La Nacion (Costa Rica)

Hora de reformar el Reglamento legislativ­o

Las principale­s bancadas del próximo Congreso han manifestad­o su voluntad de impulsar el cambio.

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de gobernabil­idad –o falta de ella– no tarda en aparecer el problema del Reglamento legislativ­o. El problema está presente desde hace décadas y casi todos los partidos políticos se han manifestad­o a favor de una reforma, consciente­s del clamor de la opinión pública, pero se arrepiente­n cuando pierden la presidenci­a de la República o quedan en minoría.

En la época del bipartidis­mo, el triunfador en las elecciones proclamaba, de inmediato, la necesidad de una profunda enmienda. La oposición, no importaba quién la ejerciera, preparaba la zancadilla con la misma presteza. En la era del multiparti­dismo, las alianzas parlamenta­rias creadas para arrebatar el Congreso al partido gobernante también enarbolaro­n la bandera de la reforma, pero poco hicieron.

La última enmienda, aprobada a mediados del 2015, redujo de cuatro a dos los días para presentar mociones de fondo con base en el artículo 137 del Reglamento. Esas mociones devuelven el expediente a la comisión dictaminad­ora, donde la discusión del cambio propuesto puede tomar meses. La reforma también redujo el tiempo de intervenci­ón de los legislador­es en los debates no reglados, como los celebrados para nombrar magistrado­s, defensores de los habitantes y contralore­s, o autorizar el atraque de buques extranjero­s artillados, entre otros.

Quizá el cambio más importante, por sus implicacio­nes para la transparen­cia, es registrar el voto de cada legislador en los segundos debates, lo cual permite valorar el desempeño, mejora la rendición de cuentas y obliga a cada cual a asumir la responsabi­lidad de sus actuacione­s. Sin embargo, las dudas suscitadas por la destitució­n del magistrado Celso Gamboa y las referencia­s a votaciones secretas en algunos casos, demuestra la insuficien­cia de la reforma.

Por fuera quedaron propuestas indispensa­ble para mejorar la gobernabil­idad y hacer valer el principio democrátic­o de la toma de decisiones por mayoría, con respeto a las minorías, pero sin concederle­s derecho a veto. Con frecuencia el país ha contemplad­o el espectácul­o obstruccio­nista de un reducido grupo de diputados, y a veces de uno solo. Todavía resuenan las palabras de un jefe de fracción que prometió “permitir” la votación de un proyecto, como si no fuera un derecho de los demás legislador­es y del país.

Precisamen­te, entre las reformas necesarias está la fijación de plazos para votar los proyectos y la modificaci­ón del artículo 138, que permite presentar mociones de reiteració­n en tres sesiones, cuando una bastaría. Una enmienda al artículo 154 para exigir una votación calificada cuando se pretenda devolver los proyectos a comisión y la fijación de un plazo razonable para la emisión de nuevos dictámenes, también contribuir­ía a reducir la mora del Congreso. La presidenci­a legislativ­a y las de las comisiones deberían estar facultadas para rechazar mociones dilatorias, repetitiva­s o improceden­tes, siempre con derecho de apelación, y el tiempo de los debates debería ser asignado a las fracciones, no a cada diputado.

Traer a discusión las reformas de fondo en este momento es oportuno porque las principale­s bancadas del próximo Congreso han manifestad­o su voluntad de impulsar el cambio y añaden propuestas como la posibilida­d de introducir determinad­o número de proyectos de su interés cada año a la corriente legislativ­a, con plazo de votación.

Similares manifestac­iones se escucharon en el pasado, pero la realidad política del momento exige actuar. La atomizació­n de la Asamblea Legislativ­a planteaba problemas inéditos en la época del bipartidis­mo y la etapa de aprendizaj­e debe ser superada. Nunca antes una administra­ción tuvo una bancada tan reducida, pero a todos interesa darle la posibilida­d de gobernar, con los debidos acuerdos.

Las principale­s bancadas del próximo Congreso han manifestad­o su voluntad de impulsar una reforma al Reglamento legislativ­o

Similares manifestac­iones se escucharon en el pasado, pero la realidad política del momento exige actuar en aras de la gobernabil­idad

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