Votar en días revueltos
Enun viejo chiste de Gila, llamaban al camarote de un pasajero y le decían que el barco se iba a pique. Y este respondía que eso no le importaba. Que de por sí, el barco no era de él. Vivimos tiempos marcados y conviene reflexionar sobre lo que tenemos entre manos.
Vaya, por delante, la esperanza.
Sé que la nación es resiliente. La he visto vivir peores momentos. Sé que es necesario revitalizar su institucionalidad política –legislación, líderes, partidos, comportamientos, compromiso de los ciudadanos–. Creo saber que no nos conviene, ni la crispación ni los rotundismos, ni el mesianismo. Y lo que sí nos convie- ne: humildad, diseño, apertura hacia lo otro, disposición a construir, compromiso con la eficacia, exterminio de los vicios y paradigmas de la política tradicional, sueños dignos de nuestra historia.
¿Cuál debería ser el punto de partida de nuestro proceso de decisión? Vivimos aquí. Por tanto, no nos disparemos en el pie.
Reconozco el valor de la espiritualidad. Pero me parece sabia la posición centenaria del país de no mezclar la política con la religión. El pueblo no es soberano ante quien se siente monarca por derecho divino. Como ciudadano, no sé por ahora, cómo lidiar con políticos que se sientan ungidos desde arriba.
Aunque no me santiguo ante la ciencia y la tecnología, soy hombre de este siglo. Y del cirujano y el piloto de jet, que me atienden, exijo pericia técnica y científica y no indago sobre su posición religiosa.
Me conmueve la historia de los reyes de Israel, pero creo que ni el Technion ni los dinámicos procesos innovadores de ese país son calcos de esa historia.
Tanto quienes creen en la Creación como quienes creemos en el Big Bang, estaremos de acuerdo en que la racionalidad y la libertad humanas, ambas limitadas, ambas dones formidables, convocan la admiración y gratitud sobre esta realidad que nos rodea.
Estoy listo para votar. Me he equivocado en el pasado. Podría volver a equivocarme otra vez. Pero con lo que dejo dicho, me siento cómodo.