Hurgar en los resultados
Economía es más que el análisis de los presupuestos públicos, del comportamiento de los precios, los tipos de interés y la tasa de cambio. También va más allá de la obsesión permanente por la eficiencia y la competitividad en las actividades productivas, con la que suele confundírsele.
Pese a que, en ocasiones, su quehacer pretende cubrirse con los ropajes de las ciencias exactas –por ejemplo, al recurrir, de manera excesiva, a la simplicidad y neutralidad de las matemáticas o al emplear, como todo conocimiento que aspira a ser científico, la estadística para comprobar en los datos sus teorías e hipótesis– las aproximaciones a su objeto de estudio conducen, casi inevitablemente, a que se deba abandonar con rapidez tal pretensión, al enfrentarse con la realidad y la variabilidad del comportamiento humano, individual y colectivo.
Las estructuras utópicas de los mercados perfectos –con librecambio sin fricciones– y la del planificador centralizado –omnisciente, omnipotente y benevolente y bienintencionado– tienen sentido solo como puntos de referencia conceptuales, pero difícilmente pueden justificarse como los fines de las políticas públicas.
La realidad de las interacciones en el sistema económico es mucho más compleja, con fallas de mercado, ausencia de competencia, asimetrías de información, estructuras de incentivos perversas, intereses particulares en contraposición entre ellos y con los de la colectividad, y debilidades institucionales y de gobernanza.
En ese contexto, alejado de la pureza de las construcciones mentales, es en el que la economía tiene la capacidad de contribuir no solo a comprender la naturaleza de esos problemas, sino, también, a arrojar luz a la hora del diseño e implementación de las políticas públicas para determinar sus efectos –tanto los buscados, como los no deseados– y mejorar su eficacia.
Al hacerlo, el análisis económico busca ir más allá de lo evidente, hurgando y husmeando siempre bajo la superficie de los hechos, con el fin de entender sus consecuencias, haciendo siempre las preguntas incómodas acerca de quiénes se benefician y quiénes cargan con los costos, en términos distributivos y de bienestar, del funcionamiento de los mercados y, especialmente, de las intervenciones gubernamentales en ellos.