La Nacion (Costa Rica)

Mala garantía

- Armando González R. agonzalez@nacion.com

El gobierno de unidad esbozado por el presidente electo, Carlos Alvarado, invita a los partidos de oposición a proponer ternas para casi la mitad de los despachos ministeria­les y las presidenci­as ejecutivas. Es un planteamie­nto generoso y, al mismo tiempo, realista, en un país con el cuerpo político tan dolorosame­nte fragmentad­o. El gabinete compartido también aspira a ser reflejo de un programa de gobierno común. Por eso, los socios del Ejecutivo deberán suscribir acuerdos concretos para orientar la gestión legislativ­a. La idea no es repartir puestos sin ton ni son.

Aparte de generoso y realista, el planteamie­nto tiene sentido práctico. Ninguna agrupación puede gobernar por sí sola y la Asamblea Legislativ­a no se moverá un milímetro sin acuerdo previo, negociado con detalle. El gobierno ganaría celeridad si consigue firmar compromiso­s desde el principio.

Los 59 puntos del acuerdo nacional suscrito a mediados del año pasado por casi todas las fuerzas representa­das en el próximo Congreso son un buen punto de partida. También sirve de base el convenio entre el presidente electo y Rodolfo Piza, excandidat­o de la Unidad Socialcris­tiana. Otras agrupacion­es procurarán añadir sus prioridade­s a la agenda.

La iniciativa es loable e interpreta con acierto el mandato surgido de las urnas, pero incorpora una garantía de dudosa eficacia y poca elegancia. Si la fracción legislativ­a de algún partido incumple los acuerdos suscritos, los ministros y presidente­s ejecutivos de esa agrupación pierden el cargo.

Como incentivo del cumplimien­to, la medida es totalmente ineficaz frente a las agrupacion­es dispuestas a suscribir un acuerdo programáti­co sin aceptar puestos en el nuevo gabinete. Ese es el caso, al menos por ahora, del Partido Liberación Nacional, dueño de la fracción más numerosa.

Tampoco será fácil cumplir la promesa de integrar el gobierno con los mejores talentos si, aparte de los sacrificio­s del servicio público, a los ministros y presidente­s ejecutivos se les hace rehenes del desempeño parlamenta­rio de sus partidos. Además, cabe preguntar por el caso de un buen funcionari­o, cuyos programas sean merecedore­s de continuida­d.

Y si el presidente decide dar un pacto por roto y ejecuta la garantía, ¿podrá reconstrui­r, más adelante, una relación con el partido expulsado o deberemos entender todo distanciam­iento como definitivo? Es más seguro confiar en el costo político de incumplir acuerdos útiles, detallados y bien publicitad­os.

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