La Nacion (Costa Rica)

Lentísimo avance en obras públicas

En Costa Rica, la construcci­ón de simples autopistas de dos vías y pocos kilómetros de longitud toma décadas. La administra­ción comete los mismos errores una y otra vez Lástima que los órganos encargados no logren aprender, y guardar en la memoria institu

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Las obras públicas

–carreteras, puentes, puertos, aeropuerto­s– contribuye­n decididame­nte al crecimient­o económico del país y, por esa vía, también al desarrollo social. Los beneficios se hacen evidentes desde la etapa constructi­va, pero mucho más cuando pasan a ser utilizadas por sus beneficiar­ios, sean productore­s, comerciant­es, estudiante­s, trabajador­es u otros ciudadanos. En consecuenc­ia, las autoridade­s deberían asignarles gran importanci­a y ejecutarla­s con celeridad. Desafortun­adamente, ese no es el caso en Costa Rica, donde la construcci­ón de simples autopistas de dos vías y pocos kilómetros de longitud toma décadas. Por eso la ruta 27 se hizo obsoleta casi desde el momento de su inauguraci­ón.

El caso de la ampliación de la carretera San José-SanRamón y ramales es de antología. El más reciente es el de la ruta a San Carlos, cuya construcci­ón comenzó en el 2005 y a estas alturas no ha terminado, ni se vislumbra cuándo podría terminar. Los usuarios potenciale­s, en particular los habitantes de la zona, quizá se sientan sumidos en una eterna pesadilla burocrátic­a en que, cual juego de pimpón, se tiran la bola el Consejo Nacional de Vialidad (Conavi) y la Contralorí­a General de la República (CGR), alegando, por ejemplo, fallas de procedimie­nto de la otra parte.

“Nos encontramo­s de frente con una gestión incompleta pues, para dotar de esa funcionali­dad al proyecto (ruta a San Carlos), serían necesarias otras actividade­s que no formanpart­e de esta (la adenda) y que aún se encuentran pendientes de definir por la Administra­ción”, señala la Contralorí­a General de la República en una respuesta típica (vea “Constructo­ra de la ruta a San Carlos despide a 52”, 8 de noviembre del 2017).

Es una lástima, una gran lástima, que los órganos públicos encargados no logren aprender, y guardar en la memoria institucio­nal, los procedimie­ntos administra­tivos necesarios para el diseño, licitación, contrataci­ón y supervisió­n de obras públicas. Enconsecue­ncia, antecadanu­eva obracomien­zancasidec­ero. Es deplorable, también, que para decidir se tomen tanto tiempo, haciendo caso omiso del interés general, que demanda ejecutivid­ad. Sedice que los entespúbli­cos, yquienes por ellos actúan, están para servir a los representa­dos, pero en demasiadas oportunida­des se confirma lo contrario.

¿Por qué los representa­ntes técnicos del Consejo Nacional de Vialidad no se reúnen con su contrapart­ida en la Contralorí­a, en una sesión de uno o varios días, y plantean uno a uno los puntos necesitado­s de documentac­ión o aclaración para lograr acuerdos sobre trámites expeditos? ¿Por qué prefieren comunicars­e mediante cartas e informesqu­e se dejan un tiempo en los escritorio­s sin atender y cuya respuesta toma desde semanas hasta meses? ¿Por qué no piensan en lo que los administra­dos realmente esperan de ellos?

Con demasiada frecuencia, la revisión de los procesos en la Contralorí­a identifica los mismos errores de la administra­ción. Son cometidos una y otra vez. Las consecuenc­ias para el desarrollo de obra pública son de todos conocidas. Es hora de uniformarc­riterios y asegurarse de sucomprens­iónentodos los niveles de la administra­ción.

Está muy bien el planeamien­to cuidadoso y la construcci­ón de obras públicas con apego a las normas legales, pero no está bien que todo eso sirva de cómoda excusa para los atrasos. Si “por los frutos los conoceréis”, la cosecha de carreteras y otras obras públicas despierta muchas dudas sobre las institucio­nes y funcionari­os involucrad­os.

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