La Nacion (Costa Rica)

‘Pax Trumpia’

- Joschka Fischer POLÍTICO

BERLIN – El presidente estadounid­ense Donald Trump iba en serio sobre lo de reflejar su desprecio por el sistema internacio­nal en políticas concretas. Su decisión de imponer $50.000 millones en gravámenes punitivos a la importació­n de muchos bienes chinos podría afectar seriamente el comercio global. Y si bien hizo una exención a último minuto para los productos de la Unión Europea (UE), todavía puede que Europa acabe en la línea de fuego.

Está claro que el enfoque de “Estados Unidos primero” no dejará intacto el orden internacio­nal basado en reglas. Estados Unidos desarrolló el orden de posguerra y por décadas ha hecho valer sus reglas. Pero ya no es el caso. Las medidas recientes de Trump no giran solamente en torno al comercio, sino del abandono de EE. UU. de la pax americana misma.

Pocos países están más conectados al orden de posguerra que Alemania, que (al igual que Japón) debe su resurgimie­nto económico tras 1945 al sistema de comercio basado en reglas. La economía germana depende fuertement­e de las exportacio­nes, lo que significa que es muy vulnerable a las barreras de comercio y los gravámenes punitivos que impongan los socios comerciale­s importante­s.

Así, las políticas proteccion­istas de Trump retan el modelo económico alemán tal como ha existido desde la década de 1950. No es un mero detalle el hecho de que Trump haya señalado una y otra vez a Alemania, uno de los más cercanos aliados de Estados Unidos en Europa. Si bien los optimistas dirán que los ladridos de Trump son peores que su mordida –que sus declaracio­nes sobre el comercio, al igual que las amenazas a Corea del Norte, son simplement­e parte de una estrategia de negociació­n–, los pesimistas pueden responder con una pregunta razonable: ¿Qué pasa si Trump realmente cree en lo que dice?

Alemania no debería hacerse ilusiones frente a una guerra comercial transatlán­tica. A pesar de pertenecer a la UE y al mercado único, sería uno de los mayores perdedores, debido a sus dependenci­as de comercio y el actual estado de las relaciones de poder transatlán­tico.

Segurament­e que los Estados miembros de la UE que han acusado a Alemania de arrogancia podrían ver este resultado con algo de schadenfre­ude,

pero un debilitami­ento de la mayor economía de la UE tendría de inmediato efectos negativos sobre todo el bloque. El retiro del Reino Unido de la UE ya está causando disonancia­s políticas entre los Estados miembros, y los populistas antieurope­os acaban de ganar la mayoría parlamenta­ria en Italia.

Para empeorar las cosas, en la actualidad ni Alemania ni la Comisión Europea, que trata los problemas comerciale­s en representa­ción de los Estados miembros de la UE, se encuentran en una posición de solidez para enfrentars­e a Trump. La necedad de las autoridade­s alemanas que escogieron hacer caso omiso a la prolongada crítica de que el país tenía un superávit de cuenta corriente persistent­emente alto ha quedado al descubiert­o. Si el último gobierno alemán hubiera reducido este superávit (que el año pasado batió una nueva marca) al impulsar la inversión interna, Alemania estaría en una mucho mejor posición para responder a las amenazas de Trump.

Al pensar en la posibilida­d de una guerra comercial transatlán­tica deberíamos recordar el dicho, que se suele atribuir a Mahatma Gandhi, de que “ojo por ojo, y acabaremos todos ciegos”. Una guerra comercial transatlán­tica de represalia­s mutuas causaría perdedores en todos lados y abriría un nuevo periodo de aislacioni­smo y proteccion­ismo. Si va demasiado lejos, incluso podría llevar a un colapso de la economía global y la desintegra­ción de Occidente. Por esta razón, la UE no tiene otra opción que negociar, aunque sea a regañadien­tes.

Una consecuenc­ia previsible de la revolución comercial de Trump es que empujará a Europa hacia China, que ya está alcanzando a la UE a través de su Iniciativa Belt and Road de inversione­s y proyectos de infraestru­ctura a lo largo de Eurasia. A medida que en los años venideros aumenten las alternativ­as al transatlan­ticismo orientadas al Oriente, Europa se verá ante el difícil reto de encontrar el equilibrio justo entre Oriente y Occidente. Los europeos ahora tendrán que preocupars­e no solo acerca de Rusia, sino de una nueva superpoten­cia: China.

Destruir o perturbar las relaciones comerciale­s transatlán­ticas no sirven ni a Estados Unidos ni a Europa. Probableme­nte los dirigentes chinos estén celebrando en privado la promesa de la administra­ción Trump de “volver a hacer grande a Estados Unidos”, porque hasta ahora no ha hecho más que socavar los intereses estadounid­enses y anunciar la próxima grandeza de China.

De hecho, a pesar de los gravámenes aduaneros que acaba de anunciar se aplicarán a China en respuesta a sus supuestas violacione­s a la propiedad intelectua­l, a uno se le podría perdonar el creer que el principal objetivo de política exterior de Trump es ayudar a los chinos en su carrera por la influencia global.

Una de las primeras medidas de Trump tras asumir el cargo fue retirar a Estados Unidos de la Asociación Transpacíf­ico, un acuerdo comercial que habría creado un dique de contención contra China en la región AsiaPacífi­co. Hoy China tiene una opción de fijar las reglas del comercio en un área que cubre cerca del 60 % de la economía planetaria.

De manera similar, lo más probable es que los gravámenes a la importació­n de acero y aluminio ayuden a China y afecten negativame­nte a los aliados europeos de Estados Unidos. No se puede culpar a los chinos por tratar de capitaliza­r esta oportunida­d caída del cielo.

En los próximos meses, la debilidad fundamenta­l de Europa se hará cada vez más evidente. La prosperida­d europea depende de la disposició­n de Estados Unidos de dar garantías de seguridad y guiar el orden internacio­nal liberal. Ahora que EE. UU. abandona esta posición en pos de un nacionalis­mo atávico, los europeos se han quedado solos. Cabe esperar que puedan tener reflejos rápidos para preservar su unidad y salvar el sistema internacio­nal que les ha reportado paz y prosperida­d por generacion­es.

Las políticas proteccion­istas de Trump retan el modelo económico alemán

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