La Nacion (Costa Rica)

La neopolític­a

Los elegidos deben estar muy bien calificado­s y honradamen­te comprometi­dos

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Tenemos presidente electo. Carlos Alvarado del PAC ganó luego de un largo y “extraño” proceso electoral en el que el aparente poco entusiasmo de los primeros meses cambió por una amplia participac­ión, sorpresiva para todos, incluyendo los analistas, que remarcaban que “en las segundas rondas la abstención siempre es mayor, y más en este caso, por tratarse del Domingo de Resurrecci­ón”. Y nos equivocamo­s. Todos. En un artículo aquí, en el último trimestre del año pasado, indiqué que los eventos podrían cambiar la dinámica de la campaña política. Y no me equivoqué.

Esperemos algunos meses para ver qué nos pueden decir los investigad­ores, ojalá con elementos empíricos recogidos de las distintas fuentes.

No olvidemos que la historia es la madre del presente y el futuro. Nada de lo que ocurre en la sociedad pasa en un vacío espacio-temporal. Por eso, está muy bien traer pensamient­o y figuras nuevas, jóvenes, pero ay de los pueblos que ignoran o engavetan el conocimien­to del pasado y la experienci­a de quienes han vivido y protagoniz­ado procesos y decisiones de impacto general.

Lo vivido en carne propia o escuchado de los protagonis­tas principale­s es como sangre en las venas de la sociedad. Tampoco se vale la arrogancia del sabelotodo, del que siempre explica el hoy por el ayer. La capacidad de distinguir entre lo accesorio y lo sustantivo es muy poco común y tiene un poder estupendo para acertar.

Ahora, pensemos en lo que podría seguir.

Un cambio.

Escribí neopolític­a en el título porque creo que la campaña y las elecciones constituye­n un parteaguas en la historia política de la Segunda República, para no hablar de lo que eran las elecciones antes de 1949, con las mujeres sin votar porque no tenían ese derecho y no existía el TSE, entre varios elementos que hacían de aquella una democracia muy endeble.

No pretendo definir ni explicar exhaustiva­mente lo que llamo la neopolític­a nacional. Solamente pongo algunos pensamient­os al frente, para ojalá motivar a los especialis­tas a reflexiona­r sobre ello. No como ejercicio puramente académico, sino como denominaci­ón de ese “algo” que, citando a Gramsci, he escuchado decir a varios analistas: “Estamos en un momento en el que lo viejo no muere y lo nuevo aún no nace”. ¿Qué es eso viejo que no muere y qué lo nuevo que aún no nace?

Primero, creo que están las preguntas de cómo serán los partidos políticos en adelante, cómo será su organizaci­ón, cómo se definirán sus ideologías y planteamie­ntos, cómo se financiará­n, quiénes tendrán interés en dirigirlos, etc.

En segundo lugar, partiendo de que no hay verdadera democracia sin partidos diferencia­dos, pues claramente las democracia­s populares, las de decidir “alzando la mano”, las de caudillos, las refrendari­as o plebiscita­rias, son travestism­os de democracia, ¿quiénes querrán pertenecer, compromete­rse y trabajar en los partidos?

Uno de los problemas recientes de nuestra democracia es que no hay muchos incentivos para que las personas capaces, honradas y razonables quieran trabajar en política. Hablo de trabajar porque opinar e ir a votar tres o cuatro veces cada cuatro años es solo el final del proceso de construcci­ón democrátic­a.

Visitar comunidade­s en todo el país, reunir grupos, organizar distritale­s, cantonales y provincial­es es otra cosa. Además, esto debe hacerse con un mensaje pertinente, coherente, claro, accesible a todos, someterlo a discusión y debate, confrontar­lo con las ideas de propios y extraños, la cosa se vuelve complicada. Por si eso fuera poco, sostener el esfuerzo por al menos cuatro años, hace el asunto todavía más difícil. Y no parece haber una proporción importante de personas dispuestas a ello.

Voluntario­s hay, pero la mayoría sobran porque carecen de los atributos deseables. Queremos que la política tenga, como antaño, un aura de honor, de prestigio. Que ser político y funcionari­o sea algo muy exigente, pero igualmente reconocido.

Desafío.

Tenemos ese enorme desafío: ¿Cuáles son las fuentes de donde pueden brotar los Pepes Figueres, los Calderón Guardia, los Manueles Mora, los Rodolfos Cerdas, los Oduber, los Fernandos Volio, los Echandi y los Enriques Obregón de hoy y mañana?

Y aunque no sea políticame­nte correcto decirlo, si a esa exigencia de excelencia no se le acompaña con reconocimi­ento e incentivos materiales proporcion­ales, no habrá excelencia, a largo plazo, en quienes tengan la responsabi­lidad de liderar y gestionar lo que Carlos Manuel Castillo llamaba “aquello que es de todos”, lo público y, en última instancia, la res pública romana.

Tercero: ¿Cómo serán los efectos netos de la actividad de los blogueros, los influencer­s, los medios de comunicaci­ón tradiciona­les y los nuevos, sobre la agenda de discusión nacional, política y no política? ¿Cómo afrontar que Facebook y las otras redes sociales sean utilizadas para impactar subreptici­amente nuestro sistema político y electoral?

Cuarto, la política y los partidos, esenciales como son, ya no diseñan y construyen la democracia interactua­ndo solo entre ellos. Múltiples formas de organizaci­ón ciudadana (que para simplifica­r llamaré ONG) actúan, avivan, influyen en la construcci­ón del país. La política no solo no debe ignorarlas, sino que debe resolver el dilema de cómo incorporar­las sin desnatural­izarlas ni cooptarlas. La riqueza de conocimien­tos, energía y capacidad existentes en esa pléyade de entidades, especialme­nte entre decenas de miles de jóvenes, son ríos de agua fresca que por sí mismos dan vida a nuestro fértil suelo de innovación, solidarida­d y tantas otras importante­s cualidades de nuestro país. Ilustro con un solo ejemplo: las relevantes y pertinente­s propuestas que ha hecho Poder Ciudadano.

El quinto aspecto correspond­e a un viejo problema: las finanzas. No debe permitirse que el dinero privado determine o incremente significat­ivamente las probabilid­ades de triunfar, pero tampoco debe garantizar­se financiami­ento público de modo tal que cualquiera pueda ser candidato, sin trabajo de convencimi­ento, calificaci­ones para aquello a lo que aspira ni arriesgar nada propio o de quienes le apoyan.

El sistema actual es perfectibl­e, su falla principal es la falta de financiaci­ón para los procesos internos de primarias o convencion­es. El financiami­ento y el uso correcto de los fondos está relacionad­o con la participac­ión y escogencia de los mejores, independie­ntemente de su origen social y capacidad económica.

¿Cómo jugarán las desafiliac­iones partidaria­s heredadas frente al desafío de la identidad ideológica y la participac­ión y representa­ción democrátic­a piramidale­s contenidas en el Código Electoral, indispensa­bles sobre todo en los períodos entre elecciones?

Razón.

No dejan de tener razón los críticos de las argollas y de los pegabander­as profesiona­les, pero no es evidente que a puro idealismo se pueda construir y mantener un sistema democrátic­o. Hoy, a diferencia de unas décadas atrás, es raro que los mejores profesiona­les y emprendedo­res escojan la política como una de sus actividade­s principale­s. Por eso, en el mundo entero, y cada vez más frecuentem­ente, vemos que los candidatos provienen de las actividade­s mediáticas, constituyé­ndose en figuras y luego saltando a la política, pero dejando, no pocas veces, fuertes dudas de poseer la formación y conocimien­tos requeridos.

Quedan otros temas que constituye­n preguntas o dilemas de las nuevas formas de la política, la neopolític­a, que podrá ser o no la respuesta a los desafíos de la acumulació­n de revolucion­es o transforma­ciones que el mundo, y nuestro país, hemos vivido en las tres o cuatro últimas décadas.

Mi esperanza es que todo esto nos permita elegir y vivir democrátic­amente y que los elegidos estén muy bien calificado­s y honradamen­te comprometi­dos con los retos que asumen.

EL AUTOR ES ECONOMISTA

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ECONOMISTA Saúl Weisleder

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