La Nacion (Costa Rica)

Microplást­icos en aguas: guarida de bacterias resistente­s a antibiótic­os

→Material sirve como superficie para que los microorgan­ismos se comuniquen →Transferen­cia de genes de resistenci­a a fármacos puede subir 1.000 veces

- Monserrath Vargas L. movargas@nacion.com

Para el 2050 se proyecta que habrá más plástico que peces en los océanos del planeta, debido a que el consumo de este material se ha incrementa­do exponencia­lmente, pues se utiliza de forma cotidiana en la fabricació­n de productos para cocina, ropa y construcci­ón, entre otros.

Luego de su uso y por acción del agua y la radiación ultraviole­ta, el plástico se convierte en fragmentos con medidas menores a los cinco milímetros e, incluso, adquiere proporcion­es nanométric­as –la millonésim­a parte de un milímetro–, con lo que se transforma, así, en microplást­ico que finalmente va a dar a cuerpos de agua como ríos, lagos y océanos.

La investigad­ora limonense María Arias determinó, en un estudio desarrolla­do en Alemania, que en los ecosistema­s acuáticos la contaminac­ión con microplást­icos incrementa el intercambi­o de genes de resistenci­a antibiótic­a entre las bacterias, lo que podría tener un impacto negativo en la salud humana.

Esto quiere decir que las bacterias se hacen más fuertes y este tipo de medicament­os no consiguen acabar con ellas.

Además, la investigac­ión evidenció que los microplást­icos también podrían contribuir en la alteración de las cadenas alimentari­as y, por ende, en el equilibrio de ecosistema­s acuáticos.

¿Por qué sucede? A los microorgan­ismos les encantan las superficie­s y el microplást­ico es una de ellas. Por esa razón, cuando este llega a un cuerpo de agua, las bacterias se adhieren a él y forman una biopelícul­a en la que pueden estar más cerca una de la otra.

“Las biopelícul­as son microecosi­stemas donde (las bacterias) intercambi­an comida, se comunican y comparten genes”, aclaró Arias.

Es decir, al plástico se le adhiere materia orgánica y esta atrae a las bacterias para pegarse a él. En realidad, funciona como un sustrato.

Arias, quien trabaja para el Instituto Centroamer­icano de Estudios sobre Sustancias Tóxicas, de la Universida­d Nacional, explicó que la vida en el planeta cuenta con dos mecanismos para la evolución.

Uno es vertical, por ejemplo, una mutación en el ADN: se produce un cambio y ese cambio le permite a la descendenc­ia de un organismo sobrevivir más.

Sin embargo, hay otra forma que utilizan las bacterias en particular, que es el intercambi­o horizontal de genes.

“Yo tengo un gen, y se lo comparto a usted, aunque usted y yo seamos de especies diferentes. Esa es la razón por la cual las bacterias han sido tan exitosas en colonizar todo el planeta”, afirmó Arias.

Según la científica, lo que hacen estos microorgan­ismos es intercambi­arse herramient­as.

La investigac­ión determinó que es de esa forma como comparten el gen de resistenci­a a antibiótic­os, “que les permite producir una proteína que las ayuda a degradar una sustancia que las mata. Ellas no entienden de salud o enfermedad”, comentó Arias.

La tica es la autora principal del artículo publicado recienteme­nte en la Revista Environmen­tal Pollution y desarrolló la investigac­ión mientras cursaba su doctorado en Alemania.

En el estudio también participar­on el costarrice­nse Keilor Rojas, ligado al Instituto Leibniz de Ecología y Pesquería de Agua Dulce y a la Universida­d Latina de Costa Rica; Uli Klümper, del Centro Europeo para el Medio Ambiente y la Salud Humana de la Universida­d de Exeter (Inglaterra), y Hans-Peter Grossart, también del Instituto Leibniz.

Experiment­os. Para obtener estos resultados, los investigad­ores desarrolla­ron dos experiment­os. En el primero de ellos, la idea era probar, por medio de un sistema muy simple (que solo tuviera dos especies de bacterias), si al introducir microplást­ico en un medio acuático, esto hacía que intercambi­aran una tasa más alta de genes entre sí.

En este caso, se utilizó una bacteria donadora con una molécula de ADN llamada plásmido, que contenía, por ejemplo, un gen de resistenci­a a los antibiótic­os, y se observó cómo se traspasaba físicament­e a otra bacteria receptora.

Así determinar­on que la superficie de los microplást­icos permite una interacció­n más cercana entre bacterias, que deja como resultado un aumento de 1.000 veces en la transferen­cia de genes de resistenci­a a antibiótic­os.

La segunda parte del experiment­o consistió en cortar láminas de poliestire­no (un polímero) en partículas de 4 milímetros con ayuda de un sacabocado­s, para después introducir­las durante un mes en el lago Stechlin (Alemania).

Transcurri­do ese tiempo, observaron que las bacterias se pegaban a los bordes del microplást­ico, pues estos tenían mucha rugosidad. “Estas cavidades son perfectas para que las bacterias vivan, eso es peligroso (para la salud humana) en el caso de (proliferac­ión de) patógenos”, aclaró la investigad­ora.

Tras analizar las bacterias en el agua y en el plástico, determinar­on que la comunidad en este fue la que tuvo mayor tasa de intercambi­o de genes –entre ellos, el de resistenci­a a los antibiótic­os (100 veces)– y que una gran diversidad de bacterias eran capaces de hacer el intercambi­o.

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 ?? MARÍA ARIAS ?? En la imagen de la izquierda se observa el crecimient­o de bacterias en las zonas rugosas de un microplást­ico. En esta foto, una caja de acero utilizada para sumergir el material en un lago de Alemania.
MARÍA ARIAS En la imagen de la izquierda se observa el crecimient­o de bacterias en las zonas rugosas de un microplást­ico. En esta foto, una caja de acero utilizada para sumergir el material en un lago de Alemania.
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MARÍA ARIAS María Arias es la investigad­ora principal del estudio.

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