Paciente reubicada: ‘Ya pude ir a votar’
Catalina, de 47 años, fue diagnosticada con esquizofrenia hace cuatro años, cuando todavía daba clases de inglés en una escuela, en un colegio público y en la universidad.
Esta mujer, quien además habla francés e italiano, no vivió tantos años en el Psiquiátrico, pero sí los suficientes como para apreciar hoy la oportunidad de estar en su casa, junto a su único hijo.
Su enfermedad está compensada. Ella misma lleva control de sus medicamentos, luego de pasar dos años reaprendiendo hábitos diarios, en las casitas del Psiquiátrico.
“Me siento mil veces mejor. Yo nunca tuve mal comportamiento; no era malcriada con nadie. Creo que eso me ayudó. Estoy feliz porque aquí logré pensionarme del Magisterio (Nacional)”, contó orgullosa.
Desde hace cinco meses, Catalina, quien solicitó reservar su verdadera identidad, vive con su hijo. “Ya pude ir a votar, ¡y me apunté bien!”, comentó entre risas.
Nuevo inicio. Rebeca (nombre ficticio), de 32 años, también padece esquizofrenia. Se la diagnosticaron a los 18 años.
La vida no ha sido fácil para ella, pues ha permanecido la mayoría del tiempo lejos de su único hijo, de once años.
Sin embargo, ha experimentado una gran transformación porque cuando empezó su transición del hospital hacia el mundo exterior.
Rebeca ahora es otra. “Me internaron en las casitas” del hospital hace seis año.
Ahí aprendió nuevamente a hacer desayunos –hoy prepara unas de las mejores pupusas que se pueden comer en el hospital–, a limpiar y administrar lo básico del dinero.
Hoy, colabora administrando la caja de la soda que tienen los pacientes en el Psiquiátrico. Vive con su mamá muy cerca de su hijo, quien ha sido criado por una de sus hermanas.
Su vida ha cambiado tanto que hasta está planeando continuar con sus estudios para terminar el bachillerato.
Se siente superorgullosa porque logra reunir hasta ¢50.000 semanales para ayudar a pagar el recibo de la luz en su casa y colaborar con la manutención de su hijo.
En casa. “Aquí me criaron”, dijo Lucía (nombre ficticio a solicitud de la paciente), otra de las 920 personas que vivieron en el Hospital Psiquiátrico.
“Mi abuela me tiró a la calle, y de ahí me recogió el carro del PANI (Patronato Nacional de la Infancia), que me trajo aquí. Viví muchos años en el pabellón 4 de mujeres”, contó.
Ella padece esquizofrenia. En los escasos momentos en que salió para intentar vivir con su familia, siendo adolescente, corrió una suerte peor.
Fue víctima de abuso dos veces. A los 13 años tuvo su primer hijo y, un año después, el segundo. Ambos fueron dados en adopción a otras familias.
Del pabellón, Lucía logró pasar a las casitas que tiene el Hospital Psiquiátrico como parte del proceso de transición hacia el mundo exterior.
Luego de reunir los méritos suficientes, pasó a vivir a uno de los albergues junto con otras 18 personas que tienen condiciones similares a la suya.
Desde enero, vive, como ella dice, “más tranquila, sin bulla, sin que nadie la moleste y comiendo comida más rica”.
Tiene un horario que incluye ir algunas horas al hospital para asistir a un taller de carpintería e ir a la escuela. ¡Y hasta tiene novio! ■