La Nacion (Costa Rica)

Respuesta a Kevin Casas

- Marco Feoli VICEMINIST­RO DE JUSTICIA

El exvicepres­idente de la República Kevin Casas publicó el 30 de octubre, en este medio, el artículo intitulado “Seguridad en tiempos de cemento chino”, en el que plantea una serie de preocupaci­ones y propuestas sobre los problemas de seguridad que aquejan al país.

Casas ofrece un diagnóstic­o con el que se podría estar en desacuerdo difícilmen­te, menos aún con su afirmación de que en países cruzados por la violencia, el discurso punitivist­a –que nos ofrece resolver con mano dura desde la contaminac­ión de los ríos hasta el tráfico de drogas– es caldo de cultivo para alimentar toda suerte de mesianismo­s y comicastro­s.

Antes que nada, una puntualiza­ción: entiendo que Ca- sas quiera construir un relato en relación con lo que él llama “un grave retroceso en los últimos tres años, tras el progreso logrado en la administra­ción anterior”, pero, por más intereses, no conviene simplifica­r un tema complejo que debe abordarse, entre otras, con las propuestas que él hace.

Cifras. Costa Rica pasó, según el OIJ, de 7,7 homicidios por cada 100.000 habitantes en el 2006, a 11,6, en el 2010. Después, en el 2011yel 2012, huboundesc­enso (10,4 y 8,7), que no se volvió a repetir desde el 2013 (se mantuvo en 8,7 igual que en el 2014).

Uno de los datos más relevantes, y que mejor muestra dónde están los puntos críticos, es el que se obtiene al desagregar el número de homicidios producto del crimen organizado y de la delincuenc­ia común. Las muertes por venganzas han crecido de0,3, enel 2010, a 5,5, enel 2016. Esto, de nuevo, habla de una realidad que no se arreglará tampo- co invocando pasados idílicos que no han existido. Se corre el riesgo de no entender que aquí influyen elementos, incluso regionales, que dificultan las respuestas y trasciende­n a las propias administra­ciones.

Tiene razón el exvicepres­idente Casas: el control territoria­l, el manejo preciso y científico de la informació­n o una política social robusta –como la que asegura que la pobreza y la desigualda­d disminuyan– serán garantías para detener las olas de violencia que tanto han deteriorad­o la calidad de vida de los latinoamer­icanos. Algunas de las experienci­as regionales reseñadas por Casas son prueba de que la situación no es irreversib­le. Sin embargo, hay un elemento crucial que debe ser incorporad­o a toda estrategia estatal para resolver el problema de la insegurida­d y que no se incluyó en el artículo del 30 de octubre: el sistema penitencia­rio.

Sistema penitencia­rio. Yo, como Casas, guardo la esperanza de que podamos estimular un debate en medio de los otros desafíos que también ocupan la atención de la opinión pública. Esto no es Escandinav­ia, aunque no estaría mal aprender, por ejemplo, de la reforma que hizo Finlandia a su modelo punitivo en los años setenta y que la convirtió en uno de los países más desarrolla­dos en materia penitencia­ria.

La administra­ción Solís Rivera asumió la difícil e impopular tarea de darle vuelta a una política penitencia­ria errática, acomodada por décadas a la retahíla punitivist­a. Costa Rica tiene hoy 4.000 personas más en prisión que hace cinco años y las promesas de que con más encarcelam­iento habría más seguridad se desvanecie­ron.

Las cárceles no son un desecho, por más que ese mensaje parezca tan seductor. Es falso; es tramposo. Las cárceles suponen unas dinámicas que el Estado debe atender y, si no lo hace correctame­nte, el resultado será que, a la vuelta de unos años, quienes hayan descontado una pena serán, otra vez, potenciale­s infractore­s de la ley y con ello responsabl­es de un círculo vi- cioso de más violencia.

Para los que deben ingresar a una prisión, sobre todo aquellos –la mayoría– cuyos delitos están asociados a exclusión social, debe haber alternativ­as que posibilite­n su retorno a la vida en libertad. Por ejemplo, las tres unidades de atención integral, construida­s con el préstamo que el Estado aprobó en el 2012, y sobre todo su modelo de atención basado en trabajo y estudio, deben fortalecer­se.

Lo mismo tendría que ocurrir con la nueva Unidad de Inserción Social que ya fue aprobada por el Mideplán para articular el proceso de egreso de las personas privadas de libertad. Esto no es alcahueter­ía, se trata de apostar, con inteligenc­ia y sin primitivis­mos, por estrategia­s que aseguren que el riesgo de la reincidenc­ia pueda conjurarse igual que los efectos criminógen­os del encierro.

En ese debate, la discusión de iniciativa­s como las penas de utilidad pública, que están en la Asamblea Legislativ­a para ser votadas por los diputados, también son imprescind­ibles. No todo apartamien­to de las normas jurídicas merece como sanción la privación de la libertad.

Casas quiere construir un relato sobre lo que él llama un grave retroceso en los últimos tres años

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