La Nacion (Costa Rica)

HORIZONTES

- Jaime Daremblum

Apesar de la tensa situación internacio­nal creada por el envenenami­ento múltiple de exespías rusos en Londres y otras ciudades occidental­es, al presidente Donald Trump se le ocurrió que sería agradable (nice) convidar al jefe del Kremlin, Vladimir Putin, a una visita a la Casa Blanca. La inusual cumbre tendría lugar en la tercera semana de abril.

La convocator­ia de Trump, desde luego, ha generado más disgustos que luces. Como recordamos, el 4 de marzo último, el exespía ruso Sergei Skripal y su hija Julia, residentes en las cercanías de Londres, colapsaron súbitament­e en el portal de su residencia. La oportuna intervenci­ón médica los ha mantenido con vida hasta ahora, hecho considerad­o “milagroso” a la luz del poderoso agente nervioso novichok, desarrolla­do en la era soviética, utilizado en el ataque. Debe agregarse que un tercer exespía ruso fue encontrado estrangula­do en una fosa en la misma ciudad el mismo día.

Casi al unísono de las noticias sobre los hechos, el embajador ruso en Inglaterra afirmó que el ataque fue perpetrado por agentes británicos. En abono a la acusación, indicó que la sustancia tóxica es de un uso tan delicado que solo personal cercano al ataque podría evitar una fatalidad. De paso, acusó a la primera ministra británica, Theresa May, de fraguar el atentado para ganar puntos en la opinión pública y ubicarse en la primera línea de fuego occidental de cara a Moscú. Achacarle a Moscú la manufactur­a del tóxico se veía desmentido por la prontitud con que un antídoto del agente le fue proporcion­ado por institucio­nes locales a los médicos británicos para tratar a los Skripal, dijo el diplomátic­o.

Hay argumentos, desde luego, para avivar el combate. En cualquier caso, los hechos en sí son tan graves que solo en el secretismo del Kremlin podrían cocinarse. La especialid­ad rusa en la materia se ha desarrolla­do desde el advenimien­to del régimen comunista. Recordemos una inacabable lista de adversario­s eliminados por órdenes superiores hasta la fecha, algunos perpetrado­s mediante el mismo novichok.

El caso Skripal ha motivado la expulsión de funcionari­os rusos del Reino Unido, Estados Unidos y la Unión Europea. Ha sido un despliegue de solidarida­d internacio­nal frente a los desmanes de Putin. En estas circunstan­cias, ¿cómo pretende Trump, antojadiza­mente, convidar a Putin a la Casa Blanca? Constituir­ía una afrenta al pueblo norteameri­cano, a los aliados británicos y a los principios humanitari­os que inspiran a las democracia­s concretar tal espectácul­o.

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