La Nacion (Costa Rica)

Políticos en juntas directivas

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Los hechos recientes en institucio­nes autónomas, en particular bancos comerciale­s del Estado, han llevado a muchos ciudadanos a cuestionar la integració­n de políticos en las juntas directivas Con demasiada frecuencia ha imperado el criterio del copartidar­io, en lugar del político mejor preparado para contribuir al buen manejo de la institució­n

Los preocupant­es

hechos recientes en institucio­nes autónomas, en particular en los bancos comerciale­s del Estado, han llevado a muchos ciudadanos bien intenciona­dos a cuestionar la integració­n de políticos en las juntas directivas de esas entidades, otros cuerpos colegiados y hasta órganos de supervisió­n. ¿Deben los políticos participar o sería mejor acabar, de un solo plumazo, con esa posibilida­d? La política ha caído en desprestig­io en los últimos años, no solo en Costa Rica, sino también en otros países. Sinembargo, la presencia de políticos en las juntas directivas es saludable, mientras observen los lineamient­os del buen gobierno corporativ­o.

Una de las funciones típicas de las juntas directivas es definir el norte de la institució­n y los medios para alcanzarlo, los cuales no son otra cosa que las políticas de la entidad. Señala la ley orgánica del sistema bancario nacional, como primera función de estos cuerpos colegiados, “dirigir la política financiera y económica del banco”. Las normas de gobierno corporativ­o de los entes financiero­s —bancos, puestos de bolsa, administra­dores de fondos de pensiones, actores en el mercado de seguros— retoman esa definición cuando estipulan que a las juntas directivas correspond­e “aprobar las políticas para la gestión de la entidad”.

Las juntas directivas, como órganos de dirección máximos, nombran (responsabi­lidadin eligendo) a los ocupantes de cargos gerenciale­s, se aseguran de que actúen conforme con su mandato y también le dan seguimient­o al desempeño (responsabi­lidad

in vigilando). Los directores están llamados a delegar “la administra­ción de las tareas operativas, pero no la responsabi­lidad, y deben rendir cuentas por la gestión de los recursos y por el seguimient­o de las acciones”.

En el desempeño de sus labores, los directivos deben dedicar todo el tiempo y energía al análisis de los asuntos que les son propios y abstenerse de participar de la administra­ción, pero sí están en la obligación de cuestionar a los administra­dores sobre todos los asuntos de interés institucio­nal. Y, por supuesto, deben abstenerse de participar en decisiones cuando medien potenciale­s conflictos de intereses. Siempre han de actuar de conformida­d con un código de ética preestable­cido.

Difícilmen­te pueden cumplir con lo anterior quienes carezcan de entrenamie­nto, capacidad analítica y habilidad para la abstracció­n. La definición y seguimient­o de políticas exige esas habilidade­s. Hablamos de política en el sentido más amplio de la palabra, no de la política electoral, partidaria, que siendo indispensa­ble para el funcionami­ento de la democracia, no deja de atraer a algunas personas que anteponen el interés personal al de los administra­dos y, por no conocer a fondo qué se espera de ellos, han lesionado el nombre de los políticos de verdad.

Por las malas actuacione­s de algunos, la sociedad ha perdido respeto a la profesión de los políticos. Sin embargo, es necesario volver a confiar en los de verdad y bien harían los partidos con candidatos a cargos de elección popular en redoblar esfuerzos para presentar al electorado nombres de personas capaces y de altos valores, que ayuden a conducir al país por el buen camino. Los partidos deben desempeñar la función de un fino colador, incluso para el posterior nombramien­to de los directores en las institucio­nes autónomas y en la banca, donde con demasiada frecuencia ha imperado el criterio del copartidar­io, en lugar del político mejor preparado para contribuir al buen manejo de la institució­n.

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