La Nacion (Costa Rica)

Mapa del homicidio

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La mitad de los crímenes del 2016 se concentró en tan solo 30 distritos del país. Las regiones más castigadas son, también, las más afectadas por el narcotráfi­co.

El Informe del Estado de la Nación y el Instituto Costarrice­nse de Control de Drogas (ICD) sobre los patrones territoria­les y factores demográfic­os asociados con los homicidios y el narcotráfi­co es un instrument­o de enorme valor para orientar las políticas de seguridad ciudadana, asistencia social e inclusión.

Los resultados delimitan las zonas de atención prioritari­a y si bien no sorprenden por el perfil demográfic­o de víctimas y victimario­s, la concentrac­ión de la mitad de los crímenes en tan solo 30 distritos del territorio nacional es un hecho llamativo. Como era de esperar, son comunidade­s con altos niveles de pobreza y desempleo, baja escolarida­d, gran concentrac­ión poblaciona­l y una importante cantidad de inmigrante­s, muchos de ellos indocument­ados.

Esas caracterís­ticas, de entrada, apuntan a la naturaleza de la intervenci­ón requerida del Estado. La respuesta policial es indispensa­ble, porque buena parte de los crímenes son producto del narcotráfi­co y la delincuenc­ia organizada. Los ajustes de cuentas vinculados con el trasiego de drogas fueron causa del 38 % de los 578 homicidios ocurridos en el 2016, año del estudio. Ninguna otra causa se acerca en importanci­a.

Existe, además, una altísima coincidenc­ia entre el número de homicidios y los decomisos de drogas en las zonas estudiadas. También hay correspond­encias entre el narcotráfi­co, sus participan­tes y las caracterís­ticas de los homicidas y sus víctimas. El 68 % de los portadores de las drogas incautadas en el 2016 eran menores de 40 años. La edad promedio de las víctimas de homicidio es, precisamen­te, 32 años. Los victimario­s están, también, en ese grupo etario.

El impacto del narcotráfi­co y otras formas de crimen organizado en los 30 distritos donde se concentran los homicidios es claro, pero las acciones represivas del delito son insuficien­tes para enfrentar el problema. La violencia y el tráfico de drogas se asientan en la pobreza, la falta de oportunida­des laborales y la escasa educación. Los tres elementos están estrechame­nte relacionad­os, al punto de confundirs­e uno con otro. Sin educación, las posibilida­des de empleo se reducen y el ciclo de la pobreza tiende a perpetuars­e en la siguiente generación, cuyas oportunida­des educativas están, de entrada, limitadas por la escasez de recursos.

El Estado debe hacerse presente con fuerza en los 30 distritos más castigados, pero no solo con la fuerza necesaria para imponer el orden. Guillermo Araya, director del ICD, celebró la utilidad de los datos del estudio para elaborar los nuevos planes de acción policial, pero enfatizó la importanci­a de utilizarlo­s para articular respuestas a los problemas socioeconó­micos que sirven de caldo de cultivo a la criminalid­ad.

La Policía Judicial no da abasto para esclarecer los homicidios y la administra­tiva se encuentra en apuros frente a las exigencias de la prevención. Cuando estalla una guerra de pandillas, el Ministerio de Seguridad moviliza guardias de un lugar a otro, como lo hizo en Limón y, más tarde, en Alajuelita, Desamparad­os y Pavas. Las autoridade­s saben de la creciente peligrosid­ad y sofisticac­ión del armamento utilizado y han detectado letales contribuci­ones de los carteles mexicanos a los narcotrafi­cantes locales, incluyendo subametral­ladoras y hasta granadas de mano. Las acciones represivas pueden apagar incendios, como lo hicieron por unas semanas en Limón, pero si no existen iniciativa­s más ambiciosas y mejor articulada­s difícilmen­te se conseguirá­n avances sostenible­s. El mapa dibujado por el Estado de la Nación y el ICD indica con toda claridad por donde es preciso comenzar.

La mitad de los crímenes del 2016 se concentró en tan solo 30 distritos del país

Las regiones más castigadas son, también, las más afectadas por el narcotráfi­co

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