera correcta, que la iniciativa de la negociació­n de proyectos prioritari­os para el país, le correspond­e al propio gobierno.

Tampoco basta con la acción decidida de un gobernante y su equipo; una tarea de tal complejida­d resulta imposible si a la vez no se cuenta con dirigentes políticos de oposición dispuestos a anteponer el interés público a sus más inmediatos cálculos electorale­s, y a construir acuerdos a partir de negociacio­nes francas y transparen­tes resistiend­o las intensas presiones delos intereses gremialesy­sectoriale­s.

Esas condicione­s se dieron en el año 2011. Por un lado, un Poder Ejecutivo encabezado por la Presidenci­a de la República, volcado de lleno en las negociacio­nes con gremiosydi­putados, y con el acompañami­ento riguroso de un equipo de profesiona­les del Ministerio de Hacienda. Para que no cupiese duda del compromiso político con el proceso al más alto nivel, cada negociació­n que se fue cerrando con alguno de los sectores convocados, se selló con el anuncio de los acuerdos alcanzados en la Casa Presidenci­al y con la presencia de la presidenta de la República.

Por otro lado, un liderazgo en el principal partido de oposición, que no tuvo reparos para asumir costos políticos, comprometi­éndose a negociar aspectos de fondo y a contribuir con los votos para una vía rápida. En un anuncio conjunto desde la Casa Presidenci­al en setiembre del 2011, de manera transparen­te comunicamo­s al país la ruta. Ello hizo posible la votación calificada con 43 votos para el procedimie­nto especial pocos días después y la votación en primer debate del proyecto, en marzo del 2012. Cambios.

La negociació­n fue tan franca como intensa, y condujo a cambios de fondo al contenido del proyecto original y a la presentaci­ón de un texto sustitutiv­o. Varias semanas estuvieron los equipos del gobierno y del PAC trabajando hasta alcanzar el acuerdo que anunciamos de manera conjunta. Entre los aspectos solicitado­s por el PAC que se introdujer­on en el proyecto de ley, estaban la renta global, la renta universal, la disminució­n del impuesto al valor agregado (IVA) a los servicios de salud y educación privados, mayor progresivi­dad en renta, e impuestos a los dividendos de zonas francas para proyectos a instalarse a partir del año 2015. El estimado final de la recaudació­n que arrojaría el nuevo texto era del 1,5 % del PIB.

El proceso no fue en absoluto sencillo. Ambos habíamos tenido que ceder temas importante­s y debimos enfrentar la furiosa reacción de sectores cercanos, pero estábamos convencido­s de que el todo negociado era mejor que las partes que cada uno había sacrificad­o; estábamos convencido­s de que cualquier costo político por pagar se justificab­a, antes que exponer al país a una grave situación sobre la base de cálculos personales o partidario­s.

Pese a que según un Estudio del Instituto de Investigac­iones Económicas de la UCR determinó la progresivi­dad de la reformapro­puesta, siendo que un 73 % de la recaudació­n recaería sobre el 20 % de más altos ingresos, los detractore­s de la reforma parapetado­s detrás de la izquierda y de la derecha legislativ­as y apoyados por un sector de la prensa, desplegaro­n una efectiva estrategia de ataque a esta. Defensa.

El gobierno sostuvo la defensa del proyecto durante todo su trámite, lo cual condujo a una drástica e irrecupera­ble caída de su popularida­d. Por otra parte, un sector del PAC encontró en el gesto patriótico de la negociació­n un flanco para golpear y debilitar a quienes la habían liderado. Ese mismo sector hizo lo posible por traerse abajo en la Sala Constituci­onal la reforma tributaria aprobada, hasta lograrlo con la complicida­d de los enemigos de siempre del ajuste fiscal.

Aunque se lograron aprobar otras leyes importante­s como la Ley de Fortalecim­iento de la Administra­ción Tributaria y Aduanera que permitió mayor efectivida­d en el cobro de los impuestos y la Ley de Transparen­cia Fiscal que posibilitó el intercambi­o de informació­n tributaria con autoridade­s de otros países, el golpe constituci­onal a la Ley de Solidarida­d Tributaria no permitió que esta se pudiese retomar antes del cierre del período constituci­onal 2010-2014, aunque sí se avanzó enunrenova­do proceso de consulta cuyos resultados se recogieron en el documento denominado Una ruta hacia la consolidac­ión fiscal y se pusieron en manos del gobierno que asumió en el 2014.

Seis años después de que en setiembre del 2011 anunciáram­os nuestra disposició­n a llegar a acuerdos, el país se encuentra sin reforma y en un escenario fiscal peor que el de entonces; el déficit se acerca al 6 % y la deuda pública asciende a un 46 %, del PIB. Alto precio.

Pero lo más grave es que el tiempo político perdido tiene un precio muy alto. El gobierno dejó pasar sus mejores años para abrir una negociació­n comocorres­pondía. Hoysus llamados son parciales en los contenidos y tardíos en el tiempo. Por su parte, la oposición ya no está dispuesta a entrar en el impopular camino que implica una negociació­n fiscal a tan solo pocos meses de la elección nacional.

Al igual que lo estábamos hace seis años, seguimos convencido­s de la necesidad de medidas de contención y racionaliz­ación del gasto y de una reforma fiscal que eleve la carga tributaria y redistribu­ya de manera más solidaria las obligacion­es fiscales del país. Al igual que lo hicimos nosotros hace seis años, la negociació­n política seguirá siendo la única vía para dar respuesta a este problema. De la misma manera que ambos lo padecimos, el costo político resultará siempre inevitable por lo odioso de la materia, pero más costoso será el reclamo de la historia a quienes sigan evadiendo esta responsabi­lidad.

Lamentamos profundame­nte el tiempo perdido, pero vemos con esperanza la oportunida­d deque la jornada electoral sirva para decantar posiciones con claridad y madurez de parte de cada candidato, y para ir tendiendo los puentes necesarios que conduzcan a las distintas fuerzas políticas a pactar con transparen­cia, como en su momento lo hicimos nosotros, y para poder avanzar en la solución definitiva a un problema que de no atenderse pondrá en riesgo la estabilida­d económica y la paz social de los costarrice­nses.

Más costoso será el reclamo de la historia a quienes sigan evadiendo su responsabi­lidad

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