La Nacion (Costa Rica)

Nicaragua merece florecer

- Ricardo Carballo

Aunque Guatemala es mi segunda patria –viví cinco años allá–, si pudiera tener una tercera sin salir de Centroamér­ica, esa, en definitiva, sería Nicaragua.

Por diversos motivos le guardo mucho cariño y agradecimi­ento a los habitantes de la nación hermana. Más allá de que prácticame­nte convivimos a diario con ellos, en la calle, el barrio o el trabajo, hay razones muy personales que me llevan a tenerles aún más aprecio y solidariza­rme en estos momentos de tensión.

Una mujer procedente de la tierra de Rubén Darío laboró como empleada doméstica en la casa de mis abuelos. Ella, de nombre Paulina (q.d.D.g.), estuvo a su lado en los tiempos más difíciles, e incluso fue la primera en consolarme al enterarnos del fallecimie­nto de mi abuelo, tras 12 años viviendo con él bajo el mismo techo.

Durante esa misma época, tuve un jefe nicaragüen­se durante mis años de trabajo en una reconocida empresa transnacio­nal. Para todos con los que he interactua­do a lo largo de mi vida, sin distingo de edad o clase social, no tengo más que palabras de admiración y respeto.

Trato justo.

Por esa cercanía, no solo física, sino también afectiva, me duele profundame­nte lo que ocurre en Nicaragua, tanto como si todos esos hechos de violencia e inestabili­dad social que nos llegan por las redes sociales –porque ni siquiera la prensa puede hacer su trabajo– estuvieran sucediendo en el propio patio de nuestra casa.

Pensándolo bien, no dista mucho de tomarse literalmen­te, consideran­do que casi todo lo que pasa en el país vecino tiene un efecto directo en el nuestro, sobre todo en estos tiempos de incertidum­bre que no harán más que reforzar la imperiosa necesidad de muchos de emigrar en busca de mejor vida.

No podemos culparlos. Cualquiera, en su lugar, haría lo mismo, como lo han hecho muchos venezolano­s y colombiano­s, entre otros. Podemos tener varios defectos como sociedad, pero si de algo no se nos puede criticar es del trato justo y hospitalar­io que, una gran mayoría, brindamos al extranjero necesitado. A pesar de que terminamos la pasada campaña electoral pensando lo contrario, es hora de demostrar que no comulgamos con la intoleranc­ia ni la discrimina­ción, en ninguna de sus manifestac­iones.

Aunque los gobernante­s nicaragüen­ses no lo agradezcan y nos manden a callar y a no meternos en lo que no nos importa, estoy seguro de que el pueblo nicaragüen­se sí es agradecido y valora toda la ayuda y muestras de solidarida­d recibidas. Es lo mínimo que podemos hacer anconder te una nación que sufre.

Una víctima más.

Al final, sus ciudadanos son una víctima más de los desvaríos de la pareja de megalómano­s que los conduce. Así como nosotros lo hemos sido –pleito del río San Juan, invasión a isla Calero, por citar algunos conflictos recientes–, ellos también, y desde hace más de 10 años. ¡Qué suplicio! Más bien, habían tardado mucho en despertar y enfrentar a Daniel Ortega, a su extravagan­te esposa y demás bandoleros al servicio de la dictadura sandinista.

Lo de las pensiones no es más que el último eslabón de una larga cadena de desatinos que ha colmado la paciencia de una sociedad plagada de problemas sociales y económicos. Es como se dice, perdonando el lugar común, la gota que rebosó el vaso.

Tuve la oportunida­d de visitar Managua hace tres años y observé una ciudad moderna, limpia y segura. Hoy, viéndolo en retrospect­iva, llego a la conclusión de que todo lo bonito que había, como el remozamien­to de parques públicos y el capricho millonario de los árboles de la vida, no eran más que una simple mampara para es-

Los nicaragüen­ses son víctimas de los desvaríos de dos megalómano­s que los gobiernan

la podredumbr­e, la corrupción y el cinismo de un régimen autoritari­o que lleva más de una década sirviéndos­e y no sirviendo… para nada.

Me duele mucho lo que ocurre en Nicaragua, un país al que le ha costado en demasía la transición a la democracia. Pero, por el otro, me alegra saber que hay sectores sociales, como la juventud, alzando la voz en contra de ese sátrapa que los gobierna a su completo antojo y beneficio.

Es un precio muy caro el que están pagando; sin embargo, la recompensa por la que están luchando no es barata. Soy optimista y quiero pensar que pronto amanecerá al otro lado de la frontera. Por la señora que trabajó en la casa de mis abuelos, mi exjefe y el futuro de todos sus compatriot­as, Nicaragua, Nicaragüit­a, merece recibir como prenda de amor esa ansiada libertad que finalmente la haga florecer.

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