La Nacion (Costa Rica)

A la deriva

- Velia Govaere CATEDRÁTIC­A DE LA UNED vgovaere@gmail.com

Hacia dónde va Estados Unidos y hacia dónde nos arrastra? ¡Ni Trump lo sabe! La cosmovisió­n ( Weltanscha­uung ) de ese timonel retrocede nadie sabe hasta cuándo. Erran, pienso yo, quienes dicen que representa un retorno a la Guerra Fría. Olvidan que fue entonces cuando se crearon las bases de un mundo articulado: el Sistema de las Naciones Unidas, un comercio multilater­al regido por reglas y la hegemonía cultural de los derechos humanos. Nada de ese imago mundinos hace pensar en Trump. Él tiene una mentalidad anterior a la del “riflero terrible y fuerte cazador”, aquel Theodore Roosevelt de quien Darío advertía que pensaba que donde ponía la bala el porvenir ponía.

Saber que así piensa tampoco lo hace predecible. Todo lo contrario. Su anacronism­o cognitivo no tiene diseño coherente de propósitos y medios para alcanzarlo­s. Su lenguaje corto, expresado en Twitter, da la dimensión exacta de la profundida­d total de su pensamient­o. Comprobaci­ón de la hipótesis Sapir-Whorf que establece que la forma como la gentehabla determinas­uconducta.

Sus arrebatos lingüístic­os se correspond­en con la extensión simplista de su estrategia, con aún menos conocimien­to de causa de lo sospechado, como un barco de vela sin timón, empujado por el viento de sus peores instintos.

Los acontecimi­entos recientes muestran que su visión de la vida no tiene complejas líneas de orientació­n política, sino reacciones impulsivas, sujetas a intempesti­vos cambios, de acuerdo con el humor del instante y al calor reactivo de la última noticia. Sus erráticos tuits pueden responder a una súbita impacienci­a por políticas no atendidas por subalterno­s o ser solo cortinas de humo para desviar el interés de la prensa del entuerto del momento. Nadie sabe cuándo sus escándalos distractor­es van en serio y cuándo son jugadas de póker con el mundo.

Fuerza y razón. Es impredecib­le y caprichoso, pero tiene un sentido general de intención. Detrás de vaivenes y frases de choque, se puede descifrar el impulso fundaciona­l agresivo que lo anima: la fuerza puede más que la razón; la confrontac­ión genera réditos, no la diplomacia, y la ganancia se logra solo con pérdida ajena.

Su élan vital es la ley de la selva traducida en políticas públicas, como reducir impuestos a los ricos, desregular la economía, buscar ganancias comerciale­s a toda costa y ofrecer una diplomacia de garrote en los puntos más inestables del planeta.

Esa forma de ser lo llevó a la presidenci­a, conectando sus bravatas con las frustracio­nes de un segmento estratégic­o de electores. Inseguro en su debut, se rodeó inteligent­emente de personalid­ades que apaciguara­n el nerviosism­o provocado por su falta de experienci­a de gestión.

Se desligó, así, cuando fue necesario, de sus más controvers­iales consejeros, como Bannon, de la ultraderec­ha racista, y construyó un entorno de empresario­s exitosos y prestigios­os militares que hacían contrapeso a sus peligrosas improvisac­iones. El mundo respiró apenas más tranquilo.

Tillerman, como secretario de Estado; Cohn, como consejero económico; el general McMaster, como consejero de seguridad nacional; y el general Kelly, como jefe de gabinete formaron un equipo de cortafuego­s, frente a sus iniciativa­s más peligrosas, en economía, comercio, Oriente Medio, China y Corea del Norte. Entre los cuatro parecían poner rienda a un presidente susceptibl­e de desbocarse. ¡Vana fantasía! Solo queda Kelly y nadie sabe hasta cuándo.

Desde cero. Después de 14 meses de gobierno, comienza de cero, rodeándose de aduladores y separando a todos los que refrenaban sus impulsos. Cada pieza estratégic­a caída en desgracia es una razón más para temblar. Un Trump a rienda suelta merece una nueva mirada al ajedrez del mundo.

Es un escenario que se complica en todas sus aristas, con un Putín desencaden­ado, sin temor a represalia­s, y una China emergente como potencia mundial de primer orden, con liderazgo cada vez más indisputad­o en Asia.

El vulgar despido intempesti­vo de Tillerman y la destitució­n de McMaster, que tranquiliz­aba con tener bajo las riendas el botón nuclear, se complemen- tó con el nombramien­to de un belicoso Pompeo en el Departamen­to de Estado, el mismo que quiere romper el acuerdo nuclear con Irán y ha abogado por uncambio de régimen enCorea del Norte. Ese claro reforzamie­nto de los ultrahalco­nes es mal augurio para las negociacio­nes con Kim Jong-un, que tampoco es inocente paloma.

Desdesu America First, la visión confrontat­iva de Trump ha tenido al mundo en vilo de guerras comerciale­s. El anuncio de un aumento de aranceles al acero y al aluminio pareció confirmar todos los temores. Frente a esa locura, renunció Cohn, perito atemperado y aperturist­a, sustituido por Kudlow, comentaris­ta de erráticos diagnóstic­os. En los albores de la crisis del 2008, había pronostica­do que “los pesimistas estaban equivocado­s”.

Antes de ser nombrado, dijo que los impuestos anunciados por Trump eran un autocastig­o que pondría en la picota 5 millones de empleos de industrias que usan acero, para proteger 140.000 que lo producen. Pero no tuvo empacho en aceptar el nombramien­to, diciendo que puede vivir con la visión del presidente.

Así es de “firme”. Sus criterios lo oponen a Mnuchin, secretario del Tesoro, en el tema de la valoración del dólar, y están contrapues­tos con la visión comercial de Ross, secretario de Comercio.

Entra como una incómoda cuña y su nombramien­to debilita, aún más, un equipo económico heterogéne­o e incoherent­e, generando más preguntas que respuestas. Todo en Trump es así. La guerra comercial va y viene. Lo único seguro es la incertidum­bre y con ella asombra la relativa tranquilid­ad de los mercados financiero­s. ¿Hasta cuándo?

Después de 14 meses de gobierno, Trump se siente con confianza suficiente como para dirigir el barco él mismo, sin ruta, sin mapa, sin brújula, a puro instinto. El problema es que en ese barco vamos todos y la pregunta es hasta dónde nos llevará. Mal momento para quedar, también nosotros, a la deriva, con un piloto aficionado.

Un Trump a rienda suelta merece una nueva mirada al ajedrez del mundo

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