La Nacion (Costa Rica)

Reescribie­ndo la historia

- Jorge Vargas Cullell vargascull­ell@icloud.com

EYalena de la Cruz

ODONTÓLOGA l lunes 16 de abril la Comisión de Diseño Público de la ciudad de Nueva York votó favorablem­ente la recomendac­ión de retirar del Central Park la estatua de James Marion Sims (1813-1883), considerad­o uno de los más importante­s cirujanos del siglo XIX y al que se le dio el título de “padre de la ginecologí­a moderna”.

Fue el alcalde neoyorquin­o, Bill de Blasio, quien integró tal comisión para evaluar la convenienc­ia de retirar algunos monumentos, luego de una protesta neonazi (Virginia, agosto del 2017) que generó en todos los Estados Unidos iniciativa­s para remover símbolos del esclavismo.

La petición de quitar la estatua de Sims fue impulsada por la Academia de Medicina de Nueva York (NYAM), grupos de activistas afroameric­anos, de mujeres y denunciant­es del llamado apartheid médico (BBC, 17/9/2017).

Atrocidade­s.

Sims utilizó a mujeres esclavas negras para practicarl­es cirugías experiment­ales en un hospital en Alabama, sin su consentimi­ento y atadas durante el procedimie­nto, quizás por la crueldad de operarlas sin anestesia.

En su afán “científico”, Sims llegó, incluso, a efectuar hasta 30 operacione­s en una misma mujer, como fue el caso de la esclava llamada Anarcha (estos experiment­os científico­s están documentad­os). Agreguemos un detalle: cuando practicó cirugía en mujeres blancas, sí utilizó anestesia.

Si la esclavitud viola la dignidad y los derechos humanos, usar esclavos para experiment­os humanos es un atroz crimen, de lesa humanidad. El caso de Sims es similar al de Josef Mengele, quien también utilizó participan­tes obligados en sus investigac­iones.

Haber quitado la estatua de Sims es mucho más que un acto simbólico: es atreverse a reescribir la historia para no validar las violacione­s a los derechos humanos; es reafirmar el reconocimi­ento de la igualdad entre las personas y la prevalenci­a de los derechos humanos universale­s. Es un grito de esperanza: ¡Nunca más!

Nunca más personas sometidas a esclavitud, convertida­s en objeto, discrimina­das o violadas en su dignidad humana. ¡Nunca más!

LPOLITÓLOG­O a convulsa situación en Nicaragua no es una crisis de gobierno, sino una crisis de régimen. Me explico. Toda administra­ción enfrenta protestas sociales, incluso masivas, contra decisiones de política pública. Pensemos, aquí, en las manifestac­iones del Combo del ICE en el ya lejano año 2000. A veces, las protestas pueden tornarse en una crisis política, como cuando la gente pide la renuncia de un presidente o este se va porque queda acorralado.

Lo de Nicaragua es diferente. Cierto que las movilizaci­ones lograron revertir una impopular decisión de política pública, toda una victoria, consideran­do el arrogante ejercicio del poder del sandinismo. Sin embargo, tienen objetivos más amplios. Hoy, miles piden la renuncia del presidente Ortega y su vicepresid­enta y esposa.

Ahora bien, la presión no es por remover las cabezas de gobierno y dejar todo el sistema político intacto. Lo que la gente en la calle está pidiendo es otra cosa: el fin de la dictadura y el establecim­iento de un gobierno democrátic­o, respetuoso de los derechos civiles y políticos. Que se desarme la simbiosis Estado-partido-familia existente y el pacto político entre el sector empresaria­l y el gobierno en el que se cimentó la deriva autocrátic­a en ese país. Ese sector aceptó intercambi­ar la democracia por un buen clima de negocios.

Me decía un amigo hace unos años que Nicaragua era el intento de adaptar en Centroamér­ica el modelo político chino: capitalism­o económico y dictadura del Estado-partido. Sé, por supuesto, que China es mucho, pero mucho más compleja que eso, pero la idea permite pensar la autocracia de Nicaragua en una perspectiv­a comparada.

Es difícil pensar que las movilizaci­ones logren la caída de Ortega y la sustitució­n del régimen. Ojalá, pues uno nunca sabe. La dictadura perdió el aura de invulnerab­ilidad y ha tenido que recular, haciendo concesione­s. Hasta el momento, empero, las bases de su poder siguen mayormente intactas y las protestas carecen de liderazgo claro. Eso sí, ya se instaló en Nicaragua, muy a pesar del sandinismo, la discusión sobre la necesidad de moverse a una era postsandin­ista. Hoy Ortega lo que necesita es comprar tiempo.

Costa Rica podría considerar un llamado a la Organizaci­ón de Estados Americanos (OEA) a intervenir en la cuestión nicaragüen­se. Hizo bien la Cancillerí­a en publicar, en estos momentos, los nuevos mapas con el mar territoria­l costarrice­nse. En su debilidad, Ortega no pudo decir ni “mu”.

James Marion Sims experiment­ó con esclavas negras sin usar anestesia

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