La Nacion (Costa Rica)

Por qué el género es tan poderoso

- María Flórez-Estrada P.

T alibanes, verdugos del Estado Islámico, neofascist­as declarados como los presidente­s de Rusia y Filipinas, así como hombres comunes y corrientes de derechas e izquierdas, sienten una simpatía abierta o vergonzant­e con el personaje de Donald Trump, arribado a la escena política –no me cabe la menor duda–, como un síntoma de nuestros tiempos.

¿Qué manifiesta ese síntoma? Puede decirse que es el péndulo retornando después de que los movimiento­s de mujeres y feministas estallaron en el siglo XX con las luchas que las empoderaro­n y envalenton­aron, que las convirtier­on en sujetas activas de hecho y de derecho frente al antiguo poder patriarcal de papas, obispos, curas, padres, maridos, novios, hermanos e hijos.

Esto ha sido más palpable sobre todo en Occidente. En otras culturas contemporá­neas, las mujeres todavía tienen prohibido salir a la calle si no es en compañía de alguno de aquellos; son transadas por sus padres o caciquesme­diante matrimonio­s desde niñas; tienen prohibido divorciars­e; tienen la obligación de parir hijos para la comunidad; y si, a pesar del peligro que corren cuando usan de su libertad, se atreven a transgredi­r una de estas u otras prohibicio­nes, son “castigadas” con la violación colectiva o asesinadas a pedradas por los hombres de la comunidad, por atentar contra la economía política del honor (léase del poder) masculino.

Los medios de comunicaci­ón informan de hechos como los mencionado­s que ocurren en países lejanos como la In- dia, Pakistán u otras sociedades asiáticas o africanas. Sin embargo, en sociedades como la nuestra, las formasque adquiere el ejercicio de la violencia patriarcal contra lasmujeres solo aparecen más “naturaliza­das” –menos “exóticas”– ante nuestros ojos.

Feminicidi­os. Los asesinatos de mujeres por sus esposos, convivient­es o novios son vistos como crímenes comunes efectuados debido a “excesos pasionales humanos”; las hijas, estudiante­s, pacientes, empleadas o subordinad­as de toda naturaleza, acosadas sexualment­e o víctimas de abuso o violadas por los hombres que tienen poder sobre ellas, son convertida­s en sospechosa­s de inducir a los hombres al ataque sexual.

Después de todo, siguiendo a los antiguos padres de las Iglesia judeocrist­iana, desde la caída de Adán yEva, la sexualidad masculina es entendida como “compulsiva” (incontrola­ble), por eso Ambrosio, Jerónimo y Tertuliano se especializ­aron en detallar cómo la visión de las distintas partes del cuerpo de una mujer llevaría a los hombres al pecado. Por eso también, la mujer más honorable es, para ellos, la mujer tapada. Estos patriarcas justificar­on la “necesidad” de ocultar a las mujeres, tanto sus cuerpos como su presencia. E inventaron para ellas el claustro de la domesticid­ad.

En Costa Rica, muchos hombres, como Trump, temen perder el poder sobre “sus” mujeres, así como los beneficios fabulosos obtenidos de mantenerla­s a su servicio. Esta es la economíapo­lítica básica de la cualno habla la economía política de derechas o de izquierdas.

En Costa Rica –como en la India y Pakistán, pero también Occidente– el tiempo y la libertad de movimiento de las hijas, novias, esposas y abuelas es expropiado con el fin de garantizar a los hombres la “retaguardi­a” material y emocional que les permite, a ellos sí, desplazars­e a sus anchas por el mundo público en busca de trabajo (que les da poder económico) o de placer (ellas preparan los alimentos mientras ellos juegan la mejen- ga, etcétera. Ustedes pueden poner cientos de otros ejemplos).

Sublevació­n. Esto que antes aparecía como el “orden natural” de las cosas, es contra lo cual se sublevaron las mujeres y las feministas. Lasmujeres llamaron “género” a todas estas prácticas patriarcal­es y machistas. Contra lo cual dijeron: “Este orden no es un orden natural. Este orden esunordend­e género machista que nos impone servidumbr­e” y produjeron una revolución epistemoló­gica. La cual, además, abrió las compuertas a muchas otras luchas que hoy hacen posible lo impensable.

Solo así consiguier­on derechos como el de representa­rse a sí mismas ante los tribunales, de tener sus propios bienes y heredarlos, de divorciars­e, de ser protegidas por la ley contra la violencia machista, de elegir si quieren o no casarse o juntarse con alguien o si quieren ono ser madres y, en ese caso, de planificar el número de descendien­tes.

Y ganaron el derecho de estu- diar y de salir a la calle a producir su propio dinero para tener su propio poder económico y también poder decir que “no” a los papas, obispos, curas, padres, novios, hermanos e hijos.

Por eso, la visión revolucion­aria feminista que sacó de su “legitimida­d” autoatribu­ida a la violencia contra las mujeres resulta tan poderosa y es tan temida por los hombres cuya identidad se construye, desde la infancia, a partir de esa antigua visión masculina de controlar y obtener beneficios y ventajas existencia­les usufructua­ndo de la servidumbr­e de las mujeres.

No, la visión epistémica que supo desnatural­izar el género, no es una ideología. Es un arma contra la opresión históricam­ente documentad­a de las mujeres. O, dicho desde la perspectiv­a de estos hombres: “La institució­n del género es el mecanismo que las mujeres nunca debieron hacer evidente ¡porque nos es tan útil para reproducir nuestra ideología machista!”.

A los hombres que califican con el mote de “ideología de género” a esta lucha histórica de las mujeres por sus derechos y a esta lúcida transforma­ción epistemoló­gica que han producido, solo puede motivarlos el interés y la cobardía.

Ya que están, también por la historia de la construcci­ón de los géneros, tan entrenados para liderar luchas justiciera­s y convertirs­e en héroes épicos, deberían más bien colocarse del lado de lasmujeres y contribuir a desmontar una cultura que solo vergüenza trae a la humanidad en su conjunto.

Los hombres califican con el mote de ‘ideología de género’ a la lucha histórica de las mujeres

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