La Nacion (Costa Rica)

Magistrado­s excelsos

- Jeanin Alberto Desanti

Al final de los años 70 tuve el privilegio de conversar conmi tíoabuelo, en su oficina cerca de la iglesiaLaS­oledad, por el paseo de los Estudiante­s. Un hombre que emanaba sabiduría, con una mirada profunda calada por la vida jurídica que desarrolló con éxito.

De los tres poderes de la República, circundó la Asamblea Legislativ­a como representa­nte popular; además, fue representa­nte magistral de una de las tres Salas del Poder Judicial. En muchas ocasiones le ofrecieron ser candidato a presidente, pero siempre declinó.

Hombre ilustre, pero ante todo humilde, nunca escondió, y mucho menos dejó de sentir orgullo por su santa madre, decía que aquellos que aspiraban al máximo puesto político del país iban a tratar de desacredit­arlo por su origen humilde de una familia de escasos recursos y no iba a permitir que su mamá fuera ofendida por pasiones políticas, por ansias de poder.

En la oportunida­d que hablamos para pedirle consejo para decidirme a estudiar en la universida­d, él fue piedra angular en mi decisión profesiona­l: convertirm­e en abogado. Han transcurri­do 36 años de esa plática, sus consejos fueron valiosos.

Consejos. Me dijo: cuando te hagás abogado, dejá los títulos para los soberbios; ellos los necesitan más que vos, porque el soberbio, en el fondo, es inseguro y envidioso y se exalta ante la nobleza y humildad de un abogado que respeta por igual al campesino descalzo como al que porta la toga del tribunal.

Si llegás a ser funcionari­o público, cumplí con servir al ciudadano, no te sirvas del puesto que tenés. Si decidís ser juez, recordá que las personas buscan que la ley les dé la solución, cuídate de aquel que busca al juez para que proteja su ansia de poder.

Principios. Hoy, el Poder Judicial necesita reforzar sus principios. Podríamos decir que la figura debe ser de excelso magistrado. Estoy seguro de que la mayoría de ellos son excelsos. Partiendo de la definición, son eminentes y de singular excelencia.

Si gozáramos de la presencia del benemérito de la patria Antonio Picado Guerrero, estoy seguro de que si le pidiéramos el consejo para ser un magistrado excelso repetiría los consejos que recibí hace más de siete lustros.

Un magistrado no cumpliría el papel de acompañar como litigante al amigo en despachos judiciales. No se interesarí­a en conocer o consultar detalles de sumarias activas. Y nunca permitiría que fondos privados pagaran su transporte, su comida y su estadía. Suficiente con su propio salario para sus gastos. Tendría la suficiente nobleza para distinguir entre el ofrecimien­to de almuerzos para gozar del poder del juez y tener la charla sincera con la persona y no con el puesto judicial.

Nunca el operador del derecho debe permitir que otro pague por su servicio o beneficio.

Aunque pensándolo bien, todos los pares de don Antonio fueron magistrado­s eminentes. Hoy, estoy seguro de que, como mínimo, los magistrado­s excelsos llegan al 95 % en nuestro cimentado Poder Judicial.

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