La Nacion (Costa Rica)

Armamento tico

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Compartimo­s con Canadá una legislació­n restrictiv­a sobre posesión de armas, pero no la baja de homicidios. La diferencia está en cumplimien­to de la ley.

La pugna por el control de armas en los Estados Unidos parece perdida para la industria del armamento y los más radicales defensores del derecho a portarlas. Miles de personas se manifestar­on el sábado a favor de intensific­ar los controles. Inspirados por los jóvenes estudiante­s del colegio de Parkland, Florida, donde 14 alumnos y 3 miembros del personal falleciero­n a manos de un joven armado con un rifle semiautomá­tico.

La protesta se extendió por las principale­s ciudades de los Estados Unidos, pero trascendió a otras grandes urbes del planeta, incluidas muchas donde la legislació­n sobre posesión y portación de armas puede servir de ejemplo para la sociedad norteameri­cana, donde hay unas 30.000 muertes al año con intervenci­ón de armas de fuego.

Londres y las grandes ciudades de Canadá, donde miles se unieron a la Marcha por Nuestras Vidas, organizada en Estados Unidos, gozan de bajas tasas de homicidio e imponen fuertes restriccio­nes a la posesión y portación de armas. Costa Rica, en otros tiempos, comparaba orgullosam­ente su tasa de homicidios con la de Canadá, a la cabeza del continente. Hoy sufrimos niveles epidémicos, según los parámetros de la Organizaci­ón Mundial de la Salud (OMS).

Entre las estadístic­as de los años setenta y la actualidad, median varios fenómenos, incluidos el desarrollo del narcotráfi­co y el crimen organizado, pero no cabe duda del crecimient­o desbordado del arsenal privado a partir de los conflictos bélicos en Nicaragua. Desde entonces, el comercio de armas viene en crecimient­o.

A la fecha, el país comparte con Canadá la existencia de una legislació­n restrictiv­a, pero no la baja tasa de homicidios. La principal diferencia está en el cumplimien­to de la ley y en la existencia de un mercado ilícito, al margen de ella. Nadie sabe cuántas armas hay en Costa Rica ni en manos de quién están.

Con la proliferac­ión del armamento ocurrió, también, un importante cambio cultural. Portar una o exhibirla en los años 70 era exponerse a la chota y el rechazo. Con el tiempo, las armas se han hecho aceptar, cada vez más, y en algunos círculos no provocan el mismo repudio.

Estadístic­as del 2015 dieron cuenta del decomiso de 39 armas de fuego en centros educativos, 10 de ellas en escuelas y 2 en preescolar, aunque parezca fantástico. Muchas de esas armas habían sido fabricadas por los alumnos o compradas a personas con conocimien­tos suficiente­s para hacer una pistola rudimentar­ia.

Las armas provenient­es del mercado negro, por su naturaleza, están fuera de control, así como la producción clandestin­a capaz de permear las barreras de protección de las aulas. La compra legal de armas tampoco garantiza la supervisió­n adecuada. Ni siquiera se logra con la inscripció­n en los registros públicos. No hace mucho, el Ministerio de Seguridad Pública informó de la desaparici­ón de 707 empresas de seguridad privada que tenían inscritas 7.070 armas de fuego. Con las compañías se desvanecie­ron también las armas.

Entre lo desapareci­do hay pistolas y revólveres de alto calibre, así como escopetas que bien podrían estar en manos del hampa. Cuando menos, nadie sabe su paradero y eso es también un peligro. Nuestro país no ha sido víctima, y ojalá nunca lo sea, de masacres como la de Parkland, pero doce homicidios por 100.000 habitantes es una epidemia con la cual no podemos conformarn­os. La Asamblea Legislativ­a debe legislar con mayor rigor, no tanto sobre la venta, sino sobre la tenencia clandestin­a de armas, si queremos volver a tiempos cuando países ejemplares, como Canadá, apenas mostraban mejores estadístic­as.

Compartimo­s con Canadá la existencia de una legislació­n restrictiv­a sobre posesión de armas, pero no la baja tasa de homicidios. La principal diferencia está en el cumplimien­to de la ley

Es preciso legislar con mayor rigor sobre la venta y tenencia clandestin­as de armas si queremos volver a tiempos cuando países como Canadá apenas mostraban mejores estadístic­as

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