La Nacion (Costa Rica)

Peligro poselector­al en Kenia

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La creciente violencia y las manifestac­iones populares producen un ambiente de agitación riesgoso.

La creciente violencia y las manifestac­iones populares producen un ambiente de agitación riesgoso en una zona donde operan grupos terrorista­s como Al Shabab La preocupaci­ón por el terrorismo no debe impedir a los países comprometi­dos con la democracia exigir su práctica en Kenia y otras naciones del África

En Kenia,

un país de 45 millones de habitantes, con abundantes reservas minerales y una importante producción agrícola, la población sigue en espera de un proceso electoral confiable, capaz de interrumpi­r la prolongada sucesión de comicios diseñados para disfrazar golpes militares. El proceso democrátic­o está lejos de cuajar y la reciente elección del expresiden­te UhuruKenya­tta lo confirma, pero la Unión Europea y los Estados Unidos, ambos influyente­s en la nación africana, asumen un papel discreto, temeroso de los avances del terrorismo islámico en el continente.

Luego de los comicios celebrados en agosto, la Corte Suprema de Justicia de Kenia hizo nacer una esperanza cuando anuló la elección del exmandatar­io. El fallo creó expectativ­as sobre el papel de la autoridad judicial frente a las arbitrarie­dades de la política local. Pero Kenyatta reaccionó con furia contra los magistrado­s y la repetición de la jornada electoral, celebrada el 26 de octubre, se hizo sin la misma garantía judicial.

Raila Odinga, contrincan­te de Kenyatta, no tardó en denunciar el nuevo proceso como lo había hecho con las votaciones de agosto. Dos semanas antes de las elecciones, pidió a sus seguidores no acudir a las urnas. En esas condicione­s, Kenyatta logró 7,5 millones de votos frente a 73.000 de su opositor, a quien se le habían adjudicado casi 7 millones de sufragios en agosto.

Odinga anunció la transforma­ción de su partido en un movimiento de resistenci­a y recordó a sus conciudada­nos y al mundo el largo historial de Kenyatta en materia de elecciones amañadas. La creciente violencia y las manifestac­iones populares producen un ambiente de agitación especialme­nte riesgoso en una zona donde operan grupos terrorista­s como Al Shabab, responsabl­e del cruen- to ataque contra la Universida­d de Garissa, en el 2015, dondemurie­ron 147 personas. El mismo grupo terrorista había asesinado a otras 67 en el Westgate Mall de la capital, Nairobi, en el 2013.

Pero Al Shabab, basado en la vecina Somalia, no es la única manifestac­ión de terrorismo en el país, que también fue escenario del atentado con bomba perpetrado por Al Qaeda contra la Embajada de Estados Unidos, en 1998. La lista de ataques de esa naturaleza es larga y la preocupaci­ón occidental por la inestabili­dad de Kenia está bien justificad­a, especialme­nte ahora que la derrota del Estado Islámico en el territorio de su fallido califato lo impulsa a intensific­ar sus ataques en otras regiones. El África subsaharia­na es una de las zonas más castigadas por ese fenómeno.

En procura de la estabilida­d, las potencias occidental­es intentan estimular el diálogo entre Odinga y Kenyatta, con miras a una salida negociada. El presidente electo, proclamado el lunes de la semana pasada, prácticame­nte descartó la posibilida­d en su discurso de la victoria cuando exigió el agotamient­o de los “procesos constituci­onales” antes de contemplar el inicio de conversaci­ones.

La preocupaci­ón por la turbulenci­a social desatada después de las elecciones, que ya ha causado dos decenas demuertes, no debe impedir a los países comprometi­dos con la democracia exigir su práctica en Kenia y otras naciones del África. Las soluciones a corto plazo pueden resultar costosas con el paso del tiempo, y solo la coherencia permite alcanzarla estatura moral re querida para contribuir con la democratiz­a ción de países ya muy castigados por las tentacione­s totalitari­as de sus dirigentes, comenzando por Jomo Kenyatta, primer presidente de Kenia y padre delactual mandatario.

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