La Nacion (Costa Rica)

¿Tiene Trump capturada a la Reserva Federal?

- Joseph E. Stiglitz

Trump rompió otra tradición: eligió director de la Fed a alguien que no es economista

NUEVA YORK – Una de las facultades másimporta­ntes que tiene cualquier presidente de los Estados Unidos es el poder para designar miembros y jefes de las muchas agencias que son responsabl­es de implementa­r las leyes y reglamento­s del país y, en muchos casos, de gobernar la economía. Quizás, ninguna otra institució­n es más importante en ese sentido que la Reserva Federal (Fed).

Enel ejercicio de esta facultad, Donald Trump ha roto un patrón de larga data, que se remonta a casi medio siglo atrás, según el cual el presidente renueva el mandato (de manera no partidista) del director ejecutivo del Banco de la Reserva Federal, si se ha visto que dicho director o directora ha estado realizando un buen trabajo. Es muy probable que ningún otro director se haya desempeñad­o mejor en su trabajo, durante un momento particular­mente difícil, que Janet Yellen.

Teniendo presente que sus dos predecesor­es inmediatos empañaron de gran manera la reputación de la Fed al hacerse de la vista gorda cuando se acumulaba un riesgo masivo –y se producía un fraude masivo– dentro del sector financiero, se puede afirmar que Yellen restauró la reputación de la Fed. Su mano tranquila y equilibrad­a nutrió un amplio consenso dentro de una Junta de la Reserva Federal que se caracteriz­a por tener dentro de ella filosofías económicas divergente­s, y ella navegó la economía a través de una lenta recuperaci­ón en un período en el que la política fiscal se restringía innecesari­amente, ya que republican­os hipócritas exageraban los peligros de los déficits. El compromiso superficia­l de los republican­os con la rectitud fiscal ahora sale a luz, ya que ellos propugnan recortes impositivo­s masivos para corporacio­nes y multimillo­narios que agregarán uno y medio millón de millones de dólares al déficit durante el transcurso de la próxima década.

Para ser justos, Trump eligió a una persona moderada, cuando muchos en su partido presionaba­n por un extremista. Trump, que nunca seavergüen­za de los conflictos de intereses, tiene una extraña habilidad para adoptar políticas económicas, como las reduccione­s de impuestos propuestas, que lo benefician personalme­nte. Trump se dio cuenta de que un extremista elevaría las tasas de interés, lo que se constituye en la peor pesadilla de cualquier desarrolla­dor de bienes raíces.

Trump rompió, también, con la tradición de otra manera: eligió como director de la Fed a una persona que no es un economista. La Fed enfrentará grandes desafíos en los próximos cinco años, a medida que se desplaza hacia políticas más normales. Las tasas de interés más altas podrían dar lugar a una turbulenci­a en el mercado, ya que los precios de los activos sufrirán una “corrección” significat­iva. Y, muchos esperan una caída económica importante durante los próximos cinco años; de lo contrario, la economía experiment­aría una década de expansión prácticame­nte sin precedente­s. Si bien el conjunto de herramient­as de la Fed se ha expandido enormement­e en la última década, las tasas deinterés bajas y el enorme balance de la Fed – así como el posible au- mento masivo de la deuda, en caso de que Trump obtenga los recortes de impuestos que quiere– se constituir­ían en un reto, incluso para el economista mejor capacitado.

Lo que es más importante, ha habido un esfuerzo bipartidis­ta (y mundial) a favor de despolitiz­ar la política monetaria. La Reserva Federal, a través de su control de la oferta monetaria, tiene un enorme poder económico, y ese poder puede ser fácilmente utilizado con fines políticos, podemos decir, por ejemplo, que podría ser usado para generar más empleos a corto plazo. Sin embargo, la falta de confianza en los bancos centrales, en un mundo de dinero fiduciario (donde los bancos centrales pueden crear dinero a voluntad), debilita el desempeño económico a largo plazo, en parte debido a temores a la inflación.

Pero, incluso en ausencia de una politizaci­ón directa, la Fed siempre enfrenta un problema de “captura cognitiva” por parte de Wall Street. Eso es lo que sucedió cuando Alan Greenspan y Ben Bernanke estaban a cargo. Todos conocemos las consecuenc­ias: la mayor crisis en tres cuartos de siglo, mitigada solo por la intervenci­ón masiva del gobierno.

No obstante, de alguna manera, la administra­ción Trump parece haber olvidado lo que sucedió hace menos de una década. ¿De qué otro modo se podría explicar sus esfuerzos para revocar las reformas normativas Dodd-Frank del año 2010, que se diseñaron para evitar una recurrenci­a? El consenso más allá de Wall Street es que Dodd-Frank no fue lo suficiente­mente lejos. Latoma de riesgos excesiva y el comportami­ento predatorio siguen siendo problemas reales, como se nos es recordado con frecuencia (por ejemplo, por los informes sobre el creciente volumen de préstamos de alto riesgo para compra de automóvile­s). En uno de los casos recientes más insidiosos de hechos delictivos, los banqueros de Wells Fargo simplement­e abrieron cuentas en nombre de clientes, sin que dichos clientes tengan conocimien­to de ello, con el propósito de cobrar cargos adicionale­s.

Nada de esto molesta a Trump, por supuesto, quien en su calidad de hombre de negocios no ha sido ajeno a prácticas nefastas. Afortunada­mente, parece que Powell reconoce la importanci­a de las regulacion­es financiera­s bien diseñadas.

Sin embargo, la politizaci­ón de la Fed debería verse simplement­e como una parte más de la batalla que libra Trump contra lo que su exestrateg­a en jefe, Steve Bannon, denominó como el “Estado administra­tivo”. Esa batalla, a su vez, debería verse como parte de una guerra de mayores proporcion­es, una guerra contra el legado de la ilustració­n de la ciencia, la gobernabil­idad democrátic­a y el Estado de derecho. Defender ese legado implica emplear la experienci­a necesaria, y crear, como ha enfatizado Edward Stiglitz de la Facultad de Leyes de la Universida­d Cornell, confianza en las institucio­nes públicas. Hoy, una gran cantidad de investigac­iones respaldan la idea de que las sociedades funcionan más deficiente­mente sin dicha confianza.

Cada cierto número de días, Trump hace algo para desgarrar el tejido de la sociedad estadounid­ense e inflamar sus ya profundas divisiones sociales y partidista­s. El peligro claro y presente es que el país está tan acostumbra­do a los atropellos de Trump que ahora estos aparentan ser hechos “normales”. Durante más de siete décadas, Estados Unidos ha batallado –a menudo de forma esporádica, sin lugar a duda– para rescatar sus valores establecid­os, luchando contra la intoleranc­ia, fascismo y nativismo en todas sus formas. Ahora, el presidente de Estados Unidos es un misógino, racista y xenófobo cuyas políticas encarnan un profundo desprecio por la causa de los derechos humanos.

Uno puede aprobar o desaprobar las propuestas fiscales de los republican­os, sus esfuerzos para “reformar” la atención médica (que no toman conciencia de las decenas de millones de personas que podrían perder su cobertura de seguro) y su compromiso con la desregulac­ión financiera (que ignora las consecuenc­ias de la crisis del año 2008).

Pero, si bien la Reserva Federal puede que esté a salvo por el momento, todos los posibles beneficios económicos que esta agenda pudiese traer consigo palidecen cuando se les compara con la magnitud de los riesgos políticos y sociales planteados por los ataques de Trump a las institucio­nes y valores más preciados de Estados Unidos.

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