La Nacion (Costa Rica)

Trump en guerra con la salud materna

- Anne-Marie Slaughter y Elizabeth Radin ELIZABETH RADIN es profesora de Epidemiolo­gía en la Escuela Mailman de Salud Pública y directora técnica del proyecto PHIA (ICAP) en la Universida­d de Columbia. © Project Syndicate 1995–2018

WASHINGTON, DC – En diciembre del 2014, la revista Time eligió como “Persona del año” a Salome Karwah, asistente de enfermería que ese año, tras sobrevivir a la epidemia de ébola en su Liberia natal, ayudó a numerosos pacientes en el hospital donde trabajaba. Karwah fue una heroína, pero tuvo un final trágico. Hace un año, murió por complicaci­ones durante el parto, un asesino que cada mes se lleva el doble de vidas que toda la epidemia de ébola.

El parto siempre ha sido peligroso para las mujeres y los recién nacidos. En el siglo XIX, nada menos que uno de cada cien embarazos en Europa terminaba con la muerte de la madre. En 1847, el obstetra húngaro Ignaz Semmelweis demostró que podía reducir enormement­e la mortalidad materna en su clínica haciendo que los médicos se esteriliza­ran las manos. Pero su descubrimi­ento pasó en gran medida inadvertid­o, hasta que más de un decenio después Louis Pasteur popularizó la teoría bacteriana de las enfermedad­es.

En muchos países, incluida Liberia, las tasas de mortalidad materna todavía son tan altas como las de Europa en la era victoriana. Si bien desde 1990 la tasa global se redujo casi a la mitad, se calcula que todavía mueren por causas relacionad­as con el embarazo unas 830 mujeres cada día. La inmensa mayoría de esas muertes se deben a complicaci­ones evitables, por ejemplo hemorragia­s e infeccione­s. Según la Organizaci­ón Mundial de la Salud, las vidas de muchas madres podrían salvarse con tres medidas sencillas: la inyección de oxitocina para detener hemorragia­s, el uso de instrument­al obstétrico estéril y la postergaci­ón del embarazo hasta la adultez.

Es verdad que hay otros factores complejos que también contribuye­n a la mortalidad materna, por ejemplo, la pobreza, la discrimina­ción de género y las deficienci­as en infraestru­ctura. Pero no son problemas intratable­s. Muchos países lograron mejoras considerab­les de la salud materna, y ofrecen modelos innovadore­s que otros pueden imitar. Bangladés usa la telemedici­na para llevar servicios sanitarios a poblacione­s remotas. En Perú, hay casas de maternidad que ofrecen alojamient­o y comida cerca de hospitales a mujeres embarazada­s. Y en China y Vietnam, las políticas de promoción de la participac­ión femenina

ANNE-MARIE SLAUGHTER es presidenta y directora ejecutiva de la fundación New America. en la fuerza laboral ayudan a las mujeres a ganar dinero suficiente para obtener atención médica adecuada.

Muchas de estas historias de éxito fueron posibles gracias a los fondos de ayuda internacio­nal al desarrollo destinados a la salud materna, que aumentaron en forma sostenida entre el 2010 y el 2015. Estados Unidos ha tenido en ello un digno historial de liderazgo bipartidar­io. El gobierno de George Bush (hijo) comprometi­ó más de $16.000 millones para el Plan Presidenci­al de Emergencia para el Alivio del Sida (Pepfar) y la Iniciativa Presidenci­al para la Malaria. Y el gobierno de Barack Obama extendió el compromiso de Estados Unidos en la lucha mundial contra ambas enfermedad­es. Cuando en el 2014 la epidemia de ébola en África occidental se salió de control, Estados Unidos lideró una campaña internacio­nal para reunir recursos financiero­s y humanos para enfrentar la crisis.

Pero con el presidente Donald Trump, Estados Unidos dio marcha atrás. Para empezar, recortó la financiaci­ón del Fondo de Población de las Naciones Unidas, el organismo de la ONU que brinda atención en salud reproducti­va y servicios de planificac­ión familiar a mujeres refugiadas y afectadas por crisis humanitari­as.

Además, el gobierno de Trump amplió la “regla de mordaza global” (también llamada “política de Ciudad de México”, por el lugar donde se anunció), que prohíbe a entidades que reciban fondos de Estados Unidos dar informació­n sobre aborto o derivar a pacientes a dicha práctica, incluso en países donde el aborto es legal. Durante los gobiernos republican­os anteriores, esta regla solo se aplicaba a los más o menos $600 millones destinados a planificac­ión familiar. Pero en su versión actual, la regla se aplica a todas las entidades del mundo que reciban de Estados Unidos cualquier clase de financiaci­ón para salud, una cartera que el año pasado ascendía a $8.800 millones.

La postura draconiana del gobierno de Trump es particular­mente peligrosa para los recién nacidos y las madres. En muchas partes del mundo, las organizaci­ones sociales que ofrecen servicios de planificac­ión familiar, atención médica maternoinf­antil, prevención del VIH/sida y tratamient­o para la malaria suelen ser la primera y última línea de defensa para las mujeres embarazada­s que corren riesgo de complicaci­ones.

Lamentable­mente, el descuido de la salud materno-infantil por parte de la administra­ción Trump no se limita a las políticas de ayuda internacio­nal.

A diferencia de muchos otros países, en Estados Unidos la cantidad de muertes maternas creció en los últimos años, y ahora la tasa de mortalidad materna es la más alta de los países desarrolla­dos. Sin embargo, Trump y los congresist­as republican­os han tomado medidas para prohibir a los gobiernos federal y de los estados proveer fondos a Planned Parenthood, una organizaci­ón que brinda servicios médicos vitales a millones de mujeres embarazada­s y madres.

Para comprender el peligro que esto plantea a las mujeres, basta pensar en Texas, que en el 2011 redujo la financiaci­ón a Planned Parenthood, como parte de una campaña ideológica contra la anticoncep­ción y el aborto. Entre el 2010 y el 2015, la mortalidad materna en el estado aumentó casi al doble; hoy, el riesgo para las mujeres de morir en el parto es mayor en Texas que en Tayikistán. Es probable que este aumento se deba a una variedad de factores, pero es evidente que reducir la disponibil­idad de servicios de planificac­ión familiar y salud reproducti­va empeoró el problema.

Así como en otros tiempos el liderazgo estadounid­ense movilizó la acción internacio­nal en problemas como el VIH/sida, la postura actual de Estados Unidos puede dar impulso a fuerzas aislacioni­stas y antifemini­stas en todo el mundo. En Polonia, por ejemplo, el gobierno ultraderec­hista de Ley y Justicia (PiS) ya trató de prohibir el aborto, incluso cuando está en peligro la vida de la madre. Felizmente no lo consiguió. Pero el Parlamento polaco también rechazó un proyecto de ley para financiar la anticoncep­ción de emergencia, la atención médica y la educación sexual (los mismos tipos de servicios que ofrece Planned Parenthood).

Este mes, el mundo celebró el Día Internacio­nal de la Mujer, y en mayo será el Día de la Madre en Estados Unidos y otros países. El espíritu de estas fechas debería motivarnos a pensar cuánta más atención y financiaci­ón recibiría la salud materna y femenina si las mujeres estuviéram­os representa­das más igualitari­amente en los gobiernos.

No es para nosotras una cuestión abstracta. Que hombres como Trump y sus colegas republican­os den más importanci­a a evitar abortos que a salvar vidas daña a las mujeres de todo el mundo. No hay modo de saber cuántas de las mujeres que hemos perdido tal vez tuvieran tanto potencial como Salome Karwah para salvar cientos, miles o incluso millones de vidas.

Entre el 2010 y el 2015, la mortalidad materna en el estado de Texas aumentó casi al doble

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NORBERTO H. LABIOSA

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