La Nacion (Costa Rica)

El futuro de la producción en el sur global

- Otaviano Canuto OTAVIANO CANUTO es director ejecutivo del World Bank. © Project Syndicate 1995–2018

WASHINGTON, DC – En los mercados emergentes, la industria manufactur­era ha sido históricam­ente una fuente de productivi­dad, crecimient­o y empleo. Desde los años 50, la industrial­ización ha mantenido las economías de América Latina, Asia y Europa Oriental en una fluctuació­n constante hacia etapas más avanzadas de desarrollo.

Pero como estrategia de crecimient­o para los países de bajos ingresos, la eficacia de la producción tradiciona­l está disminuyen­do. Para competir en la economía global del futuro, impulsada por la tecnología, los países en desarrollo necesitará­n nuevos modelos para aumentar la productivi­dad y poner a las personas a trabajar.

Dos factores están conspirand­o para arrojar dudas sobre el desarrollo liderado por la producción. El primero es la competitiv­idad: atraer producción a países de bajos ingresos nunca ha sido tan difícil. Los costos laborales, los tipos de cambio y la infraestru­ctura son ferozmente controvert­idos, lo que ha llevado a la consolidac­ión de centros de fabricació­n globales.

El segundo factor es la tecnología. A medida que la robótica y la inteligenc­ia artificial reducen los costos laborales, la lógica de transferir la producción a las economías emergentes ha disminuido. Esto es particular­mente problemáti­co para países como los del África subsaharia­na, que actualment­e están recurriend­o a la industrial­ización para estimular el crecimient­o. A corto plazo, los países en desarrollo que dependen de la manufactur­a pueden competir mediante la mejora de los entornos comerciale­s y la capacitaci­ón de trabajador­es más calificado­s. Pero tarde o temprano, los salarios y la fuerza laboral dejarán de ser una ventaja comparativ­a.

Dado que es poco probable que la producción tradiciona­l impulse el futuro crecimient­o económico del sur global, los economista­s están explorando nuevos modelos de productivi­dad. Una idea es alentar una transición hacia servicios tales como banca, finanzas, telecomuni­caciones y seguros. Algunos incluso predicen que los centros de fabricació­n podrían convertirs­e en lugares para la “producción” de servicios. Para los países en desarrollo en particular, las actividade­s dependient­es de la tecnología se defienden como una panacea económica, dados los bajos costos marginales de la expansión de la producción.

Pero abrazar el sector de servicios de forma aislada no resolverá los desafíos económicos y laborales del sur global. A diferencia de la fabricació­n tradiciona­l, que emplea a legiones de trabajador­es de baja calificaci­ón, un sector de servicios ampliado no compensará los empleos perdidos en las fábricas cerradas. Con algunas excepcione­s notables, que incluyen la construcci­ón y el turismo, las industrias no manufactur­eras no pueden generar aumentos de productivi­dad a la vez que garantizan un empleo adecuado. Por esta razón, una desviación completa del statu quo sería imprudente.

Pero existe una solución: los mercados emergentes pueden desarrolla­r estrategia­s más matizadas que combinen procesos de producción para bienes físicos y no físicos. Sin embargo, si el futuro de la producción es una combinació­n de manufactur­a y servicios, los países de bajos ingresos tendrán que adaptarse.

El mundo tiene mucho que aprender de la interacció­n entre producción y servicios, pero hay algo claro: la tecnología está en el centro de la transición. Como señalaron recienteme­nte mis colegas del Banco Mundial Mary Hallward-Driemeier y Gaurav Nayyar, “la fabricació­n interconec­tada” –por la cual la maquinaria y el equipo están conectados entre sí y con Internet– es el futuro de la producción. Estas llamadas “fábricas inteligent­es” impulsarán la fabricació­n, y si los mercados emergentes van a competir en este nuevo panorama de producción, esa política deberá elevar los niveles de automatiza­ción, competitiv­idad y conectivid­ad de sus economías.

La próxima “prestación de servicios de producción” enfrentará a los responsabl­es de formular políticas en todas partes, especialme­nte en el mundo en desarrollo, con decisiones difíciles. No todas las economías se beneficiar­án de los servicios relacionad­os con la fabricació­n, y requerirá creativida­d para determinar cómo los servicios complement­arán la evolución de las fábricas.

Pero como señalan Hallward-Driemeier y Nayyar, independie­ntemente de dónde esté la producción, las líneas de producción del mañana serán más inteligent­es que las de hoy. “La agenda, por lo tanto, debería ser preparar a los países para generar sinergias entre sectores para participar en toda la cadena de valor de un producto, al tiempo que explotan oportunida­des independie­ntes más allá de la fabricació­n”.

Es más difícil que nunca impulsar el empleo de trabajador­es de baja calificaci­ón y no calificado­s mientras se mantienen niveles saludables de crecimient­o. La globalizac­ión y las nuevas tecnología­s están cambiando drásticame­nte el panorama de fabricació­n en el mundo, obligando a los líderes de las economías emergentes a reconsider­ar sus caminos hacia la prosperida­d.

Afortunada­mente, son más numerosos los factores que vinculan a la producción y a los servicios que los que los separan. Si la transición de la “fábrica inteligent­e” se maneja con prudencia, las economías del sur global podrían encontrar nuevas oportunida­des de crecimient­o. La alternativ­a –un desempleo que entorpece el crecimient­o económico–, es un resultado que nadie puede permitirse.

Un sector de servicios ampliado no compensará los empleos perdidos en las fábricas cerradas

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