La Nacion (Costa Rica)

Democracia blindada

- Ricardo José Chacón Vega INGENIERO CIVIL

Las democracia­s de Occidente viven tiempos turbulento­s. Lo vemos de lejos en Estados Unidos con la elección de Donald Trump, en el Reino Unido con el brexit y la degeneraci­ón de Venezuela, pero también de cerca con las recientes y atípicas rondas electorale­s en Costa Rica. Usualmente, la demagogia, en asociación con las redes sociales, han logrado esparcir mensajes que exacerban el nacionalis­mo y el fanatismo religioso que, últimament­e, dividen a la población, justifican la violencia y permiten impulsar agendas de odio. Vemos síntomas similares en Costa Rica y es válido preguntarn­os cómo hacemos para blindar nuestra democracia contra estas amenazas.

Usualmente, lo primero que considerar­íamos necesario para mejorar nuestra democracia es la educación, aunque la historia demuestra que no es suficiente. El proceso de toma de decisiones de los ciudadanos, sin importar qué tan educados sean, será susceptibl­e a ser influencia­do por argumentos que invoquen al nacionalis­mo y al miedo (hacia las minorías, inmigrante­s, inversión extranjera, etc.). Estos ejemplos se ven desde la Alemania nazi, en la cual un pueblo relativame­nte educado, pero desesperad­o, eligió democrátic­amente a Adolfo Hitler; o más recienteme­nte en el Reino Unido, donde a pesar de tener uno de los mejores sistemas de educación del mundo, el pueblo votó mayoritari­amente a favor del brexit como resultado de sentimient­os nacionalis­tas de una parte importante de su población.

Sin importar su contexto histórico, las democracia­s occidental­es, Costa Rica incluida, han sido una espada de doble filo al permitir que cualquiera llegue al poder. La falta existente de requisitos razonables para optar por puestos políticos le ha dado paso libre a la demagogia y a los intereses de grupos privilegia­dos. Por otra parte, el voto visto como un derecho universal ha permitido que esa misma demagogia llegue a las masas más desesperad­as e ignorantes, carentes de visión a largo plazo y guiadas por sentimient­os nacionalis­tas y fanatismo religioso. Esta combinació­n de libertad excesiva es una bomba de tiempo que, cuando se materializ­a, tiene secuelas que perduran por generacion­es.

Sin cuestionam­ientos.

A pesar de estos defectos tan obvios, parece que no nos permitimos cuestionar la democracia, como dijo Winston Churchill: “La democracia es la peor forma de gobierno, excepto por todas las demás”.

Este adoctrinam­iento e idealizaci­ón nos ha impedido conversar sobre sus defectos y, por ende, mejorarla. En el siglo IV a. C., Sócrates apuntó a la principal falla de la democracia usando una analogía sencilla: si los países fueran un barco, ¿a quiénes escogeríam­os para dirigirlo? Probableme­nte, esperaríam­os que fuera un equipo de profesiona­les educados y experiment­ados en las reglas y demandas de la navegación. Pero, contradict­oriamente, seguimos permitiend­o ser dirigidos por cualquiera.

Entonces, el blindaje de la democracia no vendrá de votantes educados, quienes podrían considerar­se una primera línea de defensa, pero sí de un sistema institucio­nal fortalecid­o.

En Costa Rica, vivimos una coyuntura en 1949, la cual garantizó la posterior creación de institucio­nes que nos sostuviero­n al atravesar periodos turbulento­s de guerras civiles en la región, propiciaro­n el crecimient­o económico y social y nos permitiero­n vivir procesos democrátic­os transparen­tes.

Esa coyuntura también llevó a la creación de una institució­n insignia: el Régimen de Servicio Civil, en 1953. Este, en esencia, reconoce el mérito y la igualdad de acceso de los ciudadanos a la función pública, garantiza el nombramien­to de funcionari­os con base en su mérito, capacidad y condicione­s éticas, mediante evaluacion­es y criterios científico­s e imparciale­s, y evita así el favoritism­o y tráfico de influencia­s.

Contribuci­ón.

El Servicio Civil ha contribuid­o al desarrollo de un sistema administra­tivo público competente, pero su filosofía no se extendió con la misma rigurosida­d a la función de política pública. Como resultado, nuestra política ha sido liderada por favoritism­os y ha sido privada de incentivos que atraigan a los ciudadanos más competente­s para participar en los puestos más importante­s de la nación. Esta condición ha dejado a países como Venezuela o Argentina en una verdadera kakistocra­cia, o gobierno de los peores.

Entonces, para blindar nuestra democracia y marcar la diferencia con los países de la región, es necesario un sistema político meritocrát­ico que permita una preselecci­ón transparen­te de los mejores candidatos. Pero, aún más importante, que incentive la participac­ión de los ciudadanos más preparados y honestos en puestos políticos.

La política ha sido liderada por favoritism­os y no atrae a los más competente­s

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