La Nacion (Costa Rica)

La mano fuerte de Xi contra Trump

- Bill Emmott BILL EMMOTT, ex editor general de ‘The Economist’, es el autor de ‘The Fate of the West’. © Project Syndicate 1995–2018

LONDRES – El mundo pronto será testigo de una prueba de voluntades histórica entre China y Estados Unidos, dos superpoten­cias cuyos líderes se consideran supremos. En lo inmediato, será una batalla por el comercio. Pero también está en juego el liderazgo estratégic­o del este de Asia y, llegado el caso, del orden internacio­nal. Tal como están dadas las cosas, China tiene una posición más fuerte de lo que muchos piensan. El interrogan­te es si el presidente chino, Xi Jinping, se sentirá lo suficiente­mente confiado o tendrá la suficiente valentía como para querer demostrarl­o.

Difícilmen­te la prueba de voluntades haya sido una decisión de China, pero tampoco es una sorpresa. Los aranceles a las importacio­nes al acero, al aluminio y a otros productos de fabricació­n china que anunció recienteme­nte el presidente norteameri­cano, Donald Trump, están en armonía con su muestra de nacionalis­mo económico. Y su decisión de aceptar la invitación de Corea del Norte a entablar conversaci­ones bilaterale­s sobre su programa nuclear refleja la misma actitud de “cuando quieras” que aplicó a las amenazas anteriores de guerra norcoreana­s.

La prueba inminente será histórica porque promete revelar las verdaderas fortalezas y actitudes de la creciente potencia del mundo frente a la potencia actual debilitada pero todavía líder. Para mejor o para peor, el resultado podría definir al mundo durante las próximas décadas.

En el frente comercial, el gran excedente bilateral de China con Estados Unidos podría significar que tiene más que perder como resultado de una guerra comercial, simplement­e porque tiene más exportacio­nes que pueden verse penalizada­s. Muchas veces se dice que los países con excedentes siempre son los mayores perdedores en cualquier escalada de las represalia­s en materia de aranceles y otras barreras.

Pero esta suposición elude varios puntos. Por un lado, China es más resiliente económicam­ente a los efectos de una guerra comercial que antes. El comercio como porcentaje de su actividad económica total se ha reducido a la mitad en los últimos diez años, de más del 60 % del PIB en el 2007 a apenas por encima del 30 % hoy.

China también tiene grandes ventajas en términos de política doméstica y diplomacia internacio­nal. Como dictadura, China puede ignorar las protestas de los trabajador­es y las empresas afectados por los aranceles de Estados Unidos. En Estados Unidos, donde en noviembre se llevarán a cabo las elecciones parlamenta­rias de mitad de mandato, la indignació­n de los exportador­es, los importador­es y los consumidor­es que enfrentan mayores costos se oirá de manera clara y rotunda.

Por supuesto, Trump también podría ignorar las protestas contra su guerra comercial si estuviera convencido de que atacando a China satisfaría a sus votantes de base y ganaría la reelección en el 2020. Pero los republican­os en el Congreso probableme­nte no piensen lo mismo, especialme­nte si sus estados o distritos están entre los afectados por los aranceles a las importacio­nes de China.

En términos de diplomacia internacio­nal, la guerra comercial de Trump ayudará a China a erigirse como el defensor del orden internacio­nal basado en reglas y de institucio­nes multilater­ales como la Organizaci­ón Mundial del Comercio (OMC). Sin duda, no todos los países seguirían el liderazgo de China. La OMC no reconoce a China como una economía de mercado, debido a la importante participac­ión del Gobierno chino en la industria y al supuesto robo de propiedad intelectua­l.

Pero China tendrá la oportunida­d de desempeñar el papel de víctima, sosteniend­o al mismo tiempo que Estados Unidos ahora plantea la única mayor amenaza al sistema de comercio global que ayudó a crear. Y si una guerra comercial iniciada por Estados Unidos se prolonga, el argumento de China no hará más que cobrar fuerza en tanto sean más los países que resulten afectados por los efectos disruptivo­s de los aranceles.

Por supuesto, China puede optar directamen­te por no librar la guerra comercial de Trump. Con concesione­s simbólicas –como un acuerdo para importar gas natural licuado producido por Estados Unidos o promesas de ofrecer nuevas garantías para los derechos de propiedad intelectua­l– podría convencer a Trump de cesar en su intento. Pero si Xi sospecha que una muestra de fuerza favorecerá la postura internacio­nal de China debilitand­o al mismo tiempo la de Estados Unidos, tal vez decida actuar en consecuenc­ia.

La cuestión norcoreana es más complicada. Pero ahí también China tendrá una ventaja. Aun obstruyend­o un progreso real en las conversaci­ones, China ya se asemeja a un buen ciudadano global. En el transcurso del último año, ha venido presionand­o al líder norcoreano, Kim Jong-un, para negociar. Al participar en las sanciones económicas coordinada­s contra el régimen de Kim, y al limitar, supuestame­nte, las exportacio­nes vitales de petróleo y otros productos esenciales a Corea del Norte, China ha ejercido un papel a la hora de sentar a Kim a la mesa.

En los papeles, el interrogan­te fundamenta­l es si Corea del Norte estará dispuesta a abandonar su programa de armas nucleares, fruto de más de 30 años de trabajo. Y como bien sabe China, Corea del Norte nunca abandonarí­a sus armas nucleares sin cambios importante­s en el equilibrio militar en la península coreana y sus alrededore­s.

Kim probableme­nte ofrezca desnuclear­izarse solamente con la condición de que Estados Unidos retire sus fuerzas de Corea del Sur, y quizá también de Japón. En su defecto, no se sentiría lo suficiente­mente seguro como para eliminar la disuasión nuclear sobre la que ha basado la superviven­cia de su régimen. Por su parte, Trump no podría acceder de manera alguna a una condición semejante. En el mejor de los casos, podría acodar un proceso a través del cual estas medidas extraordin­arias se puedan discutir adelante.

De cualquier modo, China sale mejor parada. En el caso de un

impasse, habrá llevado a Kim a la mesa y habrá puesto a Estados Unidos en la posición de ser un objetor. Y si Estados Unidos efectivame­nte acepta realizar alguna concesión militar, la posición estratégic­a de China se verá fortalecid­a.

El único interrogan­te real para Xi, entonces, es si quiere reivindica­r la condición de líder de China ahora o en algún momento en el futuro.

Para mejor o para peor, el resultado podría definir al mundo durante las próximas décadas

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