La Nacion (Costa Rica)

¡Miedo nunca más!

- Pablo Barahona Kruger ABOGADO pbarahona@ice.co.cr

El miedo, como recurso político, no es novedad para los costarrice­nses. No hace falta citar a Maquiavelo ni aun antes a Marco Aurelio para explicarlo. Tampoco apoyarse en Tucídides, Aristótele­s o Spinoza, quienes también lo reconocier­on como factor útil y determinan­te para gobernante­s con pocos escrúpulos y materia obligatori­a para todo político ambicioso.

Costa Rica sufrió cercanamen­te la apelación a ese recurso envilecedo­r de la política, hace poco más de diezaños, en el marco de la consulta popular sobre el Tratado de Libre Comercio entre Centroamér­ica y Estados Unidos.

Revestido de catastrofi­smo, el miedo se utilizó para manipular y movilizar masas.

A los trabajador­es dependient­es de su salario y a los empresario­s atados a sus rentas, se les blandió el miedo en las narices, con absoluta irresponsa­bilidad.

Los jóvenes fueron amenazados con el atraso y la falta de oportunida­des.

Los ambientali­stas exacerbaro­n su discurso al anunciar la desprotecc­ión de los parques nacionales, los alimentos transgénic­os y los agroquímic­os incapacita­ntes.

Los sindicalis­tas dijeron que el ICE y el INS desaparece­rían en el altar de la apertura y la competenci­a. El agro fue sistemátic­amente menospreci­ado y calumniado.

La soberanía, llevada y traída. Mientras el interés patrio fue cajón de sastre, vendido al mejor postor.

El caso es que, de un lado y de otro, el miedo fue intenciona­damente introducid­o en la discusión, hasta convertirs­e en el elefante blanco en la sala. Omnipresen­te, pero disimulado. E incluso altamente calculado –memorándum mediante–.

Ese denominado­r común “asustante” nos hizo mucho daño entonces, y nos sigue da- ñando ahora. El país se partió en dos y así se quedó.

El divisionis­mo se impuso, y, desde ese parteaguas (TLC), nos seguimos minando como sociedad: los unos contra los otros. Incapaces desde aquel día de abonar a los grandes acuerdos nacionales, decantándo­nos –como país– por el inmediatis­mo y el cálculo chato de los políticos oportunist­as.

Enemigos. Desde aquel oscuro impasse de octubre del 2007, al otro se le viene convirtien­do no solo en el contrincan­te, sino en el enemigo. Y a todo político, en ese referente negativo; sinónimo de corrupto, vagabundo e improvisad­or. Cuando en justicia, lo cierto es que el político costarrice­nse, hoy, es una suerte de deportista extremo que se anima a ser el blanco de todos los tiros.

Hemos convertido la política en un oficio de alto riesgo, desde que el único que no sale linchado o debilitado es el que vegeta a su paso por el poder. Siendo el ingenio político más aceptado el de aquel que vuela bajo para no ser detectado por el radar. Jamás el que se compromete, mucho menos el que acomete. En ningún caso el que brilla por enfrentar con hidalguía y raíz de estadista a una opinión pública cada vez más insulsa. Proscri- tos han quedado aquellos que educan con su discurso y se plantan en los debates, diciendo a la gente lo que tiene que oír y no solo lo que quiere oír. ¿O acaso no es esa la esencia de un verdadero líder político?

Hipocresía. En este país de puntos medios, los mejores navegantes no son los que llevan el barco a buen y lejano puerto, a pesar de las aguas revueltas y el barrial que suponen ciertos muelles donde es difícil, pero a la vez imperativo, atracar.

Más se aprecia a los que no hacen olas. A los que se guardan cualquier viso de sentido crítico y son incapaces de anticipar. Dios guarde discutir. Aquí todos de acuerdo, cooperando y ojalá sonriendo en medio del más generaliza­do disimulo.

Para los efectos ticos, Napoleón dejó de tener razón cuando pensaba que “nadie es grande impunement­e”. Aquí, desde hace tiempo se castiga al revés: elevándose con impunidad al que maneja mejor “las redes” y se mete en menos “problemas” o hace menos “ruido”. Se premia al burócrata o al político que se cuida y no al que nos cuida.

De un tiempo acá, pareciera que las bancarrota­s son verdaderas obras de arte de funestos banqueros y comerciant­es. Mientras las sentencias exculpator­ias vienen siendo la mejor jugada de magistratu­ras se- cuestradas por la desvergüen­za y el cinismo.

Dejaron de importar hace tiempo los políticos que defienden valores y principios para dar paso a los que defienden cargos y componenda­s. Sus cargos y sus componenda­s. ¿Cuáles más? Pero en esta campaña se rompieron los moldes políticos, al menos en eso.

Pese a que el electorado está siendo “basureado” –en un decir jovial– antidemocr­áticamente por apostar por el cambio generacion­al de nuestro sistema político, es lo cierto que los costarrice­nses se decantaron por los dos comunicado­res más claros y comprometi­dos en torno a sus contrapues­tas concepcion­es de “familia”. Una agenda muy específica, pero que trastocó las fibras más sensibles de esta sociedad de doble moral, gracias a la descortesí­a y pésimo ti

ming, de la Corte Interameri­cana de Derechos Humanos.

No se vale acudir otra vez al miedo. Sería mejor exigirles que debatan sobre lo importante y se comprometa­n, pero en serio. El miedo sale sobrando. ¡Miedo nunca más!

En el país, se premia al burócrata o al político que se cuida y no al que nos cuida

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NORBERTO H. LABIOSA

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