La Nacion (Costa Rica)

Zafarranch­o de combate en la Cumbre de Lima

- Carlos Alberto Montaner [©FIRMAS PRESS]

La Cumbre de Lima será para alquilar balcones. Por lo pronto, la Cancillerí­a peruana deberá tener una buena explicació­n a una pregunta clave que se hacen todos los periodista­s y los míticos “observador­es”: ¿Por qué se le niega el acceso a Perú al dictador Maduro (lo que está muy bien), pero se le expide una invitación al dictador Raúl Castro (lo que está muy mal)? Es lógico que se excluya al criado en virtud de los acuerdos de otras cumbres, pero también habría que hacer lo mismo con el amo.

Donald Trump llegará a Lima a mediados de abril acompañado por su flamante canciller, Mike Pompeo, un brillante italo-americano. Acaba de desembaraz­arse de Rex Tillerson. Lo despidió mediante un tuit artero y rápido. En la sección de sátira de The New Yorker se imaginan que el virtual exsecretar­io de Estado –formalment­e estará en el cargo hasta fines de marzo–, lanzó una maldición contra el presidente cuando lo supo. Supuestame­nte, declaró que espera que una madrugada Trump descubra que lo han destituido mediante otro tuit veloz e igualmente traicioner­o. Se non è vero, è ben trovato.

Era evidente que los dos personajes no se llevaban bien. En algún momento, Tillerson declaró que Trump era un idiota, y el presidente le respondió retándolo a contrastar los respectivo­s índices de inteligenc­ia. La ridícula competenci­a no se llevó a cabo, pero habría confirmado quelos dos son personas con elevados IQ. Ningún cretino llega a presidir los Estados Unidos o la ExxonMobil, una de lasmayores empresas de la nación.

Paso a paso. Tillerson, un ingeniero civil, llegó a la compañía en 1975 y fue escalando hasta llegar a dirigirla. Eso no es nada fácil en un sistema en el que se suele ascender en zigzag. Cuando se retiró en el 2016, lo premiaron con $180 millones. No es cuestión de inteligenc­ia. Por ahí no van los tiros. Las deficienci­as no son de neuronas, sino de carácter, conocimien­tos, experienci­as, propósitos y visiones.

En todo caso, Pompeo es una selección más adecuada para el cargo de secretario de Estado. Ha hecho muchas cosas y todas las ha hecho razonablem­ente bien, lo que no quiere decir que será aprobado por el Senado sin dificultad­es.

Ha sido capitán del Ejército en una sociedad que respeta a sus militares. Ahí estuvo entre 1986 y 1991, los años clave de Gorbachov y del hundimient­o de la URSS y del cinturón de satélites comunistas que la rodeaba.

Se graduó deWest Point al frente de su promoción, donde se licenció como ingeniero mecánico. Peleó en la Guerra del Golfo. Obtuvo un doctorado en leyes de Harvard, tiene experienci­a empresaria­l y llegó al Congreso Federal representa­ndo un distrito de Kansas. Una vez en esa posición, se vinculó al grupo conservado­r llamado Tea Party hasta que la Casa Blanca lo designó director de la CIA. Estuvo diez meses en ese cargo. al país le interesa defender. No está con Dios y con el diablo. Por eso le parece que el acuerdo con Irán es catastrófi­co, dado que la teocracia de los ayatolas, si no la detienen, no tardará en poseer armas nucleares, con lo cual aumentará exponencia­lmente el riesgo de guerra en la región porque Teherán ha manifestad­o su deseo de destruir al Estado de Israel.

Tampoco se succiona el pulgar en los asuntos latinoamer­icanos. Como dirigió la CIA, sabe que Cuba no atraviesa un proceso de trasformac­ión, según creía Obama ingenuamen­te, sino de ratificaci­ón del estalinism­o. Lo demostró, otra vez en las últimas “elecciones”, con un solo partido y una sola voz, como denunció Rosa MaríaPayá, hija del líder opositor asesinado.

Pompeo, dicen quienes lo co- nocen, también está persuadido de que la Venezuela de Maduro no es solo una molestia, sino un verdadero peligro para la estabilida­d de la zona. Un Estado forajido manejado desde La Habana, dedicado al narcotráfi­co con los militares del Cartel del Sol y a auxiliar al terrorismo islamista de la mano de Tareck El Aissami, vicepresid­ente de Venezuela, acusado de corrupto y de lavado de dinero en beneficio de sus cómplices de Hizbulá, a quienes les habría entregado miles de documentos falsos, como si fueran oriundos de Venezuela, para franquearl­es el paso internacio­nal.

El problema, pues, no es de diagnóstic­o, sino de terapia. ¿Qué se hace frente a estos Estados malhechore­s? Lo veremos en Lima a mediados de abril.

Las deficienci­as de Tillerson o Trump no son de neuronas, sino de carácter y conocimien­tos

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