La Nacion (Costa Rica)

Los derechos individual­es y el ‘buen hombre’

- María Flórez-Estrada PERIODISTA Y SOCIÓLOGA

La contundent­e manifestac­ión política costarrice­nse, que se ha llamado “la revolución de las crayolas”, reafirma la importanci­a que tiene el aporte de la cultura liberal para la humanidad.

La contribuci­ón más notoria de esa revolución ha sido la de trazar un nuevo horizonte político, que trasciende el viejo eje derecha/izquierda –basado en la contradicc­ión entre el capital y el trabajo, establecid­a por el marxismo–, para poner el acento en el eje autoridad patriarcal/libertades individual­es.

Es decir, entre el antiguo principio de autoridad que organizó sociedades alrededor del poder absoluto del padre (Iglesias, monarquías, ejércitos, familias) y la emergencia de la individual­idad personal, dignificad­a por su derecho a la autonomía.

Desde las revolucion­es liberales contra las sociedades absolutist­as, no solo las mujeres, sino también la juventud y la infancia, están más amparadas –aunque sea en el papel–, por las leyes modernas que establecen y defienden sus derechos frente a las distintas variantes del viejo poder absoluto. Por eso, la revolución de las crayolas costarrice­nse fue un movimiento contra los esfuerzos contemporá­neos de volver a las jerarquías del pasado.

Nueva realidad. Dicen que el tiempo pone las cosas en su lugar. El discurso marxista tuvo, entre otros, el defecto de coincidir con las fuerzas patriarcal­es del pasado en la queja por la pérdida del poder masculino obrero para acceder a la sexualidad de las mujeres y a formar una familia moderna –con una madre “ama de casa”, que se quedara en la casa, en vez de salir a trabajar en la fábrica o en la calle–, en la nueva realidad.

Esa añoranza del pasado patriarcal facilitó el pacto entre católicos y comunistas que consolidó el capítulo de las garantías sociales de la Constituci­ón, pero que, de paso, también satanizó el liberalism­o.

Eso tiene que acabarse para siempre. Hoy está claro que amplios sectores de la población no se reconocen en los discursos típicos de derecha/izquierda o de la lucha de clases entre burguesía/proletaria­do. Los proyectos vitales trasciende­n ese estrecho corsé.

El antiguo concepto de “clase”, que Marx reutilizó para definir a las personas según el lugar que ocuparan en la economía (modo de producción) proviene, en realidad, de un contexto epistémico en el cual era equivalent­e a decir “raza” o, si se quiere, “marca”.

Flora Tristán, feminista socialista del siglo XIX, a quienes Marx y Engels reconocier­on su visión pionera, protestó contra la ceguera del discurso de la izquierda que le impide ver la situación de la “raza de las mujeres”.

Esclavas. Primero Engels y luego Marx aceptaron que las mujeres fueron la primera clase oprimida de la historia, pues en la antigüedad fueron convertida­s en “las esclavas del marido”.

El procedimie­nto de “marcar” a las personas de alguna forma –por su sexo, edad, piel, deseo sexual, discapacid­ad, actuación de género, forma de vestir, etc.– busca establecer una jerarquía con el fin de ejercer alguna forma de dominación. Es un procedimie­nto antiguo que no habla muy halagüeñam­ente de lo que somos capaces los seres humanos.

El peligro que corrimos en Costa Rica durante las pasadas elecciones, de perder los avances logrados por el liberalism­o del siglo XIX en cuanto a democracia política y a los derechos y libertades individual­es, nos obligó a establecer puentes de diálogo y de negociació­n que parecían imposibles.

Enhorabuen­a. Esto obliga a volver los ojos a lo importante. Por supuesto que es necesario luchar por la justicia económica. Pero eso no lo es todo. Gracias a la revolución de las crayolas hemos redescubie­rto de dónde venimos y hemos visto que la historia no es lineal ni irreversib­le.

Correspond­e a cada generación resguardar lo bueno que hemos alcanzado como especie. Y ahora hemos visto que es real el peligro de que el homo Ecclesia patriarcal­is reimponga su poder absoluto y su noche de terror y sumisión.

Por eso también me produce un sabor amargo cuando algunos hombres califican de “buen hombre” al candidato perdedor. Supongo que se refieren al hecho de que, al tratarse entre ellos, ven que pueden dialogar entre ellos. No lo dudo. Pero, si me permiten un consejo, hagan que en los diálogos políticos siempre esté presente una mujer feminista. Así, cuando les planteen convertir el Inamu en un “ministerio de la familia”, habrá alguien que les recuerde que un “buen hombre” no siempre es un hombre bueno para los derechos de las mujeres.

Un ‘buen hombre’ no siempre es un hombre bueno para los derechos de las mujeres

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