La Nacion (Costa Rica)

Donar vida después de la muerte

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Resulta esperanzad­ora la noticia del aumento en el número de personas dispuestas a donar órganos en los hospitales del país.

Una joven fallecida a los 25 años, como consecuenc­ia de un derrame cerebral, pervive en el hermoso gesto de solidarida­d de su familia, confrontad­a por los médicos con la decisión de donar órganos o hacer lo más usual en esos momentos de intenso dolor: concentrar­se en sobrelleva­r el duelo. La mamá de la joven, quien a su vez tenía una hija de tres años, tuvo la valentía de detenerse a pensar sobre la donación.

Esa generosida­d proveyó un riñón a un profesiona­l en Medicina y otro a un joven cuyas oportunida­des en la vida se abrieron como no había sido posible hasta entonces. El corazón extendió la existencia de otra mujer y la familia no sabe a quién benefició con las córneas. La donante dio más años y calidad de vida a cinco semejantes.

Es un legado incomparab­le, especialme­nte en su dimensión moral. La donación es ejemplo para los propios, comenzando por la hija de la mujer fallecida, demasiado joven para entender en aquel momento, pero inevitable­mente alcanzada por la bondad del gesto. El justificad­o orgullo de la familia donante se trasluce en declaracio­nes de la hermana, publicadas en nuestra edición del domingo. “Al principio fue una decisión difícil, pero, con el paso de los años, hemos entendido que fue lo mejor que pudimos hacer”, afirmó.

Los órganos de Silvia Ramos también crearon un vínculo de gratitud con sus receptores, entre ellos un médico bien posicionad­o para reproducir la solidarida­d y entrega con sus pacientes. La cadena virtuosa de solidarida­d y agradecimi­ento segurament­e se extiende a los familiares de los beneficiad­os. La donación ayudó a cinco pacientes. Pudieron ser hasta siete, según los especialis­tas, pero el efecto moral alcanza a un número mucho mayor de personas.

Por eso resulta esperanzad­ora la noticia del aumento en la cantidad de personas dispuestas a “dar vida después de la muerte”, como dice el titular del domingo. Si bien la propuesta parece irresistib­le, porque consiste en hacer un enorme beneficio con órganos sin utilidad alguna para quien haya sido sorprendid­o por lo inevitable, la petición de donar no siempre es aceptada.

En el 2017, 33 familias cedieron órganos de sus deudos y eso constituye un importante avance. En total, son diez donaciones más que el año anterior. También hubo menos familias que rechazaron hacer la donación. El número pasó de seis a tres. Sin embargo, es necesario fortalecer los esfuerzos de informació­n y convencimi­ento emprendido­s desde la entrada en vigor de la Ley de Donación y Trasplante de Órganos y Tejidos Humanos. La meta de la Caja Costarrice­nse de Seguro Social para los próximos tres años es lograr diez donantes en cada uno de los nueve hospitales donde existen programas para promover la donación.

La donación después de la muerte ofrece varias ventajas. En primer lugar, permite aprovechar hasta 13 órganos y tejidos. Los donantes vivos, por otra parte, se convierten en pacientes y exigen seguimient­o médico a partir de la operación. Ese tipo de donaciones, cuando no se dan entre familiares, también aumenta el peligro de hechos vergonzoso­s como los que ya se dieron en nuestro territorio con la compra de órganos de personas a quienes se les pedía viajar al país donde les extraerían un riñón.

En contraste, Ruth Ramos, hermana de Silvia, recuerda cómo, en medio del dolor por la pérdida, “fue lindo ser parte de la recuperaci­ón de varias personas y de la segunda oportunida­d que cada una de ellas recibió para vivir”. “Esta ha sido una de las experienci­as más mágicas que he vivido”, declaró. Vanessa González, una joven farmacéuti­ca, no sabe quiénes fueron los donantes, pero hoy ve gracias a dos personas o familias que decidieron donar. “Si no, probableme­nte habría perdido la vista”.

Resulta esperanzad­ora la noticia del aumento en el número de personas dispuestas a donar órganos en los hospitales del país

Los beneficiad­os por un donante fallecido pueden ser hasta siete, según los especialis­tas, pero el efecto moral alcanza a una cantidad mucho mayor de personas

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