Nosotros y Sísifo
Uno de los mitos griegos más trágicos cuenta la historia de Sísifo, rey de Corinto, quien, por sus acciones, fue condenado por los dioses a permanecer en el inframundo para empujar cuesta arriba por una montaña una piedra que, antes de llegar a la cima, rodaba de nuevo hacia abajo, en un ciclo interminable.
El paralelismo entre este cruel castigo mítico y la irresponsabilidad de quienes deben tomar las decisiones político-económicas que afectan a los costarricenses es tristemente evidente: a pesar de largos años de discusiones cuasicíclicas, no se ha frenado el problema del déficit fiscal. Intento tras intento son los mismos legisladores quienes, en conjunto con algunos gremios, concentrados en sus propios intereses, lapidan la posibilidad de resolver una cuestión que hace rato debió haberse dirimido en aras de sortear el hueco oscuro al que como nación nos aproximamos. Ellos mismos y su insensatez han colocado repetidamente nuestra piedra al inicio del camino.
Aún no llegan a Cuesta de Moras y ya las futuras bancadas del PLN y del PUSC afirman que se resistirán a votar una reforma fiscal definida; aseveran rechazar un texto al que no podrán hacerle cambios, a pesar de las incontables veces en las que hemos estado antes bajo la misma coyuntura sin que al final el texto del momento haya sido votado.
Aun a sabiendas de todo el tiempo dedicado al actual proyecto de Ley de Fortalecimiento de las Finanzas Públicas, la opción por la que abogan diputados electos, como Roberto Thompson, Carlos Ricardo Benavides (PLN) y Erwen Masís (PUSC) es modificar la vía rápida aprobada por diputados actuales de sus mismos partidos para tramitarlo y devolverlo a una comisión legislativa. ¿Será necesario dibujarles la incongruencia? ¿Por qué si Liberación Nacional apoyó la vía rápida ahora la desprecia? ¿Cómo no sospechar que los resultados electorales de la segunda ronda han modificado la ruta trazada? ¿Estamos frente a una burda nueva zancadilla?
Tiempo perdido.
Da pena ver cómo los próximos diputados liberacionistas se olvidan tan fácilmente de los cuatro años perdidos en esta materia durante el gobierno Chinchilla. La expresidenta intentó aprobar una ley más vigorosa que la discutida hoy y sufrió un desgaste que le granjeó impopularidad y un descontento social exacerbado.
El costo político asumido por la exmandataria se debió, en gran medida, a las decididas acciones de la oposición lideradas desde la presidencia del Congreso por Juan Carlos Mendoza del PAC para poner freno a una reforma fiscal ya en ese entonces necesaria. Esa oposición soez no solo torpedeó la propuesta de la expresidenta, sino que también traicionó las propias propuestas del PAC en la campaña del 2010, que –hay que remarcarlo– siempre fueron respaldadas coherentemente por el líder histórico del partido, Ottón Solís, por más impopulares que fuesen. La valentía de ambos actores –Solís y Chinchilla– para poner las diferencias a un lado y unirse en pos del bienestar del país fueron traídos abajo por agentes mezquinos que antes como ahora anteponen su egoísmo al bienestar común.
A la frustración ante la terrible incompetencia y falta de seriedad con que lo fiscal fue tratado en los dos primeros años de la administración Solís se unieron las dilaciones legislativas durante sus últimos dos. Los roles se intercambiaron. Fueron los partidos del bipartidismo los que, principalmente, obstaculizaron y pusieron condiciones a la aprobación de una reforma fiscal. Una de esas condiciones fue limitar el gasto público que ellos mismos se encargaron de crear cuando estuvieron en el poder, un acto verdaderamente hipócrita, aunque como bien reclaman los ciudadanos el control del gasto es necesario para afrontar la crisis también.
El ciclo nefasto está a punto de romperse, ya sea porque las negativas consecuencias económicas de la inacción a las que nos condenaron no los dioses, sino nuestros gobernantes, nos explotarán en la cara, ya sea porque por fin seremos capaces de salir de ese inframundo en que la división partidista y el beneficio propio se anteponen a la visión de un país unido a pesar de la adversidad y los sacrificios.
No podemos seguir las mismas fórmulas baratas donde empezar una vez más como Sísifo sea una opción válida. Confío en que las nuevas autoridades recapaciten y dejen la piedra en la cima.
■